Viernes, 4 de mayo de 2007 | Hoy
INTERNACIONAL
Este domingo, Ségolène Royal podría convertirse en la primera presidenta de Francia si logra ganarle al favorito Nicolas Sarkozy. Como ministra fue pionera en repartir anticoncepción de emergencia a las adolescentes y, si llega al gobierno, ya anunció que promovería una ley contra la violencia hacia las mujeres. Sin embargo, es tildada de integrar una “izquierda caviar” y de ser un “objeto feminista no identificado”.
Por Milagros Belgrano Rawson
En mi casa nunca comíamos golosinas, pero lo peor era tener ropa fea y vieja, heredada de primos y vuelta a usar por mis hermanas mayores hasta que llegaba mi turno”, cuenta Ségolène Royal en una de las tantas biografías –autorizadas y no tanto– que circulan ahora en Francia. Hija de un militar católico y séptima de ocho hermanos, la infancia de la actual candidata a la presidencia no fue color de rosa. Si se trataba de castigar a sus hijos, lo que sucedía con frecuencia, el teniente coronel Royal repartía cachetazos entre los varones y a las chicas las encerraba durante horas en el sótano, con la luz apagada. En la familia, el destino de las mujeres estaba claro: había que casarse y formar un hogar. “Para escapar no me quedó otra que estudiar muchísimo para que mis notas me llevaran bien lejos”, relató Ségolène. A los 24 años logró entrar a la célebre Ecole Nationale d’Administration (ENA), donde conoció a François Hollande, futuro padre de sus cuatro hijos (con el que aún no se ha casado) y al dirigente socialista Jacques Attali, que la reclutó enseguida. “Elegí al Partido Socialista porque me parecía lo más alejado a mi padre, que siempre votaba por los nacionalistas”, le gusta repetir a Ségolène que, cuanto menos, ha sido tildada de “gauche caviar” (izquierda caviar), como se llama despectivamente a los políticos franceses que se dicen de izquierda pero que están alejados de los sectores populares. Dentro de un partido de centroizquierda como el PS francés, con todas las variantes que hay en su interior, “Ségolène es netamente de derecha”, indica Marie-Elisabeth Handman, investigadora en prostitución y otros temas de género en el College de France. “Pero si la opción es Sarkozy y su continuación de la política de los gemelos polacos (los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski, que gobiernan Polonia desde el catolicismo reaccionario), hay que votar por Ségolène”, indica.
“Conmigo no van a ahorrarse ningún golpe”, pronosticó cuando anunció su candidatura a la presidencia. El primer golpe vino de su propio partido: “¿Quién va a ocuparse de los chicos?”, preguntó mordazmente el dirigente Laurent Fabius, en clara referencia a la dupla Royal-Hollande. En un giro inédito en la política francesa –y quizá mundial–, un alto dirigente del PS como Hollande decidió dar un paso al costado para apoyar a su mujer en nada menos que la candidatura a la presidencia. La idea de que un país que recién dio el voto a las mujeres en 1944 –y que hoy tiene apenas un doce por ciento de mujeres en el Parlamento– pueda elegir a una presidenta choca violentamente contra la reputación machista de los franceses. “¿Usted le haría esa pregunta a un hombre?”, respondió Ségolène a un periodista que le había preguntado si era cierto que ella era una persona autoritaria. Su respuesta provocó distintas reacciones dentro del feminismo. En el diario Libération, Michèle Sabban, vicepresidenta del consejo regional parisino, afirmó que “al recusar su autoritarismo” la candidata juega con la tradicional representación de la mujer. “Indira Gandhi era una mujer autoritaria y así se asumía. ¿Por qué una mujer con poder debería dar una imagen maternal, implícitamente propia a toda mujer?”, indicó esta socialista cercana a Dominique Strauss-Kahn, rival de Ségolène en las internas del PS.
Una de las cosas que más se le critica es el uso que hace de su maternidad en la campaña, repitiendo a diestra y siniestra que es madre de cuatro hijos. “¿Y qué hay de malo en que lo haga?”, retruca, por su parte, la socióloga Françoise Gaspard, gran figura del feminismo francés y asesora de Royal en temas de género, en diálogo con Las12. “Ver que una mujer haya llegado tan lejos perturba a muchos, incluidos los miembros de la prensa francesa”, replica. Junto a intelectuales y artistas como Ariadne Mnouchkine, Gaspard redactó un petitorio de apoyo a Royal, que no fue publicado en ningún diario nacional. Pese a que muchas subrayan que Ségolène nunca perteneció a ningún grupo de presión feminista, Gaspard ve en la candidata socialista a una feminista –“distinta, claro, ella se benefició de las conquistas por las que luchamos las mujeres de nuestra generación”–, pero feminista al fin. “Yo diría que Ségolène es ‘un objeto feminista no identificado’”, indicaba, por su parte, Laurence Rossignol, secretaria del PS en el área de mujeres, entrevistada por el diario Libération. “Su vida personal está impregnada de una fuerte conciencia de la desigualdad de sexos”, sostuvo. Hace unos meses, el semanario L’Express reveló que cuando apenas tenía 19 años inició una causa judicial para reclamarle a su padre los alimentos que durante años no les había pasado a su madre ni a sus siete hermanos.
Como diputada y, más tarde, como ministra, Ségolène impulsó medidas controvertidas como el parto anónimo –que permite a las que no desean ser madres dar a luz sin quedar registradas como tales, mientras el recién nacido queda a cargo de los servicios sociales– y la distribución gratuita de la píldora del día después a las menores de 18. También implementó la licencia por paternidad por dos semanas y la patria potestad compartida. Si bien el texto de esta última ley no menciona expresamente a las parejas homosexuales, un tribunal de segunda instancia reconoció recientemente el derecho de una pareja de lesbianas a compartir la patria potestad de sus dos hijos. La posición de Ségolène sobre el matrimonio entre personas de distinto sexo ha cambiado en pocos meses, lo que por supuesto fue aprovechado por sus rivales a la hora de denostarla. En septiembre del año pasado, afirmó que prefería usar la palabra “unión” y no “matrimonio” porque un niño debía ser criado por un padre y una madre. A los pocos meses, la candidata cambiaba de discurso y aprobaba el matrimonio y la adopción para los homosexuales. “Madame Royal cambia de ideas como de pollera”, sostuvo hace poco Michelle-Alliot-Marie –la única ministra del gobierno de Jacques Chirac–.
Ségolène se niega a dar besos o estrechar manos en los actos políticos, desea que los jóvenes delincuentes sean disciplinados “en un servicio civil dentro de un ambiente militar” y hasta impulsó una ley contra la “portación visible de tanga” en los colegios secundarios, pero también es capaz de gestos simpáticos como la vez en que, en vez de asistir al aniversario de la muerte del ex presidente socialista François Mitterrand, eligió ir a Chile a felicitar a la flamante presidenta Michelle Bachelet. Todos recuerdan cuando, tres horas después de haber parido a su cuarta hija, Flora, invitó a las cámaras de televisión al sanatorio. O la vez en que asistió a una fiesta en el jardín del palacio presidencial con una mochila llena de chabichou, el queso de cabra fabricado en su pueblo natal que, gracias a sus contactos, recibió en tiempo record la etiqueta “apelación de origen controlada”, imprescindible para comercializarlo como producto gourmet. Tal vez fue un error. No el único. En el debate televisado frente a Nicolas Sarkozy, el miércoles pasado, Ségolène se mostró dubitativa y poco clara. Pero, ¿quién sabe? Como dijo alguna vez el editorialista Jacques Camus, “es un error subestimar a Ségolène Royal”.
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