Viernes, 4 de mayo de 2007 | Hoy
MODA
Util para la puesta en escena tanto como para exorcizar el fantasma de la dieta permanente, los desfiles a la hora del té combinan dos placeres que se llevan muy bien.
Por Victoria Lescano
Por un lado, un té con modalidad benéfica y horario arbitrario: Six o’clock tea, el martes 24 en el Museo Metropolitano, con pasadas de varias diseñadoras (Cecilia Gadea, Laura Valenzuela, Benedit Bis, Nadine Zlotogora, Aída Sirinian, Charlotte, Veleidades, Aires de Blonda y De Maria) que presentaron sus propuestas para el invierno ’07.
Se extendió hasta las ocho o`clock. Los colores, las siluetas y las texturas aparecieron saborizados con masitas noruegas y otras glaseadas, bastoncitos alemanes, budines de naranja al cointreau, minitarteletas y té inglés ofrecido por camareras engalanadas con uniformes domésticos de antaño.
Por el otro, al día siguiente, miércoles 25, a las cuatro en el salón Versailles del hotel Alvear, la presentación de la colección invierno de Pablo Ramírez, donde el ritual del té se prestó para configurar la puesta en escena: una docena de mesitas con torres de petit fours y vajilla con oropeles, que los comensales y asistentes vestidos de riguroso negro –según rezaba el código indumentario de la invitación– observaban desde una grada entre rockera y teatral.
Entre los destacados del Six o’clock tea, donde las modelos fueron chicas de alta sociedad criolla amigas de la organizadora –Carminne Dodero–, es preciso nombrar la colección presentada por Laura Valenzuela, cultora del reciclaje chic y fetichista de los textiles nobles. Ella misma definió su último trabajo como “una colección de prendas y accesorios de lujo
diseñada a partir de materiales elegidos por su condición de irrepetibles, ya por su escasez o por haber sido recuperados o rescatados”. En sus pasadas cautivó un vestido antiguo de raso labrado color verde petróleo (un tono que ya es tendencia) ornamentado con mangas de macramé, y también la versión de sastrería compuesta por chaqueta de terciopelo negro elastizado con solapas de seda natural, pantalón al tono con aplicación de cristales, remera con grabados. El collar de plata pertenece a su nueva línea ideada para ir en rescate de la poesía erótica y de toda una serie de fotos porno del siglo XIX. La diseñadora almizcló su catálogo con un perfume que lleva su nombre y con notas de jazmines de grasse, violetas níveas, geranios blandos de bourbon y orquídeas tropicales que evocan las sensaciones de todo aquello que se guarda con cuidado para que sea capaz de resistir al paso de los tiempos: ya los cisnes de polveras antiguas o los interiores de carteritas de época.
Es destacable a su vez la apuesta de Cecilia Gadea, quien presentó tejidos de angora combinados con tafetas bordadas, vestidos de gasa de seda, impermeables, abrigos de pura lana en celeste, gris, verde y negro, y sumó una flamante línea de carteras que refleja su método de investigación textil con técnicas de bordado y terminaciones en láser. El disparador de esta línea fue la colección de Muñecas del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco –donada hace un par de años por dos hermanas–, como también una colección de fotos de niñas con sus muñecas, libros troquelados y rompecabezas.
La experimentación con textiles también configura el discurso y la realización de las prendas de Juana y Rosa Benedit, ahora con nueva tienda en la galería Promenade, contigua al hotel Alvear. Los vestidos de Benedit Bis para el invierno cambiaron el rockabilly tex mex de la primavera por el rescate de México con improntas de los años ’30 y ’40, mediante patchworks de satén, muselina y jersey.
En Nadine Zlotogora, telas y lanas se transforman en hilados atractivos, en faldas más cortas y más ceñidas que en temporadas anteriores. Mientras tanto, Aída Sirinian recrea la silueta baloon en variedad de vestidos con superposiciones de gasas muy nobles y con su técnica de mil cintas rasgadas en lenguaje punk. Un estilismo definitivamente rescatado del imaginario folklórico (la banda sonora fue una zamba de Falú reversionada por María Ezquiaga, cantante de Rosal).
La estética disco, y más precisamente la de los habitúes del mítico Studio 54, fue el tema escogido por las diseñadoras Melina y Jessica Solnicki, quienes en su carta de presentación insisten en que sus prendas más emblemáticas (chaquetas de cuero y tricot) han vestido y visten hoy a Cate Blanchet, Jennifer López, Madonna y, entre las usuarias locales, Nacha Guevara, Araceli González y Nicole Neuman. Las chicas, además de una tienda en Palermo, venden en multimarcas del extranjero. Sus desarrollos para ’07 remitieron a minibatones plateados o dorados y faldas cortas en tonos púrpura.
Las asistentes al té pudieron elegir además lencería soft porno de tul y las batas con bordados de Veleidades, la marca de ropa interior diseñada por Amalia Amoedo (nieta de Amalia Fortabat), cuyo estilismo recurrió a tocados art nouveau.
El banquete de alta costura a la hora del té firmado por Ramírez hizo un juego irónico sobre la carta de restaurantes de lujo: como entrada anunció variedad de jumpers y jardineros a la mode acompañados con blusitas vol-au-vent en seda mil rayas y cuellitos blancos Suzette; el plato principal y también plato del día fue una selección de vestiditos negros en seda con fantasía en tul de araña; de postre, capas de tul negro sobre bombones de taftan y fourreau bañados en muselina y satén.
En la práctica: una secuencia inicial con vestidos símil delantal, con descollantes cuellos y puños en blanco reversionando los uniformes domésticos, plus enteritos de talle alto, otra variación chic sobre los uniformes de trabajo.
Las modelos, todas con peinados de Sergio Lamensa inspirados en los batidos elegantes de las abuelas, salían de a una y pasaban entre la pâtisserie al ritmo del piano punk del disco Dios te Salve María, proyecto solista y experimental de la bajista de El Otro Yo.
Con un andar sinuoso y lento, impuesto por la silueta que homenajea a Paul Poiret (el modisto que a comienzos de 1900 liberó a las mujeres del uso del corsé, propuso túnicas inspiradas en los ballets rusos, faldas que dejaban ver los tobillos y entre sus máximas estaba aquella de “liberar al busto pero encadenar las piernas”), aparecieron superposiciones de texturas y volúmenes según los usos y costumbres de comienzos del siglo XX. Los cuellos blancos citan los uniformes del servicio doméstico pero también detalles de la pintura flamenca. Lucen austeros, pero son opulentos debido al juego de volúmenes. Los vestidos y pantalones tienen en común un talle alto exaltado por cintas con apariencia de faja entre la cintura y el busto. “La estética es afín a la estética de uniformes de colegialas y nodrizas”, explica el diseñador cuando se le inquiere sobre los disparadores de su colección, que combina con gran madurez su gusto por lo freak y las siluetas casi eclesiásticas. Esto no impide la inclusión de sus codiciados vestidos de alta costura con realización magistral, ahora con espaldas al descubierto.
A modo de doncellas engalanadas con trajes negros largos robados del placard de sus amas, las usuarias llevaron guantes blancos. Y al cierre, con novia vestida de negro y novia vestida de blanco, Pablo Ramírez salió a saludar mientras cámara en mano filmaba detalles de las mesas para té, sus modelos, el transcurrir del fashion show y los invitados. ¿El motivo de tal excentricidad? El fotógrafo Gabriel Rocca y un equipo de colaboradores de su estudio, ahora también dedicado a los documentales, dispuso cámaras non stop en el backstage del desfile con las modistas, los asistentes al desfile y el estilo del diseñador que conformarán un inédito registro sobre moda.
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