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Viernes, 12 de enero de 2007

PERFILES

Hablar por la herida

Hace sólo 13 años rompió con su familia en Somalia al decidir escaparse de un matrimonio concertado. A los cinco sufrió la ablación de sus genitales. Fue diputada al Parlamento holandés y está amenazada de muerte por su lucha por los derechos de las mujeres musulmanas. Sin embargo, Ayaan Hirsi Alí es capaz de bendecir la suerte que le ha permitido vivir para contarlo.

 Por Yolanda Monge

¿Cuántas mujeres nacidas en el hospital Digfeer de Mogadiscio (Somalia) en noviembre de 1969 siguen vivas? ¿Y cuántas de ellas tienen voz propia? “La decisión de escribir este libro no me resultó fácil. ¿Por qué iba a mostrar al mundo unas memorias tan íntimas? No quiero que mis argumentos se consideren sacrosantos por el hecho de haber vivido experiencias terribles, algo que además no es del todo cierto. En realidad, mi vida se ha visto marcada por una enorme dosis de buena fortuna.” Habla Ayaan Hirsi Alí, hija de Hirsi, que era hijo de Magan, y éste de Isse, e Isse de Guleid, que a su vez era hijo de Alí... Una familia que salió de Arabia hacia Somalia hace 800 años, cuando comenzó el gran clan de los Darod. Hirsi Alí es una Darod, una Harti, una Macherten, una Osman Mahamud. Es de la rama llamada la Espalda Más Alta. “Eres una Magan. Recuérdalo siempre”, le advertía su abuela, agitando una vara delante de ella mientras la obligaba a memorizar a sus descendientes. “Los apellidos te harán fuerte. Son tu linaje. Si los honras, te mantendrán viva. Si los deshonras, te abandonarán. No serás nada. Llevarás una vida miserable y morirás sola.”

Al nacer

Hace 37 años, Ayaan Hirsi Alí pesó poco más de un kilo y medio. A su madre le pronosticaron: “Este bebé no va a vivir”. Su madre se decía a sí misma: “Este bebé no va a vivir”. Ayaan no iba a vivir cuando enfermó de malaria y neumonía. Ni cuando le extirparon los genitales y creyó morir del dolor, y después de una herida que no cicatrizaba. Estuvo a las puertas de la muerte cuando el maestro que le enseñaba el Corán le fracturó el cráneo. Pero vivió. “Sigo viva, y eso es mucho más de lo que pueden decir los millones y millones de mujeres musulmanas que han tenido que rendirse, que viven encerradas en una jaula llamada Islam.” Anatema. Blasfemia. Impura. Sus palabras le han supuesto una sentencia de muerte. El guión que escribió para la película Submission: Part I le costó la vida al director de cine Theo van Gogh, acribillado a balazos, degollado y su pecho utilizado como tablón de anuncios: el asesino clavó allí una nota para Hirsi Alí, una carta muy concisa, como una fatwa –según los testigos, Van Gogh llegó a esgrimir el sentido común holandés antes de morir ajusticiado: “¿Seguro que esto no podemos hablarlo?”, aseguran que dijo–.

Desde septiembre

De 2006, esta fiera defensora de la libertad vive en la capital de Estados Unidos. “La situación se hizo insoportable en Holanda. De un día para otro me quedé sin empleo –como diputada en el Parlamento holandés–, sin nacionalidad –la ministra de Inmigración Rita Verdonk le retiró su pasaporte tras alegar que había mentido al solicitar el asilo–, sin hogar –sus vecinos pidieron que fuera expulsada de su casa por creer que comprometía su seguridad–, sin futuro; vivía escondida, estaba amenazada de muerte.” Estados Unidos le abrió las puertas. Christopher Demuth, presidente del American Enterprise Institute (AEI), un instituto de estudios de Washington, le ofreció empleo. Desde luego que habrá quien, al saber que Hirsi Alí trabaja en el centro de estudios de carácter conservador, ha sonreído complacido como diciendo: “Ahora se explica todo, ya lo sabíamos: era del equipo de Bush”. En el mundo de lo políticamente correcto que vivimos, Ayaan Hirsi Alí dice verdades que duelen, es una gran crítica de los relativismos culturales que tanto proliferan en Occidente y que, a su juicio, encierran a los seguidores del Islam en su atraso. “Eso es racismo en su acepción más pura. No me asusta la idea de que me tilden de derechista. Cada cual puede tener sus ideas sobre EE.UU., pero yo creo que sigue siendo el líder del mundo libre. No creo estar vendiéndome por pensar, plasmar mis ideas en estudios en EE.UU. En Washington tendré mucho más tiempo para pensar que cuando formaba parte de la política en Holanda e intentaba que el ideario del partido recogiera mi sensibilidad; me propuse que el Islam formara parte del debate político y lo logré. Cuando he defendido la idea de que había que cambiar la situación de las musulmanas de inmediato, la respuesta que he obtenido es la de que hay que tener paciencia. ¿Fue eso lo que dijeron a los mineros del siglo XIX cuando luchaban por los derechos de los trabajadores? Europa parece estar cegada por el llamado multiculturalismo, subyugada al imperativo de ser sensibles y respetuosos con la cultura de los inmigrantes, defendiendo los relativistas morales. ¿Es cultura ser lapidada?”

Hirsi Alí

Estaba condenada a una vida de sometimiento. A Alá. Al clan. A su padre. A los varones de la familia. Su abuela –“una mujer iletrada que vivía en la edad de hierro y que consideraba los sentimientos una necedad autoindulgente”– aterrorizó su infancia: “Una mujer sola es como un pedazo de grasa de oveja a pleno sol. Acudirá cualquier cosa y comerá de esa grasa. Antes de que os deis cuenta, las hormigas y los insectos la habrán invadido hasta que apenas quede una mancha de grasa”. Durante años, esa imagen protagonizó las pesadillas de la pequeña Ayaan. Se crió en Somalia, de donde huyó con su familia para refugiarse en Arabia Saudita, Etiopía y Kenia.

Iba a decirle que me hablara de su infancia...

–(Ríe.) Pues tuve una infancia normal, normal para los que eran como yo, claro. Por eso, cuando llegué a Holanda y vi que los pequeños tenían derechos, que los padres leían libros sobre cómo educar y sobre cómo jugar con sus hijos, pues... mi mundo empezó a ser otro, el de una persona libre que no vive atemorizada por la religión ni por la casta ni por su sexo. La razón no existía. Se obedecía y punto. Cuando a los 14 años tuve mi primera menstruación creí que tenía un corte en el vientre y que iba a morir, pero no dije nada. Imaginaba que aquello era algo vergonzoso, no sabía por qué. El día en que mi hermana enseñó a mi madre mi ropa interior manchada de sangre, mi madre lo primero que me gritó fue “sucia prostituta” y empezó a golpearme con el puño cerrado. Mi hermano mayor me tuvo que rescatar y explicar que lo que me estaba sucediendo era algo normal.

“Yo era una mujer somalí y, como tal, mi sexualidad pertenecía al amo de mi familia, mi padre o mis tíos”, escribe en su libro.

Así es, además, se encargaron de coserme para garantizar que llegara virgen al matrimonio, entre otras cosas. Esa barrera sólo la podría romper mi marido.

Usted ha sufrido la ablación. ¿Qué edad tenía?

Cinco años. Fue a esa edad cuando mi abuela decidió que me sometiera al rito de la purificación, en contra del deseo de mi padre, que no apoyaba esas ideas por considerarlas antiguas y aberrantes. Pero mi padre no estaba. Y en Somalia, al igual que en muchos países de Africa y Medio Oriente, se purifica a las niñas mutilándoles los genitales. Con lo que un buen día mi severa abuela decidió que nuestros kintir, nuestros clítoris, eran muy largos. “Tu clítoris llegará a ser tan largo que se balanceará de un lado para otro”, nos decía a mi hermana y a mí. Yo no entendía nada. Hasta que un día me tocó vivirlo. Recuerdo que un hombre llegó a casa; casi seguro que era un circuncisor tradicional itinerante del clan de los herreros. Primero, mi abuela se encerró con mi hermano y le hicieron algo, no sabía qué, pero había sangre y mi hermano se quejaba, tenía la cara desencajada y la mirada aterrada. Luego me tocó a mí. El hombre tenía unas inmensas tijeras en la mano. Mi abuela y otras mujeres me sujetaban. Aquel hombre puso su mano sobre mi sexo y empezó a pellizcarlo, como mi abuela cuando ordeñaba las cabras. “¡Ahí está el kintir!”, dijo una de las mujeres que ayudaban en el rito. Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el clítoris. Lo oí perfectamente. Clack. Como cuando se corta en una carnicería un pedazo de carne. El dolor que se experimenta no tiene palabras, me subía por las piernas, no dejaba de aullar, me invadió entera, un dolor imposible de explicar. Pero después de que te han mutilado, después de que notas cómo la sangre te corre por las piernas, me cosieron. Aquel señor tenía una enorme aguja sin punta y con ella remató su faena. No acababa nunca la pesadilla. No recuerdo más de mi propio dolor, pero sí del de mi hermana pequeña; sus chillidos me helaban la sangre. Haweya –quien vivirá una existencia dura y acabará muriendo tras una violación en Nairobi cuando estaba embarazada– luchó tanto, intentó zafarse de tal modo, que al hombre se le escapaba de las manos. Le cortó los muslos y las cicatrices las llevó de por vida.

Hay muchas Ayaan

Muchas Haweya. Miles de niñas mueren durante o después de la ablación, a causa de infecciones. Pero, además de la muerte, esta brutal práctica provoca otras complicaciones que causan inenarrables dolores que pueden llegar a prolongarse durante toda la vida. En Somalia, donde casi todas las niñas están mutiladas, esta práctica se justifica siempre en nombre del Islam. Cuando Hirsi Alí intentó, desde su papel de mujer política en Holanda, abordar temas como la ablación o los crímenes de honor, sus compañeros de entonces –llegó a diputada con los liberales–, le echaban en cara que no respaldara sus argumentos con datos. Y es que no podía hacerlo. Porque no existen. Los funcionarios del Ministerio de Justicia holandés alegaban que no contabilizaban los crímenes de honor porque, al establecer ese criterio, se estaría “estigmatizando a un grupo de la sociedad”.

¿Cuál es la relación que tiene con su cuerpo? Tantos años viviendo en la convicción de que el mundo era “haran” (pecado), tantos años negando su sexualidad...

Soy capaz de contemplarme desnuda ante el espejo, fugazmente, pero no es fácil. Disfruto el sexo. Pero tengo muchas amigas que no pueden, por razones físicas, porque el clítoris les fue extirpado, o porque sencillamente son incapaces, siguen prisioneras.

Mujer. Negra.

Musulmana. Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, España) es el relato autobiográfico de Ayaan Hirsi Alí, una mujer que ha luchado para dejar de ser esclava de la religión islámica y formarse como persona, llevada casi exclusivamente por su propio ímpetu, en una trayectoria en la que destaca la sinceridad que es la que al final le ha permitido distanciarse tanto del fundamentalismo islámico como de la corrección política europea. Con un estilo directo, claro, transparente, contundente e inteligente, la ex diputada desgrana en su libro la dramática historia de una revolución personal.

¿Por qué abandonó su religión?

Sentí que me estaba convirtiendo en una apóstata tras el 11S. Todas las declaraciones que Osama bin Laden y su gente citaron del Corán para justificar los atentados las busqué y estaban allí. Bin Laden citaba verdaderamente las aleyas de nuestro texto sagrado. “¡No es posible!”, pensé. Pero lo era, ¡allí estaban! El rechazo fue algo natural. Más tarde leí un libro, un libro que sabía que no me hacía falta leer porque yo ya había roto con Dios: El manifiesto ateo. Antes de llegar a la cuarta página sabía que había echado a Dios de mi vida. Me había vuelto atea. Lo descubrí estando de vacaciones en Grecia, y como no tenía a nadie a quien decírselo, me miré en el espejo y me dije: “No creo en Dios”. Hablé muy despacio y en somalí. Y me sentí bien, no experimenté ningún dolor, sino una gran claridad. La perspectiva de abrasarme en el infierno desapareció y mi horizonte se hizo muy amplio.

¿No cree que pueda haber un Islam moderado?

La gente dice que los valores del Islam son la compasión, la tolerancia y la libertad, y yo observo la realidad, las culturas y los gobiernos, y veo que eso, lisa y llanamente, no es así. En Occidente, muchos aceptan ese tipo de aseveraciones porque han aprendido a valorar las religiones o las culturas de un modo no demasiado crítico por miedo a que los llamen racistas. Lo peor que se le puede llamar a un holandés es racista. Su pasado colonizador, el apartheid en Sudáfrica...

Es la europea

Del año 2006. La revista Time la consideró en 2005 una de las 100 personas más influyentes del mundo. Cuando le comunicaron la noticia, Hirsi Alí corrió a comprar un ejemplar. Pero faltaban semanas para que el número estuviera en los quioscos. El Time que compró hablaba de la pobreza en Africa. En la portada había una mujer joven y delgada con tres niños pequeños. Llevaba una ropa como la que llevaban su abuela y su estricta madre, y en sus ojos se leía la desesperación. Dice la mujer que pesó un kilo y medio al nacer, que aquella imagen la transportó a Somalia, a Kenia, a la pobreza, a la enfermedad y al miedo.“¿Por qué no estoy en Kenia en un campo de refugiados agachada ante un hornillo de carbón cocinando? –pensó entonces– ¿Por qué me convertí en parlamentaria holandesa? He tenido suerte. Soy afortunada. No muchas mujeres son afortunadas en los lugares de donde vengo. Estoy en deuda con todas ellas de alguna manera.

¿De qué manera?

Necesito encontrar a las mujeres que permanecen atrapadas en la jaula mental del Islam, en la estructura de la irracionalidad y la superstición, y convencerlas de que tomen en sus manos las riendas de sus vidas. En los últimos 50 años, el mundo musulmán se ha visto catapultado a la modernidad. Entre mi abuela y yo media un lapso de tan sólo dos generaciones, pero en realidad el salto es milenario. Hoy, cuando se cruza la frontera con Somalia, se retrocede en el tiempo cientos de años. Y no creo que hagan falta 600 años de reforma para que los musulmanes cambien el concepto de igualdad y derechos individuales.

De el pais, madrid, para pagina/12.

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