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Viernes, 27 de febrero de 2009

PANTALLA PLANA

Disexionado

La saturación de consejos, ejercicios y verdades reveladas en torno al sexo parece haberlo convertido, según Cosmopolitan TV, en algo más cercano a una gimnasia para tener la panza chata que a la búsqueda del blando olvido del placer.

 Por  Natali Schejtman

Un canal como Cosmopolitan puede generar sorpresa, algún enojo y sonrisas. Su modo de encadenar imágenes y palabras dentro del eje mujersexo no deja de distinguirse de ciertos chiclés, si bien, a esta altura, ya ha creado los propios. Entre la serie algo erótica, la reflexión algo fálica, el consumismo pavote, el fetichismo frívolo y la independencia épica, el canal tiene una programación que gana adeptas en el mundo entero.

Pero hay un factor que salta a la vista cuando una se somete a sobredosis de estilo Cosmo, y es esta especie de idea omnipresente del sexo como ciencia, que abunda en todas las vías de difusión mediática y que está adquiriendo visos al menos extraños.

Conocemos a algunos personajes que hace años participan y generan esta ola: Rampolla, sobre todo, o Kusnetzoff, también, que irrumpieron con fuerza demoledora para hablar en libros, radio y TV en un idioma técnico y anticaliente de todos los sexos posibles.

Cosmopolitan también emite otros programas, que separan lo sensual y lo sexual con naturalidad: una saga de documentales o realities con gente que parece común (es decir no famosos, ni actores, ni modelos) y se dedica, cómo no, a explorar el mundo del sexo, con un nivel de detalle pasmoso. En alguno, podremos ver a una pareja que, por separado, aprende sobre el poder del orgasmo controlando pene y vagina para lograr esa hermosa sensación en una sucesión de escenas que, desde ya, no transmiten demasiado: vemos a cada uno de ellos en una especie de clase de gimnasia vaginalpeneana, liderada por “especialistas” que los arengan como si se tratara de una trabajosa serie de abdominales que hay que terminar para ver la panza chata. Para colmo, como si no fuera demasiado antifantasioso mostrar el mundo del sexo como desprendido por una orden (la misma que la del gimnasio: ¡controlá! ¡endurecé!), una vez finalizado el aprendizaje, veremos a la pareja en cuestión en camisón y pijama, despidiéndonos (a nosotros, los televidentes) con un hasta luego y la advertencia de “vamos a probar lo que aprendimos”, para después reencontrarnos y enterarnos que estaban un poco desilusionados porque no fue tan fantástico como la personal trainer del sexo les había ordenado que fuera.

El goce como algo sobre lo que hay que aprender de la mano de especialistas parece haber venido después de que la sexualidad se impusiera como algo sobre lo que hay que informarse. Pero la televisión va más allá. Hoy, podemos encontrar sexo diseccionado en todos lados, y enfrentarnos también con su lado oscuro: lo ginecológico, la enfermedad. Así es como de repente nos topamos con una mujer entrada en carnes que cuenta una historia realmente dramática: la de su experiencia como constante y patalógicamente excitada. Perdió a su marido, tuvo que soportar las bromas machistas de los doctores y otros malestares cuando contaba que debía masturbarse tantas veces en una hora y que no había quién le diera un diagnóstico certero sobre lo que le estaba pasando. Es decir, lo que algunos programas se encargan de buscar hasta la locura (excitación femenina), otros muestran en una faceta más, tal vez, amedrentadora.

En definitiva, es así: ya sea como aprendizaje, obligación o patología, el sexo fotografía bien.

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