Viernes, 28 de septiembre de 2007 | Hoy
MUSICA
En su nuevo disco, Te mataría, Carmen Baliero vuelve a desbordar la canción de amor. Lo firma junto a los músicos Carlos Vega y Wenchi Lazo. Sus canciones son su idea sobre la música popular. No es cantautora, inventa distintas cosas. Cosas como música para teatro y cine, obras para máquinas de escribir o para trece lectores políglotas o el concierto para bocinas de automóviles que se vio y oyó en el Festival Internacional de Buenos Aires. Pero en el disco vuelve a su obsesión, la de perder la cabeza por amor.
Por Rosario Blefari
Esta vez, esta segunda vez que el trío Baliero, Vega y Lazo navega la lava del amor pasión hecho tesis musical, lo hace con la intención abierta y con el propósito de una inmersión más profunda aún que en el anterior Dame más. Esto significa que todo fue pensado para que este disco constituyera un cuerpo. Un cuerpo que arde, desfallece sin morir y resucita en cada observación que hace de sí mismo. Las canciones aparecen, por momentos, cantables y apresables en el tarareo del más desprevenido escucha haciendo eco rápido en la vasta memoria del bolero y del jazz, y otras veces aparecen como pasajes-capricho que cortan camino, escenas que asoman y se van, dejando los rastros leves de una caída de ojos o sombras de miradas furtivas. Todo el disco es una idea sobre el bolero, donde los atajos son curvas rápidas que ponen el cuerpo-disco en movimiento, lo tuercen, lo fotografían “movido”. Aparecen trayectorias, recorridos, enumeraciones que son como estaciones por las que el tren pasa y apenas llegamos a ver el nombre, cálculos y comparaciones para decir lo intratable y que lo reconozcamos igual. Los temas están enhebrados muy juntos, con pocos segundos de silencio o sin introducciones, dando la sensación de un discurso continuo. La voz habla, cuenta, tiembla un poco o es percutor estereofónico, se pierde entre las cuerdas estiradas de la guitarra, palanca y comentario tembloroso de las ondas eléctricas, aguditos de dedo insistiendo cerca del final del mango, diálogo de tecla y cuerda sostenido por pasos de una sola nota. Mucho roce, frotación, raspones y golpecitos, mohínes de risa y aprobación, caras y formas de tocar y tocarse. El cuerpo de los músicos también involucrado en el no-tocar, lo más difícil para un músico. Ellos ya lo aprendieron y lo enseñan y los instrumentos dejan ver su objetualidad –el equivalente a nuestra humanidad, lo que nos hace respetarlos y enternecernos con ellos–, son los ruidos que hacen cuando las manos y las bocas los dejan o los toman, los aprietan o los sueltan, los pulsan o los cubren. A Carmen le gusta poner el foco en otro lado, sin embargo... ¿no habla todo de lo mismo? Sabrá ella que no hay mejor manera de ser directa que utilizando lo transitivo y que la obra es una sola.
Para decir y sonar, comparar con la naturaleza, con el silencio, con la construcción humana, pero ¿qué es lo que se compara con lo indivisible? La letra y la música, que son la misma cosa, “ni musicalizo ni textualizo, no se trata de agregar algo que no está”. Carmen y sus músicos practican este conocimiento mientras parecen estar pensando en todo lo demás: el lenguaje de los sonidos puesto a hablar, a comentar y ampliar, o a escuchar cuando entonan el silencio. Es que se reconocen como músicos más tímbricos que armónicos o rítmicos, el timbre es lo que cambia, como la luz crea la atmósfera. Las luces son la textura. De esta manera no hay sometimiento a la función habitual del instrumento. A veces el piano toma el lugar del contrabajo, o renuncia a la mano derecha, o el fraseo es percusivo y lleva el ritmo. Baliero no quiere que los roles se superpongan, pero no le esquiva al paroxismo cuando se presentan todos haciéndolo todo. No hay solos ni estribillos, y a veces hasta se respeta el tiempo real de la letra dicha. “No hay código que nos ampare.” La esencia se profundizó en la escucha del trío. Autonomía en la forma.
La gota en la tapa es roja como la sangre pero en el libro de las letras es blanca, el origen siempre es obscenidad. La gota cae deslizándose por una especie de cuero, una piel gruesa. Matar como consumación. Pero si acabar es terminar, acá la cosa no termina porque aun cuando no esté el objeto del deseo, el deseo persiste y cuando esté satisfecho, persiste la ausencia. Siempre falta algo y siempre queda el rastro de la falta. “Por lo que falta que resalta tu existencia. Por esa ausencia que persiste aunque vos vivas...” Deseo del ausente y del presente. Pero más acá de todos los derivados y los lacanianos señores del deseo ¿qué hay con eso de la bella agonía o la pequeña muerte? Parece que la actividad neuronal se detiene temporalmente y en gran parte cuando se produce un orgasmo, se suspenden el registro emocional y los pensamientos. “Lo que se mata es la conciencia”, dice Carmen. Por eso “voy a perder la cabeza por tu amor”, o la mirada “me arranca la cabeza”. El que está excitado, está decapitado. Variantes del desfallecimiento. “El asunto del bien y del mal no puede entrar en lo pasional”, agrega. Con razón. Y atención al tiempo verbal: “te mataría”, pero no te mato. Aunque ella sí se permite el morir, el morir de la buena conciencia: “Muero por vos, definitivamente”.
Del momento de la grabación. ¿Por qué? Dice que no se tenía la suficiente fe y además porque, según recuerda, no iba al detalle. El encuentro con Vega y Lazo ayudó a cambiar las cosas. Ellos se admiran mutuamente, dice Carmen. No tenemos swing pero tenemos convicciones, se ríen. Habla mucho de ellos, que son poco creídos, generosos y que supieron trabajar juntos el aire necesario para las canciones. Sentada al piano en “No te puedo esperar más”. Carmen se encontró de pronto en uno de esos momentos críticos en los que se sospecha que algo puede llegar a desvirtuar el viaje desde el impulso inicial hasta el resultado final. Sus dos manos sobre el teclado recorrían la armonía sin estar convencidas de no estar demás. Fue entonces cuando el contrabajo dijo “Yo te atajo” y colocándose a sus espaldas le permitió soltarse y caer libremente por la melodía. La canción es una excusa para tocar, para sentirse vivos, ahí está el eje de lo pasional: los sentidos encendidos. Hay una coincidencia y la coincidencia es el principio del amor, si no no se puede hacer. Grabaron todos juntos, en una o dos tomas cada tema. “Es música de cámara”, así tenía que sonar esto, es lo que suena cuando tocan juntos. Difícil llevarlo a la casa de los oídos de la gente con el disco en los reproductores. Está satisfecha, se logró y no puede dejar de mencionar a Telechansky en la mezcla y con énfasis a Pablo Paz que se acercó en medio del camino y determinó el sonido final. “No soy cantautora, me gusta inventar cosas.” Y allí va por sus “zonas de influencia” como llama a ciertos lugares de la casa donde pierde la mirada y busca ideas: el baño, la preparación del mate, desenfocando la parra desde el estudio, fijando la mirada en el espacio. Un intervalo o una frase serán suficientes para comenzar. Las situaciones también son detonadores, así la espera de alguien en un bar puede ser la excusa para hacer una canción, después se pone en marcha el desplegamiento de la escritura. Excusas para canciones que a su vez son excusas para tocar. Dice que los tres estadios de la creación son el instinto, la inspiración y por último el oficio. ¿Evitás algo Baliero al escribir? ¿Dónde se producen los desvíos? “Hay palabras que nunca usaría (como vientre o hermoso), pero finalmente todos escriben acerca de lo mismo, lo importante es cómo decirlo. Otro desvío es cuando lo artificial quiere hacerse pasar por natural”, en ese movimiento reconoce lo que llama cursilería y entonces dobla y le escapa.
“El entretenimiento está concebido para mantener a alguien distraído, pero no concentrado.” Como público estamos acostumbrados a ser entretenidos pero interés y placer pueden ir de la mano. Por lo pronto ella y ellos hacen lo que les gusta recibir: “Se puede sentir placer al ver a alguien buscando”, por ejemplo.
No quiere convencer. Pero ¿qué secretas motivaciones la llevan a la canción? Los sentimientos pueden estar presentes pero sirven para construir una obra. La vida privada no explica la obra, lo interesante de una vida no hace a la obra interesante. De todas maneras siempre alguien se puede sentir aludido. La canción “Dedicatoria”, que escribió hace mucho tiempo pensando en desaparecidos por la dictadura (“Quiero hacer una canción de amor y es para vos, no sé quién sos...”) a lo largo del tiempo prueba que hace eco en cualquier silenciado, como ese detenido de Caseros que hace poco le comentó que había sentido que la canción hablaba con él, a solas.
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