Viernes, 29 de diciembre de 2006 | Hoy
SOCIEDAD
Natividad Obeso consiguió hacer de su condición de refugiada política –llegó desde Perú huyendo del gobierno de Alberto Fujimori– una identidad desde la cual batallar para hacer visible las dificultades de las migrantes y también su inmenso potencial de trabajo, tantas veces explotado.
Por Verónica Gago
Quince años atrás tuvo una cómoda rutina de pequeña empresaria: distribuía cerveza en Cajamarca, una provincia del norte del Perú. Pero en 1992 el gobierno de Alberto Fujimori la acusó de pertenecer a la guerrilla andina de Sendero Luminoso y fue encarcelada. Le sugirieron que su única opción era aceptar el cargo y por esa vía acogerse a la ley antiterrorista del arrepentido, por la que sería juzgada. Lo hizo para ganar tiempo y finalmente logró fugarse a la Argentina (por aquellos años no se requería visa para entrar al país). Su vida dejó de ser la que era y tuvo que inventarse una nueva, en medio de habitaciones minúsculas en las que se hacinaba junto a decenas de migrantes y sin nadie a quien pedir auxilio. Estuvo cinco años sin papeles, viviendo en hoteles como clandestina y sin poder ver a sus hijos, con el miedo de la deportación siguiéndole los pasos. Aunque aún no puede regresar al Perú, Natividad Obeso logró hacer de su condición de mujer refugiada y migrante una batalla política y hoy preside Amumra (Asociación de Mujeres Unidas Migrantes y Refugiadas en Argentina), un espacio de lucha que ha construido junto a muchas otras mujeres, en su mayoría peruanas y bolivianas. Además de participar del consejo asesor del Inadi, esta asociación acaba de inaugurar un centro integral sobre violencia para dar contención y asistencia médica y legal a las mujeres migrantes, especialmente expuestas al maltrato: “Es importante que la mujer migrante no permita que la violencia sea parte de su vida”, dice Obeso.
Antes de la década del ’90, quienes migraban de los países limítrofes hacia Argentina eran los varones. “Muchos venían por trabajo, otros por estudio. De los profesionales varones migrantes, la mayoría se nacionalizó argentino”, relata Obeso. Pero a partir de las crisis económicas latinoamericanas de esa década, la flamante convertibilidad argentina se convirtió en un imán más que atractivo. “Quienes entonces dieron el puntapié inicial para afrontar las crisis en sus familias y en sus países fueron las mujeres. Además se decía que se conseguía más trabajo para mujeres que para hombres y entonces ellas venían primero y trabajaban muchísimo. Era un momento también muy duro con la policía que permanentemente las llevaba detenidas. A mí, por ejemplo, me detuvieron, me sacaron todo lo que tenía y me obligaron a limpiar por completo una comisaría antes de dejarme ir. Por eso cuando escucho a mujeres contar testimonios que parecen increíbles yo inmediatamente los creo y me duelen mucho porque yo sé lo que significa pasarla muy mal.”
La idea, insiste Obeso, no es la de asociar a las migrantes con la imagen de la víctima. “Cuando a la migración se la victimiza no se está valorando el trabajo fuerte que hacemos. Hablamos de feminización de la migración para hablar también de esa fuerza: muchas migrantes son madres de familia e incluso jefas del hogar que se animan a viajar, a dejar a sus hijos a cargo de familiares, para encarar algo mejor. Todo ese desarraigo, por supuesto, es muy difícil. Muchas forman nuevas familias aquí. Y los maridos que ellas dejaron allá también lo hacen, aunque muchas veces sin avisarles y con el dinero que ellas les siguen enviando desde acá.”
Ese trabajo propiamente femenino que encuentran las migrantes en Argentina se encarna en cifras concretas: el 80% de las mujeres trabajadoras del hogar en el país son migrantes externas e internas. Por eso un proyecto entre manos de Amumra es formar el sindicato de trabajadoras del hogar (Obeso se resiste a llamarlas “empleadas domésticas” porque –argumenta– “no se encargan de domesticar a nadie”): “Hay una falta de derechos muy grande en este rubro: muchas mujeres migrantes trabajan de una manera casi esclava. La explotación laboral es enorme y nosotras tomamos conciencia de esto cada día. Por ejemplo, llegó hace poco a la organización el caso de una mujer que había trabajado dieciocho años acá en Argentina y falleció, dejó varios hijos y su familia no pudo reclamar absolutamente nada. Imaginate: dejan toda su vida y toda su fuerza de trabajo y luego no tienen ni el reconocimiento de una pequeña jubilación”.
“Fíjate que nosotras también queremos comprender eso. Y muchas veces creo que el racismo se da porque nosotras mismas nos hemos autodiscriminado. Nos dicen: ‘Tú eres peruca’ o ‘Tú eres bolita’ y nosotras mismas lo interiorizamos. Pero si yo soy peruana o boliviana y no peruca o bolita, no tengo que darles bola a esos insultos racistas, pero finalmente sí lo hacemos.”
Una de las posibilidades más lejanas para una migrante –con o sin papeles– es la de aspirar a obtener un pronunciamiento de la justicia que, con la excusa de portar otra nacionalidad, se vuelve esquiva, ajena. Fue por eso que el pasado 8 de marzo Amumra se decidió por la acción directa e instaló un tribunal de mujeres migrantes. El único espacio que les dio lugar fue la calle. “Las migrantes en Argentina hicimos durante años muchas denuncias y al ver que no teníamos respuesta, al constatar que no nos tomaban en cuenta, nos dijimos ‘vámonos a Plaza de Mayo, donde las madres argentinas empezaron a reclamar por sus derechos’. Convocamos un jurado internacional y todos colaboraron de buena onda porque a nadie se le dio un centavo”, explica Obeso.
La mayoría de los casos denunciaban violencia laboral, violencia familiar y abuso policial. Quienes lo sufrieron en carne propia inundaron la plaza con su testimonio, como un aluvión de voces. “En marzo del año que viene vamos a repetirlo: ahora queremos obtener los casos que se han presentado efectivamente en la Justicia pero que no se han resuelto o están paralizados. Entonces, además del efecto simbólico, la idea es que esta nueva sesión del tribunal pueda encarar acciones cada vez más concretas.”
El local del barrio de Chacarita (Dorrego 791) donde se reúnen las mujeres de Amumra cobija diferentes actividades: desde el inicio de trámites para conseguir el DNI hasta talleres de repostería o costura. Es sobre todo un lugar de encuentro, pero también una pizarra en la que buscar contactos, un espacio al que acudir para hacer denuncias o, de a ratos, un oasis de amigas. “Un día estábamos reunidas y una compañera me dice: ‘Chicas, ¿qué les parece si empezamos a hacer un spa para mujeres migrantes?’. Yo ni sabía qué quería decir ‘spa’. Y la que se le ocurrió la idea nos fue explicando, porque todas sabemos algo desde maquillaje hasta masajes...” Y explica con gestos y palabras que para una migrante un pequeño espacio de “cuidados y autoestima” donde reconfortarse y encontrarse con otras mujeres puede ser invalorable: “A partir de ahí se fueron agregando ideas: por ejemplo, la de hacer una lectura de reflexión por cada sesión de sábado o invitar a una psicóloga a que venga a charlar otro día; en fin, lo que se nos vaya ocurriendo. Pensamos también que cada una de nosotras traiga ese día un buen traje, que venga vestida con lo mejor que tenga para que salga completamente embellecida. Planeamos empezar en marzo. Antes hay que comprar algunas cositas, sólo nos faltan ciertos recursos materiales, porque los recursos humanos son los que nos sobran”.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.