Viernes, 15 de julio de 2005 | Hoy
MODA
Desde los 15, Omar Bodelo encuentra telas y las transforma en herramientas para la seducción, en una marca de identidad, en ropa, bah. Más precisamente en pantalones –que son su especialidad–, algunos de los cuales han hecho historia, como los jardineros que a principios de los ‘80 se vendían en Little Stone, o aquellos del calce profundo by deep. Y pensar que todo empezó por las ganas de destacarse en las discotecas...
Por Victoria Lescano
Con su apariencia rocker a lo Jefferson Airplane, pelo largo ensortijado, jeans y buzo de patchwork en gamas de violeta, Omar Bodelo encarna una modalidad de sastre consagrada a los jeans a medida y los desarrollos customizados en denim.
Su vasto currículum incluye el aprendizaje de costura a los 15 años, cuando la necesidad de hacerse sus propios pantalones para –en un gesto muy Tony Manero en Fiebre de sábado por la noche–, asistir a las discotecas de la zona Sur (y entre ellas especialmente a las pistas de Pinar de Rocha).
Sus aportes en jeans remiten al desarrollo de los primeros jardineros para la firma Little Stone y en los ochenta el desarrollo del célebre jean de calce profundo por encargo de la grifa By Deep.
Desde el sótano que oficia de actual taller, en el local de Paraguay 1507, en cuya planta alta su esposa Perla ideó una feria americana que homenajea al diseñador francés André Courréges, Omar señala una maquinita Singer original de fines del mil ochocientos que perteneció a su tatarabuela y resume el comienzo de su oficio: “Le pedí a una tía modista que me enseñara a cortar y hacer un pantalón, recuerdo que lo cortamos en un cheviot que compré en Gerly, en la sedería De Mario, fue un Oxford muy acampanado, con bocamangas que empezaban arriba de la rodilla.
“El segundo pantalón fue para mi cuñado, quien me encargó uno, y como él era más bajo, y yo tenía un solo molde, le tuve que hacer varias pruebas, fue a cuadros rojos y verde y zafamos. Seguí haciéndome mi propia ropa, entallándome las camisas de mi padre, y como a mis amigos les gustaba lo que yo usaba y tenía éxito con las chicas, empezaron a hacerse la ropa conmigo. Eramos como los metrosexuales de ahora, teníamos pelo largo y todos los sábados salíamos con un nuevo modelo de pantalón, durante toda la semana nos producíamos para ese día, muchas veces teñíamos las remeras polo truchas al tono de los pantalones, cuyas telas rescataba del depósito de la sedería de mi barrio; solía elegir jacquards raros, telas con estampados búlgaros o rayados. Creo que todo se debió a que las manualidades me gustaron desde siempre, de chico yo sabía tejer y también a que hubo mucho de necesidad, mi familia no podía comprarme ropa nueva.”
Sobre el primer taller de costura, el casero, porque con los años llegó a tener varias máquinas especializadas para la escala industrial, precisa: “Lo armé en el cuartito del fondo, junto al lavarropas, y pronto fue visitado además de por los del barrio por gente de Barracas y Zona Norte. Llegué a hacer diez pantalones por día y especialmente los sábados a la noche mi casa parecía una romería, todos venían a buscar sus pantalones antes de ir a bailar, y yo atendía con un gorro en la cabeza que cubría la toca que me hacía mi madre para plancharme el pelo. Tenía quince años y ganaba mucho más que mi padre, quien era supervisor de un frigorífico. Esa etapa duró cuatro años, en el ‘75 agarré varios pantalones, los puse en valijas y me fui un tiempo a Buzios junto con unos amigos.
“Cuando volví de Brasil me junté con un amigo que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas y le dije, ahora quiero tener una novia para casarme y que sea linda, porque yo soy decididamente narcisista, poner una tienda y armar una banda.”
Los deseos se hicieron realidad: la banda se llamó Orfeo, la tienda fue un puesto a la calle en un mercado municipal de Pavón y Rivadavia y la esposa, su actual mujer, le fue presentada por ese amigo que había escuchado sus ruegos.
El sastre aporta detalles de esa presentación y el extravagante modo en que se vistió para la cita, una tarde, en el horario de salida de los empleados del ministerio: “Me puse una camisa de encaje rosa, un jean, un saco blanco con cuadritos celestes a tono del pantalón, zapatos blancoscon plataforma y un cinturón cambreado. Apenas la vi me pareció muy linda, con su pelo rubio y largo, muy alta, recuerdo que ese día ella usaba un jean ancho tipo palazzo, con volados, un buzo violeta, azul y rojo con mangas ranglan. Le pregunté si quería ser mi novia, nos dimos un beso y me fui. Y ella me dijo: ‘Boludo ¿no me vas a pedir el teléfono?’. Nos vimos a los dos días y nunca más nos separamos”.
La pareja se radicó por un tiempo en Belgrano R y Omar formó una sociedad con su cuñado y un amigo llamado José Piccardi, consagrada a los jeans que llevaron la etiqueta MB. “El taller se trasladó a Bartolomé Mitre y San José, hacíamos exclusivamente pantalones y empezamos con la venta al por mayor. Uno de nuestros éxitos fue el jardinero, o macaco, los primeros que yo vi y usé fueron los blancos de Lee, pero cuando el músico Alfredo Toth, pariente de uno de mis socios, trajo de su gira con Los Gatos por España un modelo de jardinero llamado Bic Mack, yo lo calqué. Saqué el molde y empezamos a producirlos. Los primeros fueron para Little Stone y creo que nunca los cobramos o que nos pagaron sólo una parte.”
La firma terminó en la bancarrota, el sastre en cuestión decidió abrir una fiambrería –la joven pareja tenía un niño llamado Melquíades–, luego condujo un taxi y durante los ochenta volvió a incursionar en desarrollos para moda, cuando un amigo lo llamó para cortar pantalones en una firma de jeans.
Dice Omar: “Era By Deep, que todavía se llamaba Deep y tenía un local en la galería Da Vinci. Eramos tres diseñadores, aunque por entonces no se nos llamaba así. Y en uno de esos encargos surgió el calce profundo, veníamos de la época de los pantalones baggy y el pedido específico fue conseguir un pantalón de tipo achupinado que quedara muy bien, pero que se gastara la menor cantidad de tela posible en su desarrollo. Lo sacábamos en ochenta centímetros, cuando normalmente a un jean se lo hace con un metro de tela. Recuerdo que hubo todo un estudio previo al lanzamiento, logramos sacar varios en 79 centímetros y también que en un año hicimos un millón de pantalones. Los difundía el famoso comercial con Patricia Sarán en el ascensor, el éxito de ese modelo fue tal que por seguridad cuando venían a buscarlos al taller lo hacían en colectivos viejos, tapados y con custodia”.
Los diseños actuales
La vidriera de la Feria Americana Courréges dedica un flanco a los tesoros vintage, hay vestidos con brocatos y chaquetas insólitas que suelen aparecer en las producciones más avant garde de la revista Elle local, y otro exhibe los desarrollos en denim personalizados.
Dice Omar Bodelo sobre los consumidores de sus diseños: “Vienen roqueros de grupos nuevos, amigos de mi hijo, pero también mujeres de entre 14 y 50 años. Mi trabajo es interpretar lo que quieren los clientes, considero que si bien hay muchísimas propuestas industriales, hay mucho jean basura”.
Sobre las ventajas de un jean a medida, enuncia: “Mientras que las marcas trabajan por progresión de talles, en cambio yo trabajo en base a la proporción del cuerpo. Cuando vienen los clientes les muestro un muestrario con tonos de jean, distintos bolsillos y pespuntes. Rescato modelos universales como el Levi’s, que para mí es el jean que más marca tendencia. Percibo que hay un nuevo furor del Oxford y que el talle bajo es el más consumido por las jóvenes”.
Confiesa que fuera de los encargos en denim prefiere los desarrollos en corderoy y en ocasiones desarrolla en los paños más nobles que les lleven sus clientes tanto reproducciones de algunos pantalones favoritos como trajes de hombre para bodas.
No deja de sorprenderse por la compulsión por las marcas como Bensimon que manifiestan algunos clientes, quienes piden que les aplique esa y otras etiquetas a sus creaciones. Consultado por sus modelos más extravagantesdel pasado, rescata una docena de pantalones bordados con palomas y mariposas que le encargaron de la producción de Música en Libertad, y un modelo de pantalón con patchwork que le demandó el uso de ochenta cuadrados.
Ya despojado de la estética punk y los pantalones chupines de otro tiempo, su hijo Melquíades, quien oficia de vendedor de la feria, luce los desarrollos de streetwear de su padre, y cada vez que algún interesado ingresa en la tienda él los acompaña al sótano, al taller de su padre -siempre con una radio rocker sintonizada– y enuncia: “Les presento al artesano”.
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