Viernes, 28 de noviembre de 2008 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
La mujer rubia en sazón, de cuerpo atlético, con un derroche de expresividad que se diría mediterránea aunque es sueca, le habla a una cámara que se le acerca como si quisiera extraerle un secreto. El secreto de un personaje –Lynn– que la mujer rubia –Charlotta Öfverholm– investigó y perfiló a lo largo de año y medio. Después de tener listo ese guión, su autora fue filmada durante semanas, hablándole desde Lynn al director Per Breitenstein. Seis horas de rodaje que se condensaron en nueve minutos.
En ropa de fajina, sin producirse, dice Lynn por boca de Charlotta –o al revés–: “Siento la tierra acercarse a mí mientras lleno mis pechos de siliconas en el mundo donde lo fantástico plástico fantástico guía (...), en este gran mundo de la fama”. Primerísimos planos, imagen fuera de foco que se desvanece, sobreimpresiones, los movimientos de la mujer se descomponen, se deconstruye el personaje que después de proyectar el corto se verá en vivo. La mujer hace un paralelo entre el tratamiento de enfermos de sida y las cirugías que ella se hace por elección. Y deduce: “Creo que lo amo porque me siento yo misma. Creo que eso es el amor...”
Charlotta Öfverholm, bailarina y coreógrafa, es la directora artística de Jus de la Vie, compañía que integra Tobías Hallgren, bailarín e iluminador del espectáculo Lynn que se estrena mañana en Buenos Aires. Öfverholm estudió cine, video y TV en la Universidad de California, teatro en el Instituto de Lee Strasberg en Los Angeles, y empezó a bailar en Suecia con Lia Schubert. Ha trabajado con coreógrafos y compañías estadounidenses del nivel de Bill T. Jones y la Arnie Zane Dance Company. Al volver a Europa, en 1995, bailó con Roberto Galván, Robert Poole, Jan Kodet, Richard Turpin. Entre 1998 y 2000, Charlotta estuvo en el DV8 Physical Theatre de Londres, bajo la dirección de Lloyd Newson, y recorrió buena parte del mundo haciendo El día más feliz de mi vida. Con la bailarina de flamenco Gabriela Gutarra, Öfverholm creó obras donde se combinan la danza clásica española y la danza-teatro contemporánea, entre ellas El amor brujo, de Manuel de Falla.
Después de la proyección del breve film, aparece Lynn en escena, en carne y hueso (y siliconas, según anunció), “siempre ocupada, separando el calor del frío, bien en el fondo de su gran taza de Starbucks (...), se está poniendo curitas sobre sus cicatrices”. Lynn fuma, tiene broches de colgar la ropa en las cejas, las mejillas, el mentón, el pelo. Una extraña bestia surrealista que empieza a bailar cae, se golpea, reincide arrullada por la partitura de Amit Sen. Irrumpe un hombre que le quita los broches, dirige sus movimientos, la trata como a una marioneta, baila con ella, la somete, se sienta sobre su espalda para disciplinarla. Ella vuelve a bailar sola, ahora acompañada de un aria operística, se desmorona, se rehace, sigue danzando, se acelera con un ritmo obsesivo. Cambio de vestuario y Lynn recita la receta de la Quiche Lorraine que hacía su madre, de nuevo con broches que va sacando de un bolso y poniendo en su cara, su pelo. El tipo regresa para ejercer su dominio, la peina, no la escucha, se oye un sonido como de cajita de música, él le hace un gesto amenazador con un cuchillo, la agarra del cabello, pero ella le canta una canción de amor con letra de bolero.
Dice Charlotta Ö que para el personaje de Lynn se inspiró en algunas mujeres que conocía, en ella misma. Así afloraron fantasmas y mandatos que gravitan sobre las mujeres y que la artista elige ridiculizar. Está claro que Ö empieza por reírse de ella misma antes de tomarles el pelo a los estereotipos, sin dejar de ver su lado patético, deplorable. Con ese humor superador habla de tantas pordioseras de amor que se arrastran por un mendrugo, se inventan una novela, se torturan y se dejan torturar. Además de notable y arriesgada bailarina, Charlotta es una actriz de enorme capacidad expresiva en su bello rostro lleno de marcas de vida (sin operar, al revés de su personaje) que no oculta, que acentúa en este espectáculo donde es difícil separar el teatro de la danza, porque se entrelazan y combinan para dar lugar a metáforas imaginativas pero transparentes, cómicas y contundentes, que provienen de la vida cotidiana de las mujeres, de las exigencias de cumplir un canon perverso de belleza, de la idea recibida de que el amor de un hombre debe ser el eje absoluto que da sentido a la vida.
Lynn, mañana sábado a las 23, martes 2 y miércoles 3 de diciembre a las 22 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034, a $ 30 y $ 25.
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