Viernes, 12 de mayo de 2006 | Hoy
FERTILIZACIóN ASISTIDA
En Inglaterra, una mujer de 63 años se prepara para ser madre por tercera vez, y el revuelo no se hizo esperar (la pregunta del millón: ¿liberación o egoísmo?), pero pocas voces notaron la ausencia de marcos legales. En Argentina hay en danza algunos proyectos de regulación, pero hasta ahora quienes deciden los límites de la reproducción asistida son los mismos médicos.
Por Luciana Peker
Hay alguien que está por nacer de una mamá de 63. ¿Qué tendrá en la cabeza? Todavía no se sabe porque es ahora cuando están naciendo las primeras generaciones de madres + 60. Pero en el caso de Patricia Rashbrook, una británica de 63 años, lo que más llama la atención es que ella es psiquiatra infantil y –se supone– debería saber qué tienen los chicos en la cabeza y qué puede faltarles por tener madres maduras. ¿Si una psiquiatra lo hace quiere decir que no es sólo una locura de mujeres frustradas? Además, para Patricia la maternidad no es una cuenta pendiente. Tiene dos hijos: Caroline, de 26, y William, de 22. Sin embargo, se casó de nuevo –con John Farrant, de 61– y quiso probar eso de los hijos después de los hijos. ¿Es un emblema de la libertad de la mujer a decidir cómo y cuándo ser mamá, una amalgama más de las nuevas familias o una muestra de egoísmo y de la maternidad como capricho?
“Una mujer que decide dar a luz a los 63 años revela una conducta tan insensata como la de una niña de 12 –dictamina la historiadora Dora Barrancos, directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la UBA–. La construcción de la maternidad es un tipo de empeño que debería desautorizar algunos atributos, sobre todo la estupidez. Pero no ha sido así y no será así mientras la condición de mujer no pueda desprenderse de la condición maternal. La señora de 63 años seguramente será feliz por un rato, se ha dado el gusto del mandato.” Susana Sommer, bióloga y autora del libro Genética, clonación y bioética, también critica: “Hoy tener un hijo a los sesenta es posible, pero hay que indagar qué significa para un hijo tener padres de la edad de los abuelos que en vez de jugar al fútbol prefieran entretenimientos más tranquilos, y que crezcan con la alta posibilidad de ser huérfanos a temprana edad. Además, basta con preguntarle a cualquier abuela/o de esa edad cuán exhaustos están después de la visita de sus nietos para cuestionar esta modalidad”.
En un K.O sin concesiones a la fecundidad después de la mitad de la vida, Barrancos –que va a participar del panel “Parentalidades: la reproducción generacional” de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires– también arremete: “Estas tecnologías de la fecundidad son desquiciantes y están en manos de gente que parece no detenerse hasta que pueda reinventar a Frankenstein”. En el caso de Patricia Rashbrook tiene razón. El médico que la fertilizó es Severino Antinori, famoso por apostar al Guinness de la madre más añosa y además por anunciar bebés clonados (aunque nunca pudo demostrar científicamente haber logrado reproducir humanos como la ovejita Dolly).
“El embarazo en mujeres de más de 60 años no es un logro científico, sino simplemente aceptar algo que no se debería aceptar”, califica el médico Claudio Chillik, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMER). “Este embarazo fue producto de una donación de óvulos –detalla–, una técnica que se realiza en Argentina en forma cada vez más frecuente debido al incremento de la búsqueda de embarazos en mujeres mayores de 40 años. Con la donación de óvulos la edad de la mujer que los recibe no influye. Se pueden obtener embarazos a cualquier edad. Por obvias razones éticas, psicológicas, sociales y de riesgos para la madre debe existir un límite de edad que, en nuestro instituto (Cegyr), es de 50 años, la edad promedio de menopausia.”
¿Quién dice qué es lo aceptable y qué no? En la Argentina, los propios médicos. La ley no dice nada porque no hay ley, y ante el vacío legal cada cual hace su juego. Sin embargo, ese silencio podría terminarse. En la Comisión de Salud del Senado –que preside Alicia Kirchner– ya se están analizando diferentes proyectos de ley e, incluso, invitando a especialistas para intentar que este año el Congreso apruebe una ley de fertilización asistida.
Por un lado, esta voluntad política de dejar de mirar para el costado el problema de la infertilidad (que afecta a, aproximadamente, del 10 al 15 por ciento de las parejas argentinas) y reglamentar que los tratamientos de baja o alta complejidad (que hoy sólo pueden realizarse a nivel privado con un costo que llega a los 10 mil pesos) sean cubiertos por los hospitales públicos, prepagas y obras sociales. Pero también muchos sectores conservadores y la propia Iglesia Católica van a presionar para reducir la fertilización a su mínima expresión y cercenar, por ejemplo, el derecho de las mujeres solas o lesbianas a inseminarse semen para tener un hijo.
El 27 de octubre del 2005, la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMER) presentó un proyecto en la Cámara de Diputados. También la Fundación Concebir (un grupo conformado por pacientes que lograron ser padres gracias a técnicas de fertilización) confeccionó su propia iniciativa. Y, además, hay varios despachos políticos, pero en su mayoría son tan restrictivos que implicarían acorralar a las nuevas tecnologías en reproducción humana. En realidad, el punto de mayor debate es qué hacer con los pre-embriones congelados (se llama así al óvulo fecundado) con viabilidad para convertirse en embriones (cuando los pre-embriones se implantan en el útero materno) pero que la pareja decide no usar. ¿Congelarlos? ¿Descartarlos? ¿Donarlos? ¿Prohibirlos? Hoy la mayoría de los institutos tiene pre-embriones congelados, pero ya hay una causa en la Justicia (en supuesta defensa de esas supuestas vidas latentes). Por eso, el tema es candente y urgente. En su proyecto de ley los médicos especialistas en fertilidad proponen que los pre-embriones se conserven o donen a otras parejas infértiles.
Sin embargo, otras dos iniciativas –de la ex senadora Nancy Avelín y de la diputada Graciela Camaño– quieren prohibir el congelamiento de pre-embriones. ¿Volver a atrás? Los sectores más conservadores pretenden prohibir los tratamientos en laboratorio. En coincidencia con la postura de la Iglesia, Avelín declaró: “Para poder dar vida a algunos bebés se les quita la vida a muchos otros. Esto sucede, por ejemplo, cuando se fecunda in vitro, ya que se descarta un gran porcentaje de embriones”.
Lo concreto es que hoy Argentina es un país abierto donde nacen hijos a través de la donación de semen, de óvulos (de madres solas, de madres maduras) y donde hay pre-embriones congelados.
¿Los institutos de fertilización tienen temor a que se imponga una ley muy restrictiva?
–Sí, temor hay –reconoció Eduardo Lombardi, presidente de Sociedad Argentina de Endocrinología Ginecológica y Reproductiva (Saegre) y jefe de cirugía del Instituto de Ginecología y Fertilidad IFER–. Pero las leyes restrictivas sólo perjudican a los pacientes y en el mundo se impone una tendencia más abierta. Por eso, es el momento para que la reproducción humana tenga un marco legal. En este momento sólo tenemos los límites que nos ponemos nosotros mismos en beneficio del paciente. No hay control de calidad para realizar los procedimientos. Cualquiera puede decir que hace fertilización asistida. Queremos que haya una legislación que preserve la calidad y no que nos haga retroceder.
Además de cuidarse de embarazos no deseados y del VIH, las adolescentes también tienen que cuidarse de enfermedades que pueden perjudicar su futura fertilidad. La ginecóloga Inés de la Parra, especialista del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam) y ex presidenta de la Sociedad de Ginecología Infanto Juvenil advierte: “La endometriosis, la enfermedad pélvica inflamatoria y la poliquistósis ovárica pueden comprometer seriamente la fertilidad de una adolescente si no cuentan con un diagnóstico y tratamiento adecuado”. Por eso la médica recomienda: “No hay que subestimar los síntomas ginecológicos de la pubertad y, en cambio, sí hay que promover el uso del preservativo, admitir que los anticonceptivos orales aportan protección a la fertilidad futura y educar para que nuestras niñas no vean en el futuro frustrada su maternidad”.
Por Alicia Figueroa *
Es indudable que resulta necesaria una ley que reglamente todos los aspectos referidos a la fertilización asistida. Es necesario definir algunos aspectos como: ¿cuánto tiempo se deben conservar estos embriones? ¿Qué pasa con la patria potestad de los hijos fruto de donación de óvulos o espermatozoides? ¿Quién debe pagar por la criopreservación de estos materiales? ¿De quién son propiedad? ¿Luego del tiempo considerado “de vencimiento” se pueden destruir? ¿Podrán cederse embriones “sobrantes” a otras personas estériles cuando una pareja ya ha logrado los embarazos que deseaban? ¿De quién dependerá esta decisión?
Otro aspecto de gran peso es el alto costo de estos tratamientos y la falta de complejidad de los centros públicos donde resulta imposible llegar a la fertilización asistida.
Sin duda, los derechos sexuales y reproductivos incluyen el derecho a decidir si uno desea un hijo y cuándo tenerlo. Pero las parejas infértiles necesitan asistencia que resulta muy costosa para el sistema de salud. En un país donde resulta difícil costear los tratamientos de desnutrición, infecciones respiratorias agudas, diarrea infantil, hipertensión arterial, cáncer de cuello uterino, ¿debe el Estado invertir en infraestructura y medicación para la fertilización asistida?
Quizá la respuesta correcta es plantear un cronograma de acciones gubernamentales para cubrir, primero, los problemas de salud más graves, pero que no postergue indefinidamente la atención de la problemática de las parejas con dificultades para engendrar y concebir.
* Ginecóloga e integrante del Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam).
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