Viernes, 31 de octubre de 2008 | Hoy
INUTILISIMO
Las vacaciones vienen llegando y no han de tomarnos desprevenidas si nuestro plan es tomarnos un moderno transatlántico de esos “que surcan los mares como verdaderos palacios flotantes”, según describe Antonio Armenteras en su Enciclopedia de la Educación y la Mundología (De Gasso Hermanos Editores,, Vía Layetana 153, Barcelona, 1959). Entonces, si nos ha tocado la suerte de poder viajar en semejante escenario de lujo, debemos saber “que existen ciertas ceremonias y costumbres propias de la navegación, que serán explicadas de inmediato”.
El tema que se presenta primero tiene que ver, naturalmente, con las despedidas: las personas que la acompañen al puerto podrán subir con usted al barco y permanecen hasta que llegue la consabida orden: “Los que no sean pasajeros, a tierra”. Una vez que familiares y amigos retornen al muelle, “le tocará a usted asomarse a cubierta para los gestos últimos de adiós”. No es elegante dejar correr las lágrimas, trate de contenerse hasta llegar a su camarote. La ropa para embarcar no debe causarle preocupación alguna: “La más apropiada es de tipo sport refinado; la pasajera debe vestir preferentemente traje sastre y la sencillez debe ser la nota destacada de su presentación, por lo que las joyas deberán estar en el maletín”.
Un problema desagradable que suele aparecer en estas travesías es el del mareo: lo mejor es tomar el medicamento específico ante los primeros síntomas y tumbarse en la cama con los ojos cerrados. Si al día siguiente el malestar persiste, “es recomendable salir a cubierta y tenderse en una reposera de frente al mar, pero sin fijar jamás la vista en la línea del horizonte. También se aconseja en esta situación tener al alcance una botella de champagne seco y beberlo mezclado con soda”. No hay nada de vergonzoso en marearse, lo incorrecto es permitir que el malestar desemboque en un ingrato espectáculo. Al menor indicio de que esto pueda suceder, debe usted correr a su camarote para evitar que los demás presencien su inevitable e involuntario desahogo.
Aproveche las posibilidades que le ofrece la vida a bordo, aparte de las comidas reglamentarias: piscinas, solarium, pistas de tenis, salas de juego, baile, cinematógrafo, bibliotecas, etcétera. Pero atención, “si no conoce usted a los jugadores no debería sentarse en la mesa donde se va a jugar por dinero una partida improvisada de cartas”. No hay garantías de que personas que están lejos de merecer el título de damas o de caballeros no intenten despojarla con habilidad de su plata.
Conviene estar preparada y no creer que el viaje se va a eternizar, porque “cuando hayáis incorporado nuevos afectos y ya estéis habituadas a la vida del barco, cuando acaso creáis que habéis encontrado el amor en una noche de luna en la zona más alta de la cubierta, entonces llegará el momento en que habréis de abandonar el barco”. Con calma y valorando el saldo positivo, si es vuestro deseo podéis vestiros de etiqueta para la última noche en el comedor, aunque si ya habéis preparado el equipaje, no se considera incorrecto que paséis la velada con la misma ropa sport con que llegasteis al transatlántico.
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