Viernes, 12 de enero de 2007 | Hoy
TEATRO
Independencia es un pequeño pueblo del interior de Estados Unidos, pero según las cuatro actrices que se trasladan a él en cada función, a través del texto de Lee Blessing, bien podría ser uno de la provincia de Buenos Aires. Es que la ubicación geográfica se diluye cuando lo que está en juego es la relación entre madres e hijas, tan complicada como imposible de evitar para cualquier mujer.
Por Marta Dillon
Cuatro actrices se entusiasmaron tanto con un texto teatral que decidieron formar una cooperativa, conseguir la plata y producir una pieza titulada Independencia, del norteamericano Lee Blessing (1949), dramaturgo fecundo varias veces premiado en su país pero nunca estrenado en la Argentina. Entre Cristina Dramisino, Cecilia Chiarandini, Mora Recalde (también diseñadora del vestuario) y Salomé Vega se percibe una feliz complicidad, un estado de gracia sustentado por distintos factores: una obra que las apasiona en el nivel personal y en el artístico, la dirección de Lizardo Laphitz, maestro muy querido de todas ellas, la concordia que reina en el grupo. “Como socias de la cooperativa hemos funcionado con mucha disciplina, transparencia, democracia. Cada una cubrió un rol determinado, nos comunicamos todo el tiempo, tiramos para el mismo lado con mucha mística. Una experiencia muy buena que se suma al trabajo sobre el escenario conducido por Lizardo. Hemos vivido momentos delicados, revivido crisis, broncas, experimentado nostalgias de episodios pasados”, dice Dramisino.
Aunque escrita en los ’80, la pieza de Blessing, que transcurre en un pueblito de Iowa llamado precisamente Independence, mantiene su vigencia gracias al tratamiento comprensivo, sutil y perspicaz de la relación entre una madre y sus hijas (“Podría ser Independencia, provincia de Buenos Aires, hoy”, señala una de las intérpretes). Una relación que ha fascinado en reiteradas oportunidades al cine y al teatro, signada por dependencias y rupturas, admiraciones y rechazos, crisis y reconciliaciones que el autor norteamericano plantea y sintetiza admirablemente en un relato escénico que transcurre en pocos días, en la casa familiar habitada sólo por mujeres. El devenir dramático está marcado por la visita de Kess, la hija mayor lesbiana, profesional exitosa, que hace varios años logró despegar de Evelyn, la madre manipuladora y un tanto desequilibrada. Jo, la segunda hija que está embarazada del mujeriego del pueblo, ha logrado –con el pretexto de un leve accidente que magnificó– hacer venir a su hermana emancipada con la inconfesada finalidad de que la ayude a cortar amarras. Entretanto, Sherry, la menor de 19, hace alarde de sus múltiples experiencias sexuales con forzado cinismo. “Cuando mi hija adolescente, pura pólvora, leyó el texto me dijo: no tenés que ensayarlo, mamá, sos vos”, ríe Dramisino, que encarna a Evelyn. “Y yo, por supuesto, no me veo de ese modo como madre.”
¿De qué manera les pegó este texto como hijas, y a vos Cristina también como madre, más allá de su indiscutible calidad?
Cristina Dramisino: –Me crié en una casa con una figura materna muy fuerte, y ahora estoy en un sandwich generacional: mi mamá, que me tuvo a los 38, suma 95 años, y mi hija, que tuve a los 40, está en los 16. Esta situación me ayudó a comprender con mucha intensidad la obra desde distintos lugares. Mi mamá ha sido el centro de mi vida, no la pude abandonar nunca y todavía, pese a su edad, su opinión pesa. Creo que mi marido se casó conmigo, con el Banco de Boston, con mis padres, pero la que siempre dominó la escena es mi mamá, una persona a la cual nunca nada le viene bien y sabe cómo lograr sus objetivos. Ella manifiesta su incomodidad de tal manera que consigue lo que quiere. Hace poco fue operada de cataratas y ahí estaba en silla de ruedas en una clínica de Chascomús. Aunque supuestamente no veía, se quejó: ‘Hay mucha gente ¿a todos los van a operar de cataratas? Si es así, más vale morirse acá sentada’. ¿Qué logró? Que alguien dijera rápidamente: ‘Que pase la abuelita’... la verdad es que yo he tenido una presencia femenina muy contundente en mi familia, mujeres de armas tomar que vienen desde la primera vasca que viajó sola en barco a casarse acá con el vasco que no conocía, sin saber bien a dónde venía”. Toda una rama femenina que ha marcado poderosamente su impronta. Conclusión: no me resulta para nada extraño el mundo de las Briggs porque hasta mis amigas íntimas, como las hermanas que no tuve, fueron gajos de mamás recias. ¿Quizá producto de determinada generación? Podría ser. Pero hay algo de la relación madre e hija que sigue siendo difícil: por eso ahora, este aparente desgaje de mi hija adolescente me duele tanto aunque tenga clarísimo que lo más natural es que ella busque su propio camino. Por eso entiendo tanto el desgarro de Evelyn frente al abandono de Jo.
Cecilia, vos tuviste otro acercamiento a la obra puesto que la tradujiste, es decir, en un punto la reescribiste.
Cecilia Chiarandini: –Conocía ese texto desde hace mucho, lo había leído y releído con sumo interés. Me puse a traducirlo en 2006, se lo llevé a Agustín Arezzo y le encantó. Hablamos con Lizardo Laphitz que fue de la misma opinión y empezamos a armar el elenco. Creo que la pieza tiene algo universal y atemporal. Y sí, cuando la empecé a traducir, aunque la conocía tanto, fue como leer una obra nueva, cada vez más cautivadora, hice varios descubrimientos.
¿Hasta dónde te tocó este texto como hija?
C.Ch.: –La mayor parte del tiempo me llevo muy bien con mi mamá, pero las pocas veces que estallamos es con todo. El amor es prioritario en nuestra relación, pero los estallidos pueden ser terribles. En la pieza había una situación nueva para mí como hija, porque mi madre es bastante distinta a Evelyn. Entonces, el tener que investigar otros aspectos de la relación madre-hija me resultó muy estimulante. Sobre todo porque Evelyn y Kess tienen un vínculo muy fuerte, aunque yo, Kess, logré soltarme, independizarme, y eso ella no me lo perdona. Por eso, yo vuelvo y es una fiesta, pero también el pase de facturas permanente. El corte ha dejado una huella imborrable en ambas.
Mora, ¿cómo te conectaste con Jo, la hija del medio, a punto casi de, en cierta forma, fugarse?
Mora Recalde: –En la vida real, soy la hija menor en una familia de varones, con hermanos, primos. Por lo tanto, mi mamá y yo representamos a las mujeres de la familia. Cuando leí el texto y vi la dificultad de Jo para dejar a su madre, recordé una situación familia de años atrás. Mis hermanos se fueron de casa con un mes de diferencia, cuando yo tenía 17. Y lo que pensé en ese momento fue “entonces, yo no me voy a poder ir nunca”. Fue una sensación que me acompañó durante un tiempo, que después pude madurar. Mi mamá también me tuvo a los 40, y ella tenía muy claro que yo me iba a ir, y la verdad es que me lo facilitó, cosa que le agradezco. La relación con mi mamá es muy distinta a la de Jo con la suya, lo mismo puedo decirte del modo de vida familiar. De modo que fue atractivo construir un personaje y una situación que me eran ajenos, salvo a aquella sensación de “yo no me voy a poder ir de aquí”, que cargo a través de toda la obra.
¿Tuviste amor amenizado por portazos?
M.R.: –Por supuesto que sí, muchos portazos. De hecho, me fui dando uno. Yo me reconozco en muchas cosas de mi mamá. Después de 14 años de terapia siento que aprendí a disfrutar de mi relación con ella, cosa que no podía antes, cuando era una adolescente tremenda. Como mi mamá es una persona muy fuerte, había que dar portazos, tratar de ganar esa pelea.
¿Y también la necesidad de ser querida, reconocida?
M.R.: –Claro que sí, sobre todo en la decisión de ser actriz, algo que no cae muy bien en una familia de abogados. Esa fue una batalla a ganar. Con mi madre aprendí, después de muchas peleas, a entendernos. Empecé a ver sus cosas positivas. Este texto también me amiga con ella, me ayuda a valorarla, a apreciar todas las posibilidades que me dio. Es muy catártica esta pieza, creo que no hay forma de no crear empatía con alguno de los personajes, de no encontrarte con algo que viste, viviste, transitaste, sufriste... Para una actriz es una bendición que te llegue un texto de esta calidad.
A vos, Salomé, te tocó la niña terrible, la malquerida Sherry.
Salomé Vega: –Dejame decir que para mí también esta pieza es un enorme regalo del cielo, porque yo no figuraba en el elenco original: había otra intérprete que no pudo seguir por compromisos de trabajo. Atendí el teléfono y ahí estaba la oportunidad maravillosa. Tengo 21 y hace poco que empecé a trabajar como actriz, hago otras cosas. Se cumplió mi gran deseo para este 2007, parecía inalcanzable pero ocurrió el milagro: me llaman para trabajar en una obra con un elenco hermoso, con un director talentoso al que adoro. Lo único que faltaba era que me gustara el texto, y obvio es decir que la pieza me pareció fantástica. Además, cuando la leía era: “Hola, mami, estoy leyendo un texto sobre vos, sobre mí”. Tremendo, me tocaba en muchos puntos porque a mí me ha costado mucho irme de casa. Para mí, la relación entre madres e hijas está unida por un cordón umbilical doble, que te toca en una zona muy profunda aunque no quieras. Yo me fui muy mal, como a Jo me costó un montón pese a que mi mamá me apoyaba, pero hasta el día de hoy me pasa que cuando ella me da su opinión sobre algo, se la discuto, me resisto, y después termino haciendo lo que ella me sugirió o me indicó. En fin, esas cosas que te dicen las madres y que por más que protestes y que digas que pensás distinto, una las escucha. Es que la madre es la madre y te conoce mejor que nadie. Te podés relacionar con ella sin siquiera hablar, ella sabe lo que te pasa y vos sabés lo que está pensando. Es una relación de sufrimiento y de amor que la obra refleja con tanta inteligencia. Por otro lado, me cuesta la decisión que toma Sherry, mi personaje, no me identifico en nivel personal. Entonces, me tengo que conectar desde otro lugar, el de esta hija que parece tan sola. Totalmente arrasada, no le importa nada, exhibe ese desparpajo. Lo primero que pensé fue: esta chica se armó un personaje porque no aguanta tanto dolor, está desbordada. Sólo le queda hacerse la dura. Lo que yo percibo en la obra es que son ellas tres y yo. Y mirá lo que me pasa –esto nunca se los dije, chicas–, hasta celos me dan. Porque Sherry está totalmente aparte, Kess se ocupó de dar en adopción el hijo que la menor tuvo a los 15, pero se fue y nunca más se preocupó por ella. También creo que hay valentía en Sherry, trata de poner el pecho.
Es de suponer que el trabajo con Lizardo fue sobre rieles.
C.D.: –Es un director que te da total independencia para los roles, las marcaciones fueron mínimas. Los ajustes se hicieron en total consonancia, con aportes sensacionales desde la mirada masculina. Como hijo, contando sus experiencias con su mamá, sumó mucho.
M.R.: –Lizardo fue docente mío, un gran docente, pero es la primera vez que me dirige. El reencuentro fue muy bueno, él te da toda la libertad de probar y a la vez, sabe orientarte.
C.Ch.: –Coincido con ambas porque se trata de un director que te incita a hacer descubrimientos. Creo que él, dejándonos hacer, guió el enfoque para que Independencia no se transformara en una comedia liviana con toques dramáticos, para que aflorara toda su hondura.
S.V.: –A los 15 empecé a estudiar con Lizardo, de modo que para mí tiene algo de figura paterna y es tocar el cielo que él sea el director. Cuatro mujeres juntas pueden ser un peligro interesante, nos gusta irnos por las ramas, divagar, cultivar la dispersión, creativa por supuesto. Y Lizardo era el director ideal para organizar y darle forma a toda esa búsqueda y experimentación.
Independencia, desde hoy los viernes a las 21 en Andamio 90, Paraná 660, a 4373-5670, a $ 20, estudiantes y jubilados a $ 10.
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