Viernes, 1 de julio de 2005 | Hoy
SOCIEDAD
A 6 meses de la masacre, Cromañón y sus huellas parecen haberse convertido en un fantasma que se intenta definir desde lugares, voces, ánimos, expectativas, acciones e intenciones que difieren hasta contradecirse. La luz de la notoriedad pareciera preferir repudios públicos y escandalosos, que permitan desplegar horas de arengas capaces de ahogar las preguntas. Pero la exasperación, con su revuelo, a veces vuelve difusas cuestiones que algunas y algunos sobrevivientes, familiares, amigas y amigos buscan rescatar inventando nuevas formas de activismo, construyendo otros lazos, y lanzando sus propias preguntas. ¿Qué pasa con las y los jóvenes? ¿Y con las y los familiares? ¿Cómo es la vida para quienes han descubierto su propia vulnerabilidad de la peor manera posible, mientras buscan procurarse con sus propias manos (y con otras, que se acercan solidarias) aquello que los ampare? A los 17 años, Mailin Blanco, una sobreviviente que perdió en Cromañón a su hermano, descubrió que el muro de silencio impuesto por profesores y autoridades en su colegio sólo podían rasgarlo las demandas de las y los alumnos. De su fragilidad hizo fortaleza y reclama, porque “si Cromañón no sirve para cambiar las cosas, ¿qué más tiene que pasar?”. Viviana Cozodoy atendía la barra en Cromañón, declaró en la causa judicial y aprendió que en la Argentina la desprotección, el terror, no siempre terminan cuando se puede hablar: el desamparo puede empezar recién entonces. Y, sin embargo, ella cree que la lucha todavía no ha comenzado, o por lo menos no la verdadera, la que se podrá dar recién cuando los fogonazos de ira den paso a un respiro para rearmarse y abrir los ojos para entender “que Cromañón es una tragedia de este sistema, y una desgracia que sucedió de la nada”. A Natalí Tello el recuerdo de su novio se le hará imborrable, tanto como las imágenes de esa noche que vuelven a despertar en su cabeza una y otra vez, pero aunque apagar la luz para dormir sea una de esas rutinas cotidianas que aún no ha logrado retomar, ser una sobreviviente se le ha convertido en sinónimo de la necesidad de actuar. Con amigos fundó Los Angeles de Cromañón, una agrupación independiente para llevar contención a las y los sobrevivientes, prevención entre jóvenes y estudiantes, y exigir justicia. La muerte de Florencia Diez fue el quiebre en la vida de Liliana Garófalo. Desde entonces, dice, cambiaron sus expectativas y sus “escalas de valores”, especialmente cuando la apatía en que se encontraba sumida se esfumó para reaccionar: ella respondió públicamente a la carta abierta de la madre de Omar Chabán, y volvió a tener una aparición pública con una carta dirigida a los jueces que decidieron la excarcelación. Ahora, afirma, no lo repetiría, pero sí ha empezado a reunirse con otros padres para ayudar a crecer al Grupo Paso, un proyecto grupal que lleva por lema “Justicia y Memoria”. Aquí, cuatro formas de seguir viviendo después del 30 de diciembre.
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