Viernes, 15 de julio de 2005 | Hoy
CINE
Julia Solomonoff elige su ciudad natal para descansar, para que respire en cada cuadro de su película Hermanas. Y fue allí donde aprendió que la posibilidad de elegir es, sobre todo, un privilegio que ella tiene gracias a que antes hubo otras mujeres que empujaron los límites lo suficiente como para que la autora pueda sentirse un día exclusivamente madre y otro directora de cine sin que esas identidades entren en conflicto.
Por Sonia Tessa
Julia Solomonoff estuvo en Rosario para el estreno de su película Hermanas, su primer largometraje, y se quedó unos cuantos días en la ciudad donde nació y vivió hasta los 19 años. Paseó su panza de ocho meses, aprovechó para estar con su familia, dar una charla en la Escuela Provincial de Cine y mostrar el film en una función privada a los emocionados amigos de sus padres, la mayoría con hijos fuera del país. Cuando era adolescente, Julia fue secretaria general del Centro de Estudiantes del Instituto Politécnico, el colegio secundario más prestigioso de la ciudad. Eran los tiempos de la recuperación de la democracia, y para los que recuerdan aquellas épocas de entusiasmo y algarabía, su figura se recorta como la de una líder que iba al frente en la organización estudiantil. Los héroes de entonces, como Rodolfo Walsh y el Che Guevara, siguen presentes en su obra, pero con la relectura que le dieron los años, la reflexión y el camino recorrido. Hermanas está ambientada también en los ‘80, en la misma época en que ella agitaba la pelea callejera, sólo que en Texas, Estados Unidos. Distantes por distintas razones del país que volvía a la democracia, las protagonistas de la película tienen un intenso encuentro de 10 días que las impacta en sus divergentes formas de vivir la política, y por ende la vida.
Pocos son los días que pasa en Rosario desde su adolescencia. Aun así su película es rosarina como el pororó (pochoclo en Buenos Aires) que hacen los protagonistas del film, la camiseta de Newell’s que el niño recibe como regalo y el río concebido como “una especie de refugio pero también una trampa”.
El encuentro con Julia se produce en un frío sábado a la tarde, sobre Pellegrini, una avenida de edificios altos que termina en el Paraná. La cita es a unas cuantas cuadras del río, en heladería Esther, una marca que la ciudad tiene casi como una seña de identidad. Y así como el río es un lugar de placer, hoy Rosario es para ella un lugar de descanso, donde puede encontrarse con su familia, su abuela de 94 años, su padre y su madre Doris Bellman, a la que define con orgullo como “una pionera feminista”.
Con simpatía, Julia hilvana experiencias de la lejana Rosario de los ‘80. El sueño de hacer cine la llevó primero a Buenos Aires (estudió en la actual Enerc), luego pasó seis años en Nueva York para volver a Buenos Aires en noviembre de 2001. Cuando desembarcó, con el guión de Hermanas listo, todo se desmoronaba. Pero sostuvo la decisión de regresar. Hoy se sorprende: “Me doy cuenta de lo importante que es la comunicación para esta película, algo que no sabía mientras la hacía. Probablemente la próxima sea un poco más hermética, más subjetiva. Pero esta la hice para comunicarme con la gente, creo que tiene mucho que ver con mi vuelta a la Argentina”. Y allí aprovecha para definir el futuro del cine argentino a partir de su relación con el público, más que la incierta permanencia como “niña mimada” en los festivales internacionales. Así eligió el itinerario de Hermanas, que se vio en el Bafici, fue a las salas, y recién luego del nacimiento de su hija comenzará a mostrarse en el exterior.
Y si bien fue el largo lo que la llevó a los cines comerciales, la tarea como directora comenzó en los ‘90 con los cortos Un día con Angela (1993), y Siesta (1998), siguió con Scratch (2001) y Ahora (2003), proyectado en televisión como parte del ciclo de Sedal. Como actriz, tuvo un papel pequeño en Historias Mínimas, de Carlos Sorín. Después del regreso, estuvo un año y medio viajando por América latina como asistente de Walter Salles en Diarios de motocicleta, en el año 2002, cuando le parecía imposible hacer su propio largo en la Argentina. Pero el deseo de plasmar Hermanas fue más fuerte. “Era una obsesionada, era como insoportable, eso no hay duda. La película era como el Everest, y si no lo escalaba mi vida no tenía sentido”, subraya mientras adelanta que su próxima película se tratará “del pasaje de la infancia a la pubertad”. Para ella, la pubertad abre la puerta para hacer foco “en los deseos, en los temores de los cambios físicos, pero sobre todo en la sensación de individuación”.
Con una madre feminista, presa política en 1962, y una vida muy independiente, sabe que las opciones entre lo privado –como elige su personaje Elena– y lo público –encarnado en la película por Natalia– “no es tan de hierro como entonces, pero hay mandatos todavía”. Y es consciente del privilegio que significa hoy tener opciones. “Para la generación de mi madre convertirse en una profesional fue un enorme desafío y una determinación enorme y muy válida. Gracias a que ella fue profesional, y que hubo mujeres que mantuvieron una lucha por ciertos derechos, yo puedo ser hoy directora de cine, pero también es cierto que reivindico el derecho de alguien que decida quedarse en su casa a cuidar de los hijos y no haría un juicio de valor sobre eso”, dice ahora.
“Para mi generación está bueno que una mujer elija, y tenga la decisión en el momento de tener un hijo de retirarse un tiempo, que no haya una valoración de superioridad entre el trabajo y la familia”, dice con toda naturalidad, para anunciar que planifica detenerse a disfrutar el inminente nacimiento de su primera hija. “Me conozco lo suficiente como para saber que me voy a quedar en casa un rato y lo quiero disfrutar, y estoy muy determinada a hacerme un espacio que era más difícil hacerse hace 20 años. Es un lujo de mi generación decir que era directora de cine hasta ayer, seré mamá a partir de mañana y el año que viene seguimos hablando. Esas identidades más móviles son un lujo adquirido que pienso defender.
Hermanas vuelve sobre la dictadura militar, vista desde el quiebre que provocó en uno de los lazos más íntimos, el de hermanas. Y la pregunta que se hace la película es qué les pasó a los que intentaron continuar con sus vidas como si nada en medio del horror. El personaje central es Elena, encarnado por Valeria Bertucelli, una mujer encerrada en su vida familiar y presa de la culpa por su actitud durante la dictadura. Muy distante de su hermana Natalia –Ingrid Rubio– que debió exiliarse después del golpe. El cine argentino ha revisitado el tema en la lógica necesidad colectiva de elaborar lo ocurrido. En ese marco, la mirada de Solomonoff evita las pontificaciones pero no deja de idealizar la militancia. Solomonoff mostró en Hermanas cómo el crecimiento vino del lado de la comprensión de la posición de la otra. Porque considera ese vínculo indestructible, al menos para ella. Porque tiene dos hermanas que viven en Estados Unidos, y sabe la densidad que pueden tener esos encuentros de pocos días.
(Hermanas se puede conseguir en dvd y video.)
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