Viernes, 28 de septiembre de 2007 | Hoy
CLASIFICADOS
Por Roxana Sandá
En la ciudad santafesina de Villa Constitución, el mundo del trabajo se dirime entre hombres; allí se habla de la “industria dura”, basada en una actividad económica de plantas metalúrgicas, talleres mecanizados, repuestos e industrias con tecnología de punta. Sus principales oficios se desarrollan en la fabricación de autopartes, calzados y bicicletas. Los representantes de este cordón empresario, en su mayoría hombres, despliegan una mirada particular sobre lo que entienden como universo laboral y acceso a una ocupación: de esa mirada no escapan las mujeres de Villa Constitución –en su mayoría empleadas en áreas administrativas, o en las llamadas “cadenas blandas”–, al momento de convocarlas para nuevos puestos de trabajo. En su edición del 14 de septiembre último, el diario local El Sur publicó un aviso de búsqueda de personal femenino para “departamento de control de calidad de empresa de electrónica”. Entre sus principales requisitos, el texto frenaba la chata al entusiasmo de posibles candidatas anteponiendo una “maternidad resuelta” y “buena predisposición para trabajar en equipo y bajo presión (excluyente)”, por supuesto, con dedicación full time. Gabriela Lorenzo, representante del Centro de Información Para la Mujer, una ONG de esa ciudad, lamenta que “Villa Constitución, que se jacta de su importancia empresarial, se dé el lujo de albergar a empresarios misóginos, que desde el lenguaje evidencian su falta de respeto a los derechos fundamentales de las mujeres que, por si no lo saben, son derechos humanos”. Pero supone también que la necesidad termina por imponerse sobre los derechos cuando la precarización es vara que mide cualquier chance. “La necesidad de no depender del sueldo de un hombre, de tener autonomía y poder crecer lejos de la sombra paterna o conyugal llevará a muchas mujeres a intentar pertenecer a un lugar en el que jamás serán respetados los mínimos derechos ni las condiciones básicas que le permitan ser una trabajadora digna.” Hasta hoy, el Ministerio de Trabajo local se derrite en el silencio y el Consejo de la Mujer de la Villa es una página de Internet en construcción. No sobran alicientes, por cierto.
En una entrevista reciente, la secretaria de Género de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), Alejandra Angriman, advertía sobre la “relación fuerte” entre maternidad y trabajo. “La mujer que tiene hijos sabe que seguramente será penalizada en el trabajo. Que será perseguida, discriminada, que sus salarios serán más bajos y flexibilizadas sus condiciones de trabajo. La maternidad está cuestionada. El cuidado de la vida es un mandato y está a cargo de las mujeres. Quienes hoy ingresan a los trabajos deben muchas veces postergar la maternidad por los temores a perderlos, incluso llegan a ocultar la cantidad de hijos. La maternidad sigue siendo un motivo de persecución y discriminación en el trabajo.” El proceso de feminización de la pobreza refleja un crecimiento sostenido, como indica el último informe de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), entre otros factores, por la inagotable capacidad empresarial de pergeñar nuevas estrategias para obtener mano de obra barata, pasando sobre la legislación laboral argentina sin marcar pisada. El requisito excluyente de “maternidad resuelta” es buen ejemplo de esto.
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