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Viernes, 23 de junio de 2006

TENDENCIAS

Vestidas para zafar

Heroínas o no tanto, siempre aguerridas y de armas llevar, a lo largo de la historia de la humanidad siempre hubo mujeres que esquivaron el destino que les reservaba su género y se dedicaron a cosas supuestamente de hombres –como la guerra, la piratería o el crimen– vestidas como tales –en la gran mayoría de los casos– y apropiándose también de sus permisos. El caso es que editoriales de buena parte del mundo han encontrado en estas excepciones que confirman la regla historias que se leen con avidez. He aquí una reseña.

 Por Liliana Viola

Tal vez exista alguien, ahora mismo, que dedique su atención y su fortuna a coleccionar mujeres raras. A buscarlas en la historia, pincharles el corazón como a las mariposas y detenerlas en su vitrina. Tal colección reunirá a las que no fueron ni madres ni esposas ni monjas, o que si lo fueron no actuaron como tales. Ni sufrientes ni sumisas. Pioneras, mártires, probablemente vestidas de varón como Juana de Arco o George Sand; entre la Edad Media y el siglo XIX la mejor manera de emular la libertad masculina era calzándose sus ropas. No entra en esta lista la madre dolorida del Guernica de Picasso, una de las mayores imágenes antibelicistas pero confirmación del rol de víctima; sí entra la capitana que a esa misma hora está en el frente haciendo estallar dinamitas o apropiándose del fusil de su esposo recién vencido; aunque luego no se le reconozca la pensión de veterana de guerra. No la cautiva, sino la cazadora. Madrina de colección podrá ser Agripina, la romana que envenenó a su esposo Claudio, preparó el terreno para que Nerón llegara a ser emperador y lo enamoró para manipular sus decisiones. Y suspendida queda la bella Popea, famosa por sus baños en leche de cabra, tan preocupada por mantener la juventud, inventora de numerosos métodos de belleza y muerta temprano por su esposo Nerón, de una patada en el vientre. Pero entre las joyas de la serie, tendrá que figurar sin duda, la anécdota que Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe que incluía en su Historia general de los robos y asesinatos de piratas famosos: Estamos sobre las aguas del mar Caribe y corre el verano de 1720. El pirata Bonny, conocido por todos como “el temible Bonn”, ha puesto sus ojos en uno de los jóvenes del barco. El grumete se llama Mark Read. El cortejo que comienza tímidamente se convierte luego en una persecución que Read sortea como puede hasta que, entre la espada y la pared, rechaza a costa de perder la vida. Entonces, el bravo pirata lo conduce hasta uno de los camarotes, lo empuja con furia y se abre la camisa dejando a la vista su pecho no menos bravo por ser de mujer. Y sí, que lo sepa: el verdadero nombre del pirata Bonny es Anny. No tiene de qué preocuparse el esquivo marinero, ya puede hacerla suya. El viril Mark Read, ante tal confidencia, estalla en una carcajada. Inmediatamente destraba uno por uno los botones de su camisa. ¡Sorpresa! Luego de mostrarle sus senos, le confiesa a su nueva amiga que desde que nació, y cada vez que puede volver a usar sus faldas, su verdadero nombre es Mary.

El mundo no es tal como lo vimos, parece sugerir la historia verídica de Defoe quien asegura que estas chicas no fueron las únicas. Claro que Defoe tampoco fue el único ni el primero. Data de 1405, el Libro de la Ciudad de las damas, donde Cristina de Pisan cumplía su sueño para no sentirse tan sola, de reunir a las congéneres que a lo largo de la historia demostraron valor, talento, fuerza, a la manera en que los hombres narraron sus proezas. La recuperación de relatos protagonizados por damas atípicas, desde siempre ha fascinado al público. Algo que comenzó como un gesto exótico, en los últimos cien años se hizo necesario, hubo que dar cuenta de cómo las relaciones de género fueron permeando la historia y sellando la vida privada.

Mujeres dificiles, negocio fácil

Ahora bien, si tal coleccionista existe, debe saber que las editoriales se han lanzado a facilitarle la tarea: a esta altura son incontables las antologías, entrevistas y anecdotarios que rescatan heroínas. Las excepciones ya son legión. En el amplio margen que queda entre una investigación seria y el puro oportunismo, los títulos prometen no dejar mariposa en libertad. La mayor parte ahora están escritos por mujeres que a su vez apelan a un sector del mercado: la lectora independiente, inquieta, que busca en sus antiguos espejos encontrarse a sí misma, la más bella, la más valiente, la que al final triunfe. Si primero el trabajo de recuperación se fijó en las inteligentes, las científicas, las pioneras, enseguida iluminó a la gran mujer que estaba detrás del gran hombre: esposas de presidentes, de dictadores y de artistas, musas e incluso autoras ocultas de obras maestras, como es el caso de las mujeres que Bertolt Brecht usó más de una vez como ghost writers. Si la recuperación de figuras del pasado amenaza con agotarse, la mirada también se posa en las contemporáneas que no tendrán que esperar un siglo para hacerse visibles. Las grandes casas editoras que tienen filiales en diversos países editan libros similares en cada sede, donde lo único que varía son las protagonistas locales. También hay propuestas que incluyen a mujeres del mundo mientras lo que amplían es el espectro de lectores. Carmen Alborch (ex diputada) en Libres (Ed. Aguilar) compila conversaciones con “ciudadanas del mundo”: Mary Robinson, ex presidenta de la República de Irlanda convive aquí con Michelle Bachelet; Marina Silva, ministra de Medio Ambiente del gobierno de Lula; Alice Walker, premio Pulitzer por El color púrpura; Shirin Ebadi, la primera mujer que ejerció la magistratura en los tribunales iraníes; Rita Levi-Montalcini, premio Nobel de Medicina en 1986. Aquí en la Argentina, Sudamericana reedita Diosas y brujas de la periodista uruguaya Mónica Bottero, que por otra parte cuenta en su currículum el haber comenzado su carrera en la sección deportiva del diario El Día. Su colección de dieciséis mujeres “que se construyeron a sí mismas” pretende dar cuenta de las diversas caras femeninas que ofrece Latinoamérica. Escribe un guión para presentar a Libertad Lamarque, entrevista a la venezolana Carolina Herrera, hace una entrada casi enciclopédica para definir a Mafalda de Quino. La condición femenina es el nexo capaz de unir a Rigoberta Menchú con Gloria Estefan, Hebe de Bonafini con Isabel Allende, entre otras.

Mariposas letales

Pero esto no se agota aquí, faltaban las malas. Angela Russo fue arrestada junto a 27 personas entre las que figuraban varios hijos, nueras, sobrinos y nietos. Tenía 74 años, le decían “abuela heroína” y era sospechosa de transportar droga por toda Italia. “Entonces según ustedes, ¿yo iba de arriba a abajo llevando paquetes por encargo? ¡Yo que he mandado siempre iba a hacer un servicio de transporte! Estas son cosas que sólo estos jueces que no entienden nada de leyes ni de la vida pueden decir.” Dijo Angela enfurecida cuando por fin se comprobó que era la cabeza de la organización y a partir de entonces, objeto de crónicas periodísticas. Tan frenética se ha tornado la búsqueda de originalidad, que revueltos cielo y tierra, asoman la cara las non sanctas del presente, las asesinas. Unos años antes de que las nuestras salieran a ganarse el Martín Fierro, en España aparecía el best seller Mujeres letales: historias de asesinas, policías y ladronas. La tentación de este recorte nada ejemplar nace de los datos: el número de asesinas españolas aumentó en los últimos veinte años, así como en Italia la participación de las mujeres en la mafia tuvo un crecimiento espectacular. Para las mafiosas también hay un libro disponible: No se lo digas a nadie. Es que en 1990 sólo había una mujer acusada de asociación mafiosa, mientras que a fines del 2005 llegaron a diez mil. Paradójicamente, ha sido sobre todo la mirada machista la que permitió su crecimiento. A algunos magistrados se les hace difícil creer que las mujeres son iguales, y las dejan ir. “Cuando la mujer delinque y lo hace con un hombre, nos fijamos en el hombre porque pensamos que fue él el instigador. Quizás esto se debe a una visión patriarcal que nos impide ver a la mujer en este rol que consideramos propiamente masculino”, se justifican las autoridades burladas. La autora entrevistó a las esposas, madres, hijas y amantes de estos “hombres de honor” para terminar demostrando que el papel de las mujeres no es subordinado: toman decisiones, planean estrategias y cometen crímenes.

De todos modos, este despliegue de ellas capaces de delinquir como ellos no necesariamente abre la mirada hacia comprender ni mucho menos modificar la situación femenina. ¿Qué diferencia a una mujer asesina de un hombre asesino? Si la respuesta es que ellas no dejan de apuñalar hasta que se les van las fuerzas, intacto queda el clisé de su inestabilidad emocional, corta la imaginación y más atenta, en todo caso, la mirada del vigilante. Quien quiera armar una colección y no simplemente un mausoleo de muñecas rotas, tendrá que seleccionar entre tanto material. En Mujeres de armas tomar, de Isabel Valcárcel, aparecen algunas figuras clásicas y hasta remanidas por tanto maltrato como Manuela Sáez o Juana Azurduy, y también otros casos, que por imprecisos o poco documentados, dan lugar al asombro y la conjetura. No sabremos qué pasaba por la cabeza de Catalina de Erauso y de algunas soldaderas mexicanas cuando se vistieron de hombre, se jugaron la vida y avanzaron con más eficacia que sus compañeros; esa incógnita, les otorga un interés.

Jugadora, mujeriega y asesina

"Mujer valerosa".
Xilografía realizada en Barcelona en el siglo XVIII

Catalina de Erauso huyó del convento. Lo cuenta en sus memorias: “Estaban en misa y me mandaron a traer el breviario. Yo tomé las llaves que estaban colgadas, unos reales, unas tijeras, hilo y aguja. Fui abriendo puertas y emparejándolas, en la última dejé mi escapulario y me salí a la calle que nunca en la vida había visto”. A los pocos días Catalina, que hoy tanto España como Chile recuerdan como “la Monja Alférez” que luchó cuerpo a cuerpo contra los indios araucanos sin que nadie supiera que era mujer, fue primero paje de un noble, luego ladronzuelo, jugador de naipes tramposo y pendenciero, conquistador de mujeres que quedaban siempre despechadas y sin desposar, afecto a los duelos y a las temporadas en la cárcel. Nació en San Sebastián a finales del 1500 y sus padres la metieron en el convento junto con sus numerosas hermanas, ya que como era costumbre, una sola de las hijas contaba con dote para casarse. En cuanto pisó la calle entendió que debía vestirse de varón por conservar el honor y también para no ser reconocida por su padre que la buscó hasta su muerte. Lo que vino después es una serie de enredos que la fueron llevando por el camino obligado de los varones con agallas y sin fortuna. Si algo eligió en su vida fue salir de su clausura, el resto, que no tuvo pocas desgracias, parece ser un buen pago que ofreció con tal de no morirse sin haber vivido. Fue considerada un guerrero valiente, aunque es muy posible que haya llegado a la línea de fuego huyendo de las malditas casualidades, como esta, por ejemplo, que ella misma recuerda así: “Luego de que los duelistas cayeran, yo y mi contrario proseguimos batallando, entrele yo una punta por bajo de la tetilla y cayó. Me has muerto dijo. Yo creí reconocer el habla de aquél y le pregunté quién era, y dijo: El capitán Miguel de Erauso. Era mi hermano. Me quedé atónito”. Al poco tiempo, Catalina se aprestaba a luchar contra los indios más temibles de América.

Un fusil contra el machismo mexicano

En una mano la mecha y en la otra el puñal, Catalina de Aragón es la mujer guerrera que aparece inmortalizada en esta xilografía de la época.

“Popular entre la tropa era Adelita,/ la mujer que el sargento idolatraba/ porque a más de ser valiente era bonita/ que hasta el mismo coronel la respetaba./ Y se oía que decía/ aquel que tanto la quería:/ Y si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar...” Adelita siempre se iba con otro, y muy pocos la respetaban, era su destino. Con ese nombre se llamaba a comienzos del siglo pasado a las soldaderas mexicanas, encargadas de acompañar a los soldados en la retaguardia, cocinándoles, lavándoles la ropa, quitándoles los nervios y hasta acercándoles una tacita de té caliente cuando estaban en el frente. Eran valientes, a veces llegaban a agarrar un fusil, muchas veces por amor, por dinero o por haber sido raptadas. Dentro de este grupo también estaban las que llegaban como soldaderas con la secreta intención de ser soldados.

En la Revolución Mexicana, la madre de Amalia Robles, para proteger a su niña la viste de varón y le pide a un caudillo que la saque de la ciudad. Qué gran error. Ese traje y ese pasaporte era lo único que necesitaba para ir al frente, siempre vestida como hombre. La coronela Amelia/o Robles, reconocida por su actuación que superó a la de muchos de sus compañeros, nunca abandonó su condición masculina, aunque cuando las cosas volvieron a la normalidad recordó esos días como locuras de muchacha. Tal vez no era el amor a la revolución sino a la aventura lo que impulsaba a estas amazonas a jugarse la vida. Pero cuando terminaron todas las batallas, quedaban pocas opciones en el universo mexicano, la soledad de Amelia/o que aún anciana recibía en su casa las visitas de su “amiga inseparable”, el olvido en que muchas se sumieron para construir un hogar, el exilio y la militancia feminista fuera del país, o el pretender mantener las cosas como estaban sin por eso renunciar al matrimonio. En la década del 20 y en México esta última opción resulta la más arriesgada. Jesusa Palancares reconoció siempre que le gustaba mucho vestirse como hombre. ¿Por qué? Porque adoraba esa libertad masculina de moverse por donde se le antojara, ponerse a cantar, ponerse a combatir, presenciar las peleas de gallos, en fin, hacer todo lo que una mujer no podía hacer. El atuendo no le impidió enamorarse y pasada la Revolución, Jesusa se casó. Y su marido la encerró con llave hasta que aprendiera a ser más sumisa. Harta un buen día, cuando él entró a traerle la comida, ella lo encañonó con su pistola y amenazó con matarlo si no la dejaba tranquila. El marido, dicen, naturalmente accedió a su requerimiento. La anécdota, como la de tantas soldaderas, casi leyenda, se repite de generación en generación un poco como chiste y también como advertencia. Un fantasma de libertad y de poderosa fuerza dejaron estas mujeres –y sus hombres también– tras sus historias. ¿Y vivieron felices? Eso nunca se sabe.

CHICAS DE COLECCION

Diosas y brujas
de Mónica Bottero
Sudamericana-Fin de siglo
380 páginas.

Mujeres de armas tomar
de Isabel Valcárcel
Ed. Algaba
206 páginas.

No hagas preguntas
de Clare Longrigg
Ediciones B
365 páginas.

Las olvidadas
de Angeles Caso
Planeta
310 páginas.

Mujeres piratas
de Germán Vázquez Chamorro
Ed. Algaba
324 páginas.

Vidas de las musas
de Francine Prose
Ediciones del Bronce
468 páginas.

Los poderes de Venus
de Alicia Misrahi
Martínez Roca
387 páginas.

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Las cantineras chilenas, encargadas de acompañar a los soldados y muchas veces de ocupar su lugar en el frente, se vestían así: quepis, casaca, pantalones amplios y un fusil. (S.XIX)
 
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