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Viernes, 23 de junio de 2006

HISTORIAS DE VIDA

Mamá Africa

Treinta años exiliada por el apartheid, esta mujer de voz privilegiada siempre reivindicó su pertenencia a Africa. A sus 74 años, la cantante sudafricana Miriam Makeba se despide de la música para dedicarse a un hogar de acogida de mujeres adolescentes en su país: “Abrí el centro, es porque siento que las mujeres son las que sostienen”, dice mientras hace memoria.

 Por Carlos Galilea *

Un símbolo de Africa, uno de sus personajes más queridos y admirados, se retira. Miriam Makeba quiere despedirse con una gira de 14 meses. “Tengo 74 años y ya me resulta difícil viajar y moverme. Llega un momento en el que una tiene que decir ‘gracias’. Es hora de irse. No estoy diciendo que deje de cantar, porque mientras tenga mi voz voy a hacerlo, pero me he pasado la vida de un lado para otro y me gustaría tener tiempo para descansar en casa y poder estar con mis dos bisnietos.” Se apoya en un bastón tras un pequeño accidente en la rodilla izquierda. “No es por la edad”, explica con una suave sonrisa. Habla bajito. Recuerda lo que le dijo Stevie Wonder: “La edad sólo es un número”. “Si cuando uno se va haciendo mayor se pone a pensar ‘¡qué viejo soy!’, envejece. Muchas mujeres no quieren hablar de su edad. ¿Por qué no? Hay que envejecer con elegancia.”

El 11 de junio de 1990 regresó a Sudáfrica después de treinta años de exilio. Con pasaporte francés. “Cuando viajo en avión me duermo siempre, antes incluso de despegar. Pues no pude pegar un ojo desde que salimos de Bruselas. No podía creer que volvía. Tenía miedo. Pero estaba muy contenta de regresar a casa. Y seguía siendo la misma aunque no lo creyeran. Mucha gente, después de pasar un año o dos en otro país, vuelve con un acento diferente. El mío nunca cambió. En treinta años. ¿Sabe por qué? Porque estaba lejos físicamente, pero mental y sentimentalmente siempre estuve en Johannesburgo”. Una joven funcionaria del aeropuerto se acercó a pedirle el pasaporte. “Pensé: ‘¿Negra?, vaya, las cosas han cambiado’. Mandela había salido de la cárcel sólo unos meses antes y me asusté. Me rogó que la siguiera y yo sospeché... ‘Todos los demás pasajeros van por otro lado...’. De repente, las puertas se abrieron y había cámaras, mucha gente, mi hermano. Y Brenda Fassie empezó a cantar ‘Nkosi Sisekele’ [el himno del Congreso Nacional Africano (ANC), el partido de Nelson Mandela, y hoy himno oficial de la República de Sudáfrica]. La gente lloraba y yo lloraba. Y me tocaban y abrazaban. Era temprano por la mañana. Un lunes. Fue uno de los momentos más conmovedores y maravillosos de mi vida.” Se emociona. “Dejé las maletas en casa de mi hermano y fui al cementerio. Sentada sobre la tumba de mi madre me sentí como un bebé que duerme en el regazo materno. Le pedí perdón por no haberla podido acompañar.” No la dejaron. En 1960, Makeba había participado en un documental crítico con el régimen racista y, al ir al consulado de su país en Nueva York, le estamparon en el pasaporte “cancelado”. Tanto ella como sus discos quedaban prohibidos.

El 16 de junio de 1976, durante una revuelta, unos estudiantes mueren por disparos de la policía en Soweto, al sudoeste de la ciudad de Johannesburgo. “Yo sufría sabiendo que la gente estaba muriendo allí.” Soweto era el resultado de la ideología del Partido Nacional Afrikaner, llegado al poder en 1948: el odioso apartheid, una palabra afrikaans que quiere decir aparte, y que definía la política de segregación racial del régimen de Pretoria. Educación diferenciada, imposibilidad de acceder a la propiedad privada para los negros, prohibición de matrimonios mixtos y de relaciones sexuales entre personas de diferente raza... Ya en 1960, en Sharpeville, una marcha pacífica para protestar contra la ley de los pases –que restringía los movimientos a los negros– había terminado en carnicería. Aunque los manifestantes no llevaban armas, el ejército abrió fuego. Murieron 69 personas –entre ellas, dos tíos de Makeba–.

Ese año, 1976, declarado “Año contra el apartheid” por las Naciones Unidas, Miriam Makeba lee un discurso ante la Asamblea General. Esta mujer, que superó un cáncer y estuvo casada con el trompetista Hugh Masekela, cuenta en sus memorias que Marlon Brando fue a verla a un café de Melrose, en Los Angeles, y que la invitó luego a su casa. Conoció a cantantes de jazz como Sarah Vau-ghan, Carmen McRae o Dinah Washington. Y se hizo muy amiga de Nina Simone, que estaba en el Village Vanguard de Nueva York, con Duke Ellington, Miles Davis y Sidney Poitier, invitados por Belafonte, la noche de su estreno.

Miriam Makeba nació el 4 de marzo de 1932. Con 18 meses estaba en la cárcel con su madre. ¿El crimen? Elaborar cerveza –se llama umqombothi y se pronuncia con el característico chasquido de la lengua del idioma xhosa– y venderla para mantener a la familia. “A los africanos no se les permitía beber, y mi madre acabó en la cárcel por no poder pagar la multa. Eran 15 libras o seis meses. Hoy, las fábricas sudafricanas de cerveza la fabrican para vendérnosla a nosotros, que somos la mayoría de la población. Se apropiaron de la receta de nuestras abuelas y no les dieron un centavo a cambio.”

Su primera casa, una vivienda prefabricada, la alquiló cuando ya estaba cantando con los Manhattan Brothers, grupo que dejaría para unirse a las Skylarks. Al llegar a Londres, en 1959, no se atrevía a entrar en los restaurantes porque veía a blancos en las mesas. Y comer con ellos era impensable en Sudáfrica. En el vuelo de South African Airways que la había llevado a Europa viajó con tres asientos para ella porque nadie quiso sentarse a su lado: era la única pasajera negra. Tampoco era fácil la vida para un negro en el sur de Estados Unidos. “En un restaurante de Atlanta no nos dejaron cenar”, recuerda. El maître alegó que no aceptaban a “gente de color”. Y fueron los primeros negros en poder alojarse en un gran hotel de la capital de Georgia. “Vaya –pensé–, algunas cosas aquí se parecen a lo que ocurre allí de donde yo vengo”, dice riendo. Por entonces andaba con Harry Belafonte, al que en sus memorias llama Big Brother (Gran Hermano). “Con él aprendí a estar en el escenario. La disciplina. Me enseñó que si respetas al público, éste a su vez te va a respetar.”

Makeba cantó en aquella famosa velada del Madison Square Garden en la que Marilyn Monroe felicitó por su cumpleaños a Kennedy. Tenía fiebre y se sentía mal, así que se retiró pronto. “Mandaron una limusina a mi casa porque el presidente preguntaba dónde estaba la joven cantante sudafricana. Al final fui a la recepción y estreché su mano. Cuando volvía a casa pensé: ‘Yo, la pequeña Makeba, desde el anonimato de Sudáfrica, y un presidente quiere agradecerme haber cantado para él.” De manos del rey de Suecia recibió en 2002 el Premio Polar –especie de Nobel de la Música otorgado a Rostropovitch, Bob Dylan o Isaac Stern–. También posee el Dag Hammarskjöld por su labor humanitaria o, igual que Gorbachov y Simon Wiesen- thal, la Medalla de la Paz de la Sociedad Alemana para la ONU.

Sus discos se etiquetan ahora como world music. “¿De dónde vienen las otras músicas? ¿De Marte? Vaya estupidez. Si alguien me dice que es world, le doy las gracias por reconocer que nosotros también somos de este mundo. Y añado: ‘Sé que está siendo cortés, porque lo que realmente está queriendo decir es que nuestra música es del Tercer Mundo, igual que nuestro continente. Así que, por favor, no nos insulte’. Tengo 74 años y todavía me solicitan de muchos países. Sin tener una canción de éxito ni vender millones. La gente quiere verme y oírme.”

En abril actuó en Ciudad del Cabo ante más de 10.000 personas. Muchas lloraron al escucharla cantar “Africa is where I belong...” “Si lo hicieron, me siento feliz porque significa que he llegado profundamente a sus corazones. Africa es el lugar al que pertenezco. Es un continente muy rico que fue colonizado por naciones que se limitaron a llevarse de la tierra. Y no dejaron nada para la gente. Pero ya es hora de mirar y preguntarnos: ¿Qué hemos hecho?”

Miriam Zenzile Makeba vive en Johannesburgo y no recuerda quién la bautizó como Mamá Africa. “Viene de gente que me quiere. Es una manera que tienen de expresarme su afecto. La primera vez que la oí dije: ‘¿Por qué me llaman así? Africa es un continente enorme y colocan una gran responsabilidad sobre mis espaldas’.” Sus nietos y bisnietos la llaman Ma Ze –se pronuncia así–: por madre y por Zenzile –que significa “tú te lo buscaste” (“a mi madre le dijeron que no tuviera más hijos, y cuando llegué yo, mi abuela se lo espetó”)–. La madre de Miriam Makeba era una sangoma, una sanadora. De ella aprendió canciones tradicionales y muchas cosas sobre su cultura.

En Sudáfrica mantiene un hogar de acogida para niñas abandonadas o maltratadas. “Siempre quise ayudar a las jóvenes. Desde 1997 estuve organizando una campaña con otras mujeres para comprar esa casa.” El centro acoge a 18 de entre 10 y 17 años. “Tenemos que construir más refugios. Y nos falta dinero para poder tener una escuela con profesores, pero la tendremos.” Hay un dicho: “Educa a una mujer y educas a una nación”. “La razón por la que abrí el centro es porque siento que las mujeres son las que sostienen”, dice mostrando con el dedo una columna. “Nosotras embarazamos, parimos y educamos a los hijos. Los padres se han ido y las madres están ahí. Si dejamos a nuestras niñas en la calle, ¿qué país vamos a tener?” Nelson Mandela se lo habría confesado un día a Winnie: “Cuando vi a aquella jovencita supe que iba a ser alguien”.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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