Viernes, 15 de julio de 2005 | Hoy
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¿No sienten ustedes de tanto en tanto nostalgias de aquellas cartas de amor escritas a mano que antes se intercambiaban los enamorados, y que las mujeres solían guardar atadas con una cinta? Hace ya un siglo, como lo prueba el Nuevo secretario de los amantes (editado en castellano en París, con el subtítulo El arte de enamorar y de ser afortunado en el amor), damas y caballeros en plan de flirteo o de amor verdadero, se enviaban misivas en diversos tonos, según la instancia romántica del caso. Y libros como el Nuevo secretario... ayudaban a que esas epístolas fuesen más expresivas y floridas.
Entre las numerosas opciones que propone este manual anónimo, tenemos, por ejemplo, la de “Un joven a una señora, pidiéndole con urgencia el permiso de obsequiarla”. La fórmula sugerida, que cada quien puede adaptar a su gusto, reza así en algunos de sus párrafos: “Desde el momento en que tuve la dicha de verla, un sentimiento irresistible me impele hacia usted, y siento que no puedo seguir viviendo así... Ah, le ruego que me permita presentarle mis homenajes”. ¿Quién de nosotras, desde luego sin compromiso sentimental, podría permanecer incólume ante halagos tan enternecedores? Dicha carta finaliza de esta guisa: “Siempre amé lo bello y lo honesto. Ese gusto, señora, es el que me atrae hacia usted y el que la hace para siempre dueña de mi corazón y de mi suerte. Su apasionado...”. He aquí otra declaración que conmovería a las piedras: “Señorita, ya no puedo resistir el sentimiento que me oprime desde el momento en que contemplé sus divinos atractivos. Reposo, dicha, tranquilidad, todo ha huido de mí desde que contemplé su celestial semblante”.
Pero no todas son mieles en la correspondencia amorosa, ni tampoco la iniciativa les toca siempre a ellos. El Nuevo secretario... interpreta así lo que siente “Una mujer apasionada ante la indiferencia de su amante”: “¿Nada podrá turbar su impasibilidad insultante? ¡Ingrato! Cuán grande es su inhumanidad al amar tan poco a una mujer que tanto lo ama. ¡Ah, cruel! ¿Qué podría hacer yo para castigarle por tanta frialdad? ¡Compadézcase de mi sufrir! Espero a Usted con ansia y le ofrezco de nuevo mi amor”.
Naturalmente, lo romántico no quita lo elegante: si tienen ustedes que escribir este tipo de correspondencia, necesitarán papel impreso con el nombre o las iniciales, según apunta Leticia Vigil en Buenas maneras: “Los colores más finos son el blanco, el beige, el gris pálido y el celeste”. Y, por más ardiente que sea la misiva, recuerden que debe estar escrita en correcto castellano, aunque, de todos modos, si una falta de ortografía puede ser escandalosa, es más vergonzoso no saber amar.
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