Viernes, 16 de marzo de 2007 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
Gracias a una auspiciosa mutación en algunos de sus formatos y estilos habituales, la señal de cable Playboy ofrece desde el jueves pasado el primero de sus nuevos ciclos de la actual temporada: Sexo seguro, dirigido por Israel Adrián Caetano (los jueves a la 1, en trasnoche, repite los miércoles a la misma hora). Para abril se anuncia el inicio de los diez Cuentos cortos –más tres programas especiales–, de Marcelo Céspedes, y en mayo arrancan los trece capítulos de Circo rojo, del dramaturgo y director teatral José María Muscari (quien ya codirigió con Caetano Mujeres elefantes, futura presentación de Canal 7). Sin duda, tres nombres insólitos en el género erótico o soft porno televisivo.
Más allá de los logros, respectivamente, de los citados estrenos (a los que se sumarán otros), justo es considerar que se trata de una etapa de transición para este sello que llega a Latinoamérica, España y Portugal. Etapa que ojalá avance tanto en calidad artística como en lo que hace a la ruptura de moldes preestablecidos, de fórmulas probadas, es cierto, pero sin duda obsoletas y que tienden a nivelar para abajo. Hasta un punto, estas ficciones que no cruzan la línea de la pornografía propiamente dicha –genitales de mujeres y varones a la vista, a veces en primer plano, sexo explícito en sus diversas formas– se pueden permitir mayores libertades creativas. Esto es, recurrir a directores como los citados, a guionistas capacitados, a intérpretes que merezcan el nombre de actores o actrices, y también a algún lujo en el arte, la luz, la música.
Al género erótico que circula por terrenos escabrosos sin caer en las evidencias del porno duro (“documental fisiológico”, lo llama Roman Gubern), bien podría aplicársele, en sus mejores expresiones, la definición de André Bretón: “Lo que corre a lo largo del precipicio, evitándolo por escaso margen para mantener el vértigo”. Desde hace siglos y en distintas culturas de Oriente y Occidente, la literatura y las artes plásticas cultivan con mayor crudeza el erotismo. La fotografía libertina del siglo XIX y luego el cine extendieron el campo de la creación teñida de voluptuosidad, en ocasiones con rango de arte. Paradójicamente, el cine demostró que a través de la metáfora, la sugestión, la elipsis se podían alcanzar climas eróticos quizás más intensos que en la mayoría de las películas porno que van directamente a los bifes sin dar espacio a la imaginación del/la espectador/a. Por caso, el rostro jadeante, estremecido, luego extasiado de Jeanne Moreau hace casi 50 años en Los amantes, de Louis Malle, o antes todavía, Lya Lys chupándole el dedo gordo a una estatua en La edad de oro de Buñuel, mientras espera la llegada de Gaston Modot.
En un balance de los primeros capítulos de los tres ciclos de Playboy, se puede advertir, no sin sorpresa, que el de Caetano resulta el menos innovador dentro del género y del sello. Aunque vale destacar que tiene una protagonista de fuerte presencia (Natacha Jaitt), que conduce la acción con iniciativa: la doctora Libidecs, que en complicidad con su secretaria y amante atiende distintas consultas que se le presentan, desde adictos/as al sexo a zoofílicos/as, problemáticas que la sexóloga soluciona raudamente con trabajos prácticos. Al parecer, la doctora usa las fantasías de los/as pacientes, bastante acotadas y previsibles desde el guión y apenas mejoradas por la realización (se extraña al Caetano de algunos capítulos de Disputas o Tumberos).
La primera edición de los Cuentos cortos de Marcelo Cepeda, en cambio, luce un refinamiento formal llamativo y un relato más original y complejo (en otro registro, desde luego), para desarrollar la historia de un italiano que regresa a la ciudad en busca de una mujer que lo enamoró y lo dejó sin despedirse. En su pesquisa obsesiva, el hombre recorre lugares, lo asaltan flashes de ese episodio amoroso, conoce a otra mujer, quizás espejo de la que perdió. Céspedes registra la calle a la luz del día, interiores de bares en la noche y, con otra iluminación, en blanco y negro, las apasionadísimas imágenes del pasado, interpretadas por Andrea Ravera y Milena Pezzi, un actor y una actriz lejos por suerte de la típica imagen Playboy.
Pero la verdadera novedad –ya que no sorpresa para quienes hayan visto sus zarpadas puestas en teatro– es la delirante propuesta bizarra de Muscari. En primera instancia, tiene la audacia de poner a un gran actor (que ha hecho de Shakespeare a González Castillo en escena) encabezando el reparto, Horacio Acosta. Aquí como director mandón de un circo venido a menos (notables la dirección de arte y el vestuario), intentado incentivar a su personal. Hasta que decide hacer un casting, y ahí aparece su ex mujer ¡Edda Bustamante!, prometiendo “audicionar como una perra”. Ciertamente, como en las producciones de Caetano y Cepeda, aparecen las inevitables chicas Playboy recicladas y miradas desde un ángulo masculino, pero también hay otras con cuerpos naturales a las que se les nota que son actrices en medio de esta fantasía decadente y divertida, reescrita por Muscari y Mariela Asencio, en vivos colores y con pegadiza musiquita circense.
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