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Viernes, 31 de octubre de 2008

TENDENCIAS

¡Se va a acabar! ¿Se va a acabar? La dictadura de adelgazar...

Espasmódicos, poco creíbles, bien maquillados de buenas intenciones, los intentos por mostrar la belleza en “cuerpos reales” o incluso con sobrepeso –a través de libros testimoniales o de ensayo, obras de teatro, publicidades– suelen naufragar en un mar uniforme de figuras esqueléticas aunque convenientemente infladas en las partes consideradas erógenas. No importa cuántas veces se pregone que hay que comer sano, eso sólo será creíble si quien lo dice da la talla. No importa que comer sea, además de una necesidad, un placer indiscutido; siempre late un resto de culpa en el momento siguiente. Evidentemente, la dictadura del extra small todavía tiene larga vida.

 Por Natali Schejtman

Es de público conocimiento: se acerca el verano. Como siempre que esto sucede (todos los años), el lugar común encuentra a las señoras y señoritas desesperadas frente al espejo, angustiadas frente al hallazgo de que una entelequia ominosa llamada “la malla” va a avergonzarlas en el marco de ese segundo infierno que amenaza: “la playa”. Muchas mujeres padecen las vacaciones antes de disfrutarlas y pocas veces como en esta estación la divergencia entre la imagen que “vende” el verano y la que muestra la realidad es tan extrema: los cuerpos casi desnudos de las tapas de las revistas y las propagandas de cerveza no tienen nada que ver con los cuerpos reales; su peso en kilogramos y su peso simbólico son, sin embargo, inversamente proporcionales.

Esto, por repetir una vez más lo obvio: la distancia entre lo que somos y lo que querríamos ser tiene, muchas veces, consecuencias dramáticas, y el inalcanzable modelo al que aspiramos tiene un anclaje mental de orígenes inciertos pero arraigados.

Pero la llegada del verano trae consigo otro daño colateral: además de la balanza, tenemos los balances. Y es así cuando miramos con desconfiada esperanza unas cuantas iniciativas que pusieron de moda el espectáculo de los cuerpos reales y hasta los cuerpos gordos. Además, han aflorado voces que se regodean en el XL y hasta un libro que pregona el fin de las dietas como método para lograr un cuerpo saludable y posible para cada uno de nosotros y nosotras, firmado por una renombrada profesional. Entonces, cierta épica empieza a inundar la Nochebuena, ¿será éste el comienzo del cambio tan esperado? Mejor, dudémoslo.

Ella es gorrrrrrda

Ya el año pasado el cantante inglés/libanés Mika había coronado su tema bailable Big Girls (You Are Beautiful) (Gordas, ustedes son hermosas), tema que, con algunas adaptaciones, se convirtió en la cortina musical de la versión yanqui de Betty, la fea, protagonizada por la América Ferrara, como si hubiese cierto compañerismo, siempre con algo de sorna y exageración, entre los productos de la cultura pop que muestran al diferente. Por supuesto que también desfilan en las alfombras rojas esos personajes aislados que hacen de su gordura un emblema, como Beth Ditto, cantante de The Gossip, y Kelly Osbourne, o actrices que sin embanderarse en ninguno de sus aspectos físicos tienen que leerse una y otra vez en artículos que las señalan como valientes “gorditas pero exitosas”. Este año, a la Argentina le tocó pensar en la gordura en el teatro. Gorda, dirigida por Daniel Veronese, escrita por Neil Labute e interpretada por la española Mireia Gubianas y el Puma Goity se mantuvo con un éxito constante. Semana tras semana llena sus varias funciones de gente que sale, en su mayoría, exultante, sintiendo que se dijo algo que no se había dicho antes. Repasemos la historia: él conoce a ella en un bar de comidas rápidas. Ella es una persona que visiblemente carga con muchos kilos de más. Empiezan a salir, pero él condiciona su amor por ella a la mirada burlona de su patético entorno de oficinistas de medio pelo y tiene que optar por una o por el fin de la mirada condenatoria de los otros. Es curioso, al Puma Goity ya le había tocado bailar con la diferente cuando en Los Roldán se había enamorado perdidamente del personaje de Flor de la V. Ahora, él vuelve a estar en la encrucijada. El público no queda indiferente a esta puesta. Compuesto por gente de una clase media bienpensante, en su mayoría sale comentando acerca de los estereotipos, las demandas sociales y la dificultad de ser singular. Otros dirán que la obra es de esas que suscitan “una charla profunda en un country”. Lo cierto es que allí vemos escenificado el castigo hacia la gorda con lujo de detalles: en la cama, en la playa y más.

También sobre la calle Corrientes, los carteles invitan a la otra obra de teatro importada que se mete de manera menos íntima y un poco más política (en sintonía con las épocas en las que ambas transcurren) con la gordura. Es la genial Hairspray, que fue primero una gran película de John Waters, luego una comedia musical en Broadway, luego una fresca y agraciada película de Hollywood y ahora una comedia musical adaptada a la Argentina, muy fiel y bien hecha. Aquí se mantiene la problemática de base: Tracy es una gordita que quiere bailar y cantar en un programa de tele, de esos que crean ídolos adolescentes y modelos para venerar e imitar, como sería ahora Casi Angeles, Patito Feo o similares. Estamos en los ’60 y en ese programa hay un día especial para los negros, cosa de que no se mezclen con los blancos. A Tracy no la quieren dejar entrar al programa por gordita y la apertura en la que ella se embandera atañe a todos: a los negros discriminados de la sociedad, a los gordos ridiculizados y hechos a un lado. De paso, Waters agregó otro detalle queer: que la madre de Tracy siempre fuera interpretada por un hombre, aquí, Enrique Pinti, también interpretando a una mujer con problemas de peso.

Vanesa Butera tiene 24 años. Es actriz, cantante y la protagonista de la Hairspray local, lugar que logró por medio de un casting de “gorditas”, televisado (¿por qué será?) y conducido por... Andrea Politi, la misma que estuvo al frente de Cuestión de peso –reality que ponía en pantalla a obesos buscando adelgazar y a médicos que los controlaban– como si un casting a chicas gordas y profesionales tuviera que estar del mismo lado del cerebro, en nuestra representación, que un programa que hablaba de la obesidad en participantes con riesgos de salud.

La obra Hairspray impone para su protagonista una identidad con el personaje: siempre va a ser probable que la chica que haga de Tracy haya padecido algo muy similar a las negativas y humillaciones que vive Tracy en su difícil carrera al estrellato.

Vanesa cuenta que tuvo diferentes períodos con su cuerpo, que de adolescente hacía todas las dietas que se le aparecían pero que nunca fue flaca. De todos modos, si hubiera estado tan pendiente de los cuerpos que muestran en la televisión, se habría desalentado al punto de dedicarse a otra cosa: “Hay que probar, una vez te dicen que sí y mil veces te dicen que no. Es verdad que es más difícil cuando sabés cómo es el perfil de la chica que se va a presentar al casting, pero para otras cosas está bueno porque somos menos, si bien son menos los papeles. Igual pasa por lo personal. Cuando uno lo libera, se saca el complejo de la cabeza, va diferente al casting. En los momentos en que estaba re peleada con mi cuerpo quizá yo misma me iba al fondo en la prueba, para que no me vieran. Cuando cambiás esa mentalidad hacés que te vean distinto”. La pregunta es obvia y el tono de superheroína es adrede: ¿Podrá Vanesa Butera interpretar alguna vez a una chica cuyo tema en la vida no sea “ser gordita”? Ella tampoco está segura, pero confía en que sí: “No me prendí en una cosa tan reivindicatoria. Todos somos distintos y está buena la inserción, no hablar de las diferencias, sino que esté asumido. Que pase que una actriz que sea un poco más gorda sea algo normal. Estaría buenísimo que yo tenga un papel que no sea tan noticia por ser más gorda, porque eso también habla de la diferencia”.

Gorditas pero con gracia

Podríamos ponernos a imaginar qué pasaría si alguna de estas actrices, con la pantalla de una falsa “apertura”, fuera convocada para Bailando por un sueño, por poner un ejemplo. Los jurados se llenarían la boca de eufemismos, hablarían de la valentía, de las curvas, de la gracia, como si hubiera que justificar su presencia. Probablemente ellas deberían aceptar convertir la gordura en su tema, su característica excluyente, en un espectáculo según las reglas de la TV.

Esas reglas se contradicen y conviven entre sí. Son las mismas que hacen que pueda coexistir un programa que trata la obesidad, con médicos que la tratan como enfermedad y la controlan (por medio de métodos discutibles, por cierto, como irrumpir con un análisis-sorpresa de sangre para develar quién ha tomado diuréticos, algo que no permite el plan de alimentación), con otro que se babea ante un modelo de flacura difícilmente saludable. Incluso dentro de Bailando por un sueño pudimos ver el desmayo de Karina Jelinek (no estaba comiendo bien, fue una de las explicaciones) y a Carmen Barbieri, cada vez más acomodada como estrella única de la categoría Peso Pesado, haciendo alarde de sus kilos de más ahora en forma de libro: Soy XL, ¿y qué?. Allí cuenta exaltadísima su autobiografía, sus años de juventud en los que trataba de adelgazar por medio del ayuno y atraviesa momentos de bastante sensatez y estigma: gustos, pesares, conductas, habla de las amigas algo víboras de la XL, del negocio de lo XL (como la revista BODacious, de corte erótico y con mujeres voluminosas), del impulso de comer, del fin de las superflacas y del placer.

El lugar que les da la televisión para las gorditas es extraño. Mezcla lo políticamente correcto con algo de maltrato, culpa y payasada, proveniente de direcciones múltiples. Barbieri hace chistes desde su silla del jurado (si una de las protagonistas aparece con el cuerpo pintado, ella dice cuánta pintura hubiera sido necesaria para cubrir sus proporciones y cosas así), como en otro momento la periodista Fernanda Iglesias hizo de sí un personaje que apuntaba a la misma dirección en Duro de domar. Difícilmente esto pueda considerarse un indicio de apertura. Más bien, pareciera que la que no tiene el cuerpo de una modelo tiene que mostrarse autoconsciente de semejante cosa. Según Iglesias, las cosas no han variado mucho en la relación de permanente aspiración de las mujeres con su peso a pesar de las novedades de la cartelera: “Yo no estoy relajada para nada. Una obra de teatro no me tranquiliza. Además, no creo que ella esté conforme con ser gordita. Hago de todo, también es cierto que no me puedo dejar. No es por cómo me ven otros, yo soy la que se siente mejor, más liviana”. Para ella, la dieta siempre fue un tema en su vida, aunque eso no tuvo nada que ver con tener novios y gustar a otros: “Hay una cosa así muy de que lo sexual es muy protagonista, la idea de que para coger tenés que estar re buena. Hay que saber que no importa, que los feos también cogemos”, se ríe. Incluso ella, consciente del mandato visual y de que no le exigen que tenga el físico de una vedette, no puede dejar de admirar el culo duro de las chicas de Bailando...: “Es que para mí es más lindo una chica a la que no le ves excesos, no digo una flaca escuálida. Igual, hay gorditas y gorditas. Lo que me pasa en general es que voy por la calle y me dicen ‘pero sos linda vos, no sos gorda’. Porque yo sé que soy linda, ¡pero según el estereotipo de la tele parezco fea! Siempre tuve claro eso”. Fernanda también recuerda la primera vez que salió en el programa de Georgina Barbarossa, cuando después del debut, en vez de reparar en lo que había dicho, la devolución fue: “¡Saliste linda!”

Saciedad y sociedad

Habrá que agradecerle a la modalidad de canje que ahora, al menos, se transparentan los mil y un tratamientos en que se pierde el star system local. Eso ha logrado imágenes desconcertantes, como a tal vedette dando una entrevista con electrodos en la cola o a otra con un gel extraño desparramado por su cuerpo. Siempre mujeres, siempre flacas. Las gordas son una especie de tabú visual, están invisibilizadas. Las publicidades con tratamientos para adelgazar muestran a chicas flacas y otro tanto sucede con las revistas de moda, las publicidades de bebidas alcohólicas y más. “Los medios arman realidad. Validan una idea, una conducta, validan salud o enfermedad. Entre todos armamos un estilo no saludable de ser o de pesar. Y no lo arma sólo la pasarela Milán”, explica la médica nutricionista Mónica Katz, que acaba de sacar un libro que se llama, sencillamente, No dieta (Paidós). Allí invita a pensar por qué la metodología de hambrear a los pacientes ha fracasado y presenta el sustento de unos cuantos trabajos académicos que se meten con el sobrepeso y la obesidad. También, explica cosas fundamentales como que tenemos un peso genético y que las iniciativas por tener un peso más bajo que ese trae los problemas. “A veces queremos estar mucho más abajo que ese peso, ¿pero estoy dispuesta a pagar perder cerebro? Cuando una persona come poco, se come. Una anoréxica no perdió amigos o ganas de hacer el amor, perdió sustancia gris. Entonces, ¿qué estoy dispuesta a pagar para entrar a conformar lo que la sociedad me impone? Las argentinas están dispuestas a pagar cualquier precio para, en un mes y medio, lucir perfectas como les dicen que tienen que ser. No somos consumidoras críticas de todo lo que sea relacionado con el cuerpo. Yo no digo no hacer cosas por estar mejor, digo ser consumidoras críticas.”

Porque, además, el tema siempre afecta a las mujeres mucho más que a los hombres. Según comenta la doctora Katz, directora del curso de posgrado en Nutrición Clínica de la Universidad Favaloro y del sitio educativo www.fat-fit.com.ar, los estudios sociológicos arrojan resultados tenebrosos que explican muchos de los problemas relacionados con el comer y el género. “Qué se pretende de un hombre: que sea inteligente, que sea fuerte, que tenga capacidad de ser macho proveedor, proveer económicamente y en la escala social. Qué se pretende de la mujer: que sea linda, flaca y dulce.” Pero además, si bien su libro podría unirse a esta tendencia que queremos encontrar en las diversas iniciativas que discuten la hegemonía de la mujer hueso, ella no cree que esto esté cambiando, si bien va a pasar: “Todos vemos a la gordura como un enemigo público. Según los estudios, se ve más posible armar pareja con un criminal que con un gordo. Y yo no hago una apología de la gordura, la obesidad es enfermedad. Aquí y en la China. Lo que estoy diciendo es: seamos la mejor versión de nosotros mismos”.

¡Disfruta el verano!

Comer, explica la doctora en su libro, se ha convertido para muchas mujeres en un hecho delictivo. Esto podemos verlo en lo cotidiano. No abundan las mujeres que sin hacer una apología ni de la mano del personaje de XL manifiesten su placer por la comida. Al mismo tiempo, “el cocinar” se convirtió en algo accesible, no es un interés ligado con “la ama de casa” y sus necesidades básicas sino que las 24 horas del día podemos encontrar a alguien en la tele que nos aconseje qué combina con qué para que quede más rico y cómo preparar platos maravillosos que sentimos prohibidos. La cocinera y empresaria Narda Lepes compartió una mesa con Mónica Katz y sintió una fuerte empatía con sus dichos. Que el título de su libro y lema casi filosófico sea “comer y pasarla bien” habla mucho de lo que para ella significa la comida. Y lo explica con vehemencia: “No sé si está cambiando el tema de las mujeres y la comida. Para algunas sí y para otras no. El tema de las dietas tiene el tiempo contado. No funcionan. Sí funciona tener una relación saludable con la comida. Informarse acerca de qué está hecho lo que comés. Involucrarse. Comer cosas frescas. Cada vez le pedimos más a la comida y le damos menos: que sea rápida de hacer, que sea fácil, que sea light, que sea sana; y no le dedicamos tiempo, decimos que no tenemos tiempo y en realidad hay que contar cuántas horas la gente está sentada frente de la televisión. ¡No me mires a mí, pero cociná!”. Narda también comenta que cuando tiene que confeccionar la carta de un restaurante piensa en platos de hombres y platos de mujeres, si bien hay algunos emprendimientos que se basan en la curiosidad gastronómica donde todos van a probar, sin estar cronometrando. “Lo que pasa con las mujeres es que en la televisión cada cinco minutos muestran culos de mujeres. Los cuerpos que están ahora se parecen más a una travesti adolescente que a una mujer. Alta, flaca, musculosa, con unas tetas y un culo desproporcionados.”

Ella explica además que le cuesta relacionarse con las mujeres que permanentemente sienten que no tienen que comer o que están pendientes de eso: “Comer es algo que hacemos todos los días, compramos comida más que cualquier otra cosa. Si tenés problemas con eso va a influir en todo, es muy básico. No hay nada que consumas más veces que la comida. De hecho, cuando nos demos cuenta de que nuestra compra de comida tiene el poder que tiene, vamos a poder cambiar y reclamar un montón de cosas”, dice, llamando a una concientización del alimento en un sentido integral y complejo. Es tal vez por eso que ella insiste en la relación saludable, bien lejos del tabú y la vergüenza que representa para muchas mujeres la comida.

La autora del libro La historia de la moda argentina y socióloga Susana Saulquin ve que la serialidad de los cuerpos de bajo peso –cuyo nacimiento podemos situarlo en la aparición de la modelo hiperflaca Twiggy y contextualizarlo en función de la cultura de masas y la necesidad de producir ropa en serie con poca tela y redituable– no tiene grandes perspectivas. Y que ya ha empezado a surgir en el mundo la revaloración de las personas diferentes, la customización por sobre todas las cosas, en sintonía con el “diseño de autor”.

Aquí todavía no lo vemos. En todo caso, las iniciativas que pueden agruparse en una tendencia reconfortante siguen siendo aisladas y no logran pesar lo suficiente como para cambiar una frecuencia que ya tenemos todos en la cabeza. Mientras, ganan las contradicciones: disfrutá pero no engordes, divertite pero cuidate, y una larga lista de agridulces etcéteras. Los que señalan con aires disruptivos el fin de la dictadura del cuerpo y tantas otras cosas están, probablemente, exagerando. Pero no hay que bajar los brazos, para decirlo en la terminología gimnástica: la rebelión de los cuerpos exige otro tipo de fuerza.

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Podríamos ponernos a imaginar qué pasaría si
alguna de estas actrices, con la pantalla de una falsa “apertura”, fuera convocada para Bailando por un sueño, por poner un ejemplo. Los jurados se llenarían la boca de eufemismos, hablarían de la valentía, de las curvas, de la gracia, como si hubiera que justificar su presencia. Probablemente ellas deberían aceptar convertir la gordura en su tema, su característica excluyente, en un espectáculo según las reglas de la TV.
 
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