Viernes, 28 de septiembre de 2007 | Hoy
SALUD
¿Por qué, aunque hay educación sexual en las escuelas y una ley nacional facilita el acceso a información y métodos anticonceptivos, el número de chicas internadas por complicaciones post aborto se duplicó y el de embarazos adolescentes se mantiene incólume? La respuesta que halló el Celsam en su más reciente investigación es alarmante: la decisión del cuidado queda en los varones; las chicas no piden ni llevan preservativos, ni toman píldoras, para no ser tildadas de fáciles.
Por Luciana Peker
–Si dice que no es porque va a ser una buena novia: una chica ideal no dice que sí en la primera vez.
–Si dice que sí es porque ya es una buena novia: tiene que decir sí recién cuando es la novia de un chico.
–Si tiene ganas de tener sexo con un hombre es porque está enamorada: sólo acepta tener sexo cuando ama a un hombre y no sólo porque desea tener relaciones sexuales.
–Si toma pastillas es porque tiene novio: una buena chica toma pastillas sólo si tiene novio.
–Si es femenina, no usa, no pide, no lleva ni pone preservativos: la adolescente ideal no tiene preservativos en la cartera ni en el bolsillo. No le pide al varón que use preservativos. Espera que el hombre la cuide, lleve él los profilácticos y sea quien decida colocárselos antes de tener sexo.
La mujer ideal descripta no sale de manuales del siglo XIX, de mensajes encriptados de una secta retrógrada ni de un best seller para adoctrinar adolescentes sumisas. La imagen de la mujer ideal –exactamente opuesta al ideal de una mujer libre, autónoma, gozosa, que se sabe proteger, se respeta y se hace respetar y que tiene derecho a cuidar y disfrutar de su cuerpo– surge de una encuesta entre 50 adolescentes –mujeres y varones– de entre 12 y 19 años, escolarizados y de sectores medios, de la ciudad de Buenos Aires, realizada en septiembre del 2007, por el Centro Latinoamericano Salud y Mujer (Celsam).
“Los prejuicios sobre los roles de género están determinando que las chicas no se cuiden”, enfoca la ginecóloga Alicia Figueroa, integrante del Celsam, sobre la conclusión más fuerte de la investigación ¿Por qué los adolescentes no se cuidan a pesar de conocer los métodos anticonceptivos? “Los tiempos cambiaron: ya no está el mito de la virginidad hasta el casamiento y también es natural que las chicas cambien de parejas”, apunta. Sin embargo, los prejuicios sobre lo que debe ser un varón y lo que debe ser una mujer siguen fuertemente estandarizados, pero con una vida sexual activa. El combo es riesgoso y agitado. En principio, porque las chicas siguen esperando a un hombre modelo príncipe azul pero que, en vez de la espada, desenfunde (por su propia decisión y caballerosidad) un preservativo. Aun con una vida sexual activa en la adolescencia (a diferencia de sus abuelas), o de tomar la iniciativa de invitarlos a salir a través de un mensaje de texto (a diferencia de sus madres), ellas dejan –y ellos piden que dejen– en manos de ellos el momento crucial –siempre al borde de la intimidad, el deseo, el pudor, la coerción– de decidir cuidarse (o no) en una relación sexual. Justo ahí, cuando los cuerpos palpitan, justo ahí cuando –al decir del poeta Roque Dalton– la diferencia de sexos brilla mucho más en la profunda noche amorosa, la diferencia se vuelve –nuevamente– la opresión del que puede decidir y la que tiene miedo a pedir.
“Si me cuido ¿qué van a pensar de mí?”, es la frase de una adolescente que el Celsam toma como paradigma de la principal razón por la que muchas adolescentes no se cuidan para evitar embarazos no buscados o enfermedades de transmisión sexual. “La intención de esta investigación fue indagar sobre la contradicción entre lo que los chicos dicen saber sobre sexualidad y lo que hacen. ¿Por qué se ha duplicado el número de internaciones por complicaciones a causa de abortos y se ha mantenido el embarazo adolescente, si, supuestamente, los y las adolescentes tienen más información y acceso a preservativos y anticonceptivos? La conclusión que sacamos es que la mayor traba para un cuidado efectivo es la inequidad de género transmitida por el mundo adulto”, destaca Figueroa.
La vulnerabilidad de las adolescentes actuales libradas al desamparo de vivir bajo la presión de una sociedad sexuada hasta el caño pero conservadora para que una chica pueda poner un preservativo con sus propias manos surge, también, en otras investigaciones. De hecho, sólo un tercio de las chicas se cuida del HIV del mismo modo que los varones, según la encuesta “Escuchando a los /las adolescentes”, realizada por la Fundación Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) entre 1347 adolescentes, de 11 a 19 años, en colegios de la ciudad de Buenos Aires. Entre los encuestados, 540 ya se habían iniciado sexualmente y el 57 por ciento de los alumnos/as expresó usar preservativo en todas sus relaciones sexuales. La sorpresa es que cuando se discrimina la prevención por género se ve que el 40,4 por ciento de los varones usa preservativo sin excepciones y sólo el 16,4 por ciento de las chicas siempre está protegida del VIH en sus relaciones sexuales. La diferencia se repite en los y las que se cuidan esporádicamente. El 21 por ciento de los varones se calza el preservativo a veces y únicamente el 12,3 por ciento de las chicas dice utilizar profiláctico en sus relaciones, aunque sea cada tanto. “Creemos que el porcentaje de chicas que dicen usar preservativo es tan bajo porque lo toman como un uso del varón y no propio. Dan por sentado que el chico va a usar preservativo. Pero ellas, muchas veces, no se enteran si se lo puso o no, no se animan a preguntar, a verificar que lo tenga puesto o a pedirlo”, explica Diego Cal, coordinador de la Red Nacional de Jóvenes y Adolescentes para la Salud Reproductiva y uno de los investigadores de la encuesta de FEIM.
Andrea Gómez, psicóloga del Celsam, remarca: “Si las chicas piensan que no se tienen que cuidar para no parecer rápidas, eso genera una enorme vulnerabilidad. Por algo, cada vez se ven menos expendedoras de preservativos en los baños de mujeres. No queda bien que ellas los lleven”. “Los varones son quienes deben tener los preservativos, quienes los compran, los eligen y quienes deciden si se usa o no”, apunta Figueroa. Pero la delegación del cuidado en los varones tiene un riesgo adicional. No todos no usan preservativo, pero tampoco puede afirmarse que ninguno recurre a él. “Para muchos chicos es de machos tener una experiencia sexual sin preservativo”, subraya la ginecóloga. Y agrega que los prejuicios no son sólo con respecto al método masculino. “Hoy las chicas piensan que tomar pastillas es sinónimo de una vida sexual muy activa. La anticoncepción oral tiene que dejar de tener una connotación moral. Si una chica toma todos los días una pastilla y un día tiene relaciones sexuales va a estar cuidada. La continuidad de los prejuicios sobre pastillas y preservativos es un obstáculo para que las adolescentes se cuiden de no contraer VIH o de tener embarazos no buscados”, puntualiza la ginecóloga en el marco de la semana de prevención del embarazo adolescente.
“La inequidad de género está sostenida por las mismas chicas”, apunta Gómez. Aunque el sexismo sea una mochila que las adolescentes cargan en su espalda –y no sólo en su espalda– sino en el punto G de su sexualidad, su cuerpo, sus miedos, su protección y sus goces. “Entre las adolescentes la sexualidad femenina no está tan asociada al placer porque también se piensa que si se disfruta mucho se corre el riesgo de ser tomada, otra vez, con el mote de cualquiera”, remarca la psicóloga. Las palabras hablan de la época y, en ésta, a las sex bomb de la televisión las revistas les preguntan si son gauchitas. La palabra gauchita es un modo hot –un hot que sólo calienta a los varones– de preguntar si son sumisas, si dan placer, si hacen sexo oral, es una palabra que muestra cómo se le pide a la mujer –abiertamente– que sea expendedora de placer, pero que corta la apertura a la hora de mirar positivamente a una mujer que disfruta y que se cuida.
Las palabras “fácil”, “rápida” y “cualquiera” como sinónimos livianos de promiscuidad –o goce– parecen sacadas de un diccionario de sexismo de 1950. Pero siguen vigentes. Repasemos: fácil –¿por qué una mujer tendría que ser difícil, como si necesitara suprimir su propio deseo para resultar más atractiva?–, cualquiera –¿por qué la singularidad de una mujer no estaría en sus particularidades, su pensamiento, su personalidad o su individualidad si no en diferenciarse de otras mujeres que gozan de su sexualidad?– y rápida –¿por qué una mujer tendría que decir “no” como si el no fuese un juego (el no de una mujer tendría que respetarse a rajatabla y no como una histeriqueada) y la lentitud una virtud cuando las mujeres ya están en posición de tomar (y hacer) carrera ante sus propias vidas?–.
Pero ¿todas las chicas son iguales? No, claro, pero los prejuicios parecen impuestos y aceptados por distintos matices de adolescentes. “Nos llamó mucho la atención que la inequidad de género es homogénea. Todas las chicas encuestadas tienen los mismos estereotipos de lo que debe ser una mujer. No hay discursos más progresistas o alternativos. Esto tiene que funcionar como un semáforo en rojo para empezar a dar educación sexual con perspectiva de género sobre qué se espera de un hombre y una mujer –recomienda Figueroa– y trabajar sobre la autoestima y la idea del autocuidado para que las adolescentes puedan tener más autonomía con respecto a su sexualidad.”
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