Viernes, 16 de marzo de 2007 | Hoy
INTERNACIONALES
En un complejo escenario político –cerca de mil feminicidios en los últimos cinco años, más de 35 de guerra civil, 200 mil víctimas entre muertos y desaparecidos y la impunidad sobrevolando sobre estas cifras–, Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz en 1992, será la primera candidata indígena a la presidencia
en la historia de Guatemala.
Por Veronica Gago
La guatemalteca Rigoberta Menchú –Premio Nobel de la Paz en 1992– confirmó hace algunos días que se postulará como candidata a presidenta por su país para los comicios de septiembre. Además de ser la primera candidata mujer en la historia de Guatemala, de ser electa, Menchú marcaría un hito: sería la primera mujer indígena de América latina en llegar a ese puesto. Hace apenas un mes lanzó el movimiento político maya Winaq, que significa “equilibrio e integridad”. Menchú irá a elecciones en alianza con el Partido Encuentro por Guatemala (PEG), otra fuerza creada también por una mujer, Nineth Montenegro, diputada y fundadora del Grupo de Apoyo Mutuo que aglutinó desde 1984 a madres, esposas e hijas de desaparecidos que se fueron encontrando en morgues, hospitales, cárceles y destacamentos buscando a sus familiares. Montenegro, al darse a conocer la alianza, declaró: “No recuerdo que haya habido en la historia del país un encuentro de dos mujeres a este nivel (...); es un proceso histórico en el que asumimos un compromiso ético y moral para sacar adelante al país, y buscamos ser un ejemplo de armonía para conseguir seguridad integral y la reestructuración del Estado”. Menchú, a su vez, señaló que antes de conocerse su candidatura un 50 por ciento del electorado había declarado no querer votar, por desconfianza con los partidos tradicionales; con su anuncio, dijo, “se ha producido un terremoto que cambia la fisonomía del país” y aclaró que “los guatemaltecos han creado fantasmas y temores. Tenemos que decir que las mujeres y los indígenas no lo somos”.
Menchú, en diversas declaraciones a la prensa, ya empezó a definir el perfil de su candidatura: “Nos urge crear un modelo intercultural basado en la inclusión. Nuestra candidatura es un termómetro para medir hasta dónde el sufrimiento del conflicto armado sigue vigente en la población, para ver si hemos abandonado los pensamientos radicales de racismo, de fascismo, de extremos. Queremos ser la referencia de una juventud que no es izquierda ni derecha, ni vivió la guerra. Nos toca escuchar”, sintetizó.
La historia de Menchú –hoy de 48 años– espeja buena parte de la larga y compleja guerra civil guatemalteca: su militancia la obligó a exiliarse en 1981 y recién pudo regresar al país en 1996, luego de que se firmaran los Acuerdos de Paz. Sin embargo, ya desde 1983 se hizo conocida en el mundo entero gracias a la publicación del libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, que vio la luz cuando ella tenía poco más de veinte años. Se trató de un testimonio que esta mujer indígena maya-quiché, nacida en una aldea campesina del noroccidente de Guatemala, brindó a la antropóloga Elizabet Burgos (esposa de Régis Debray, el escritor francés que participó en la guerrilla del Che en Bolivia) durante una semana de grabaciones en París. El texto funcionó como relato de difusión de la realidad del campesinado indígena guatemalteco y los conflictos políticos que envolvían al país desde la década del ’60, llegando a traducirse en más de doce idiomas. Más tarde, a principios de los ’90, este libro también desató polémicas sobre la autenticidad de algunos tramos del relato. Menchú fue respaldada por decenas de intelectuales que vieron en esas acusaciones una campaña de descalificación en su contra. Sin embargo, la fuerza de aquel testimonio en el momento de su aparición radicó en que la palabra de Menchú asumía una voz colectiva: “Quiero hacer un enfoque (en) que no soy la única, pues ha vivido mucha gente y (este testimonio) es la vida de todos”. La cultura de los pueblos en el Altiplano guatemalteco es retratada bajo múltiples imágenes: la resistencia por los derechos a la tierra, los ritos de nacimiento, casamiento y extremaunción, la explotación del trabajo en los campos de algodón y café, la migración a la ciudad y la opresión de las mujeres tanto en las culturas ladina (no indígena, mestiza) como indígena. Pero también se retratan los caminos de organización y defensa que las poblaciones urbanas y campesinas protagonizaron en medio de la ofensiva represiva.
El flamante movimiento Winaq fundado por Menchú no busca ser “exclusivamente indígena, sino una expresión multicultural y multilingüe”, declaró su líder. Además del PEG, acompañan su candidatura diversos intelectuales, líderes religiosos, activistas de derechos humanos y representantes de la mayoría de las 23 etnias indígenas de origen maya que habitan Guatemala y que son más del 40 por ciento de la población del país.
El contexto guatemalteco es de los más complejos de América latina: el genocidio tras casi cuatro décadas de guerra significó, según la Comisión de la Verdad, más de 200 mil víctimas entre asesinados y desaparecidos. Y la historia militar y paramilitar de crímenes sigue estando pendiente en términos de juzgamientos a los responsables.
Otra de las graves consecuencias del conflicto armado que se prolonga actualmente es el feminicidio, frecuentemente comparado en su gravedad con el de Ciudad Juárez en México. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, sólo entre 2001 y agosto de 2004 fueron asesinadas 1188 mujeres en Guatemala. Las mayoría de las víctimas fueron mujeres entre los 12 y 25 años, que viven en los barrios marginales de las ciudades. Según algunos medios informativos, en los dos primeros meses de 2007 han sido asesinadas 105 mujeres y otras 578 el año pasado, muchas torturadas y violadas antes de morir. Según ha reconocido el propio gobierno, apenas 25 casos fueron objeto de una investigación. En este complejo escenario, el diagnóstico que hace Menchú de la Guatemala actual tiene como prioridad la “seguridad”: el principal problema –dijo– es “cómo podemos enfrentarnos al crimen organizado. Junto con la corrupción y el narcotráfico, ha constituido una fuerza que no es paralela al Estado. Es realmente un Estado dentro de él. (...) Si la delincuencia organizada llega a los tribunales, al rato está libre, porque no se garantiza la seguridad del juez. Esta situación no se puede limpiar en un período de gobierno. Pero sí crear un plan adecuado de trabajo”, declaró Menchú en Madrid.
Algunos análisis ya señalan un eje indígena impulsado por Evo Morales en Bolivia y por la política del presidente Rafael Correa en Ecuador, a la que Menchú podría sumarse. Menchú respondió prudente a la insinuación: “Winaq debe usar su propio traje, tener su propio corte y confección. Somos hermanos, podemos aprender mucho de Ecuador, de Bolivia, de otros países. Occidente nos quiere uniformar, pero no somos uniformados, somos multicolores, así como somos diversos”.
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