Viernes, 27 de febrero de 2009 | Hoy
ENTREVISTA
En la Argentina hubo más de 200 femicidios en 2008. Las denuncias por violencia doméstica aumentaron un 369 por ciento en la última década. ¿Qué hacer con los varones golpeadores? El psicólogo Mario Payarola propone que para erradicar el maltrato es necesario promover grupos de hombres que puedan controlar sus conflictos y reflexionar sobre su conducta. También asegura que con técnicas con perspectiva de género se puede detener la violencia física y psicológica. Y pide una nueva ley que contemple los tratamientos a los golpeadores para darles seguridad a las mujeres.
Por Luciana Peker
“La violencia física es fácil de detener”, asegura el psicólogo Mario Payarola, especialista en violencia familiar y coordinador del grupo para hombres que ejercen violencia dependiente del Centro de la Mujer de Vicente López. En 2008 hubo, al menos, 207 mujeres asesinadas por violencia sexista, según una investigación de femicidios en la Argentina, realizada por la Asociación Civil La Casa del Encuentro. Payarola afirma que muchas de esas muertes serían evitables con una nueva ley de violencia familiar que contemple los tratamientos a los agresores. Para el especialista el mayor desafío es el maltrato sutil de miradas, palabras o señas que suele sólo conocer la víctima. “Es mucho más difícil frenar la violencia psicológica porque está basada en las creencias machistas que están arraigadas culturalmente”, apunta.
–El caso de Graciela Aguirre, absuelta después de matar a su marido en legítima defensa, mostró que las mujeres se ven empujadas a un abismo cuando son víctimas de maltrato. ¿Qué debería hacerse para prevenir y terminar con la violencia de género?
–Hay recursos judiciales, pero no son suficientes. Hay casos similares al de Aguirre todos los días. Tiene que haber mecanismos que protejan a las víctimas. Y todos podemos hacer algo para frenar la violencia.
–¿Se cumple la exclusión del hogar de los hombres violentos?
–No hay quién supervise que la exclusión se lleve a la práctica. Yo mismo escucho testimonios de hombres violentos que vulneran las órdenes de restricción. Eso es muy preocupante. Alguien que no respeta el límite que le pone la Justicia está demostrando peligrosidad.
–¿Qué se puede hacer con los maltratadores?
–Yo vengo luchando para imponer tratamientos para los hombres desde 1995. Pero hay alguna razón que desconozco que hace que las autoridades políticas no lo incluyan en la gama de servicios que deberían existir para prevenir la violencia familiar. Se necesitaría que una nueva ley impulse los grupos para hombres.
–¿Los tratamientos para hombres golpeadores son un recurso utilizado, en otros países, para detener la violencia?
–Yo estuve becado por la Embajada de Canadá y allá se considera que un plan efectivo de violencia hacia la mujer tiene que incluir, necesariamente, el tratamiento del hombre violento porque, de lo contrario, repite la misma conducta con nuevas parejas. En Argentina hay pocos grupos y sin mucha difusión. Yo trabajo en la Municipalidad de Vicente López y en la ciudad de Buenos Aires, Ramos Mejía y Moreno hay experiencias aisladas.
–¿Cuánto tiempo tiene que tratarse un hombre para controlar su violencia?
–Un año, pero en Argentina el tratamiento no es obligatorio, entonces tienen la libertad de dejar el grupo. En cambio, en Canadá, un hombre que es denunciado tiene que hacer un tratamiento y, si no lo cumple, es sancionado.
–¿Incluirías la obligatoriedad de los tratamientos para varones en las nuevas leyes sobre violencia que se están discutiendo en el Congreso?
–Sí. Porque sin la obligación de tratarse los hombres caen en los grupos cuando están en el ciclo del arrepentimiento y reconocen su violencia. Pero a los dos meses sienten que ya no lo necesitan y vuelven a la negación. Y nosotros no podemos hacer nada.
–¿La violencia de un hombre se puede controlar o modificar?
–La mayoría de las personas piensa que la violencia es una enfermedad y preguntan si se puede curar o no. Pero la violencia no es una enfermedad: es una conducta que se reitera porque es adictiva y logra el objetivo de controlar a las personas que integran ese núcleo familiar. Sin embargo, la violencia física es fácil de detener.
–¿La violencia física es fácil de detener? ¿Cómo?
–La técnica se llama “de tiempo afuera”: la mayoría de los hombres que están por tener una explosión tienen señales corporales, distintas en cada uno, de previolencia. Hoy atendí a un hombre que pudo observar que su propia señal es un calor que le sube de la panza y una presión en el cuello y la cara. Otros hombres dicen que les transpiran las manos o que les cambia el tono de voz. La técnica es observar cuáles son los propios signos de previolencia y, antes de que se produzca el estallido, tomarse un tiempo afuera: salir del lugar donde está teniendo una discusión, generalmente con su esposa, y salir a caminar, ir a dar una vuelta. Eso sí, no se puede ni manejar ni consumir bebidas alcohólicas. Este tiempo afuera puede llegar a durar una hora. Y cuando el hombre regresa no necesariamente tiene que retomar el tema de discusión con su señora. Pero una cosa que es importante es que él le tiene que avisar que es una técnica que aprendió en el grupo para que ella sepa que no es que él está rehuyendo de un tema conflictivo. La experiencia demuestra que después de salir dos o tres veces aprende a controlarse y no necesita irse.
–¿Con este método se pueden evitar muchos o algunos de los más de 200 femicidios que se producen en la Argentina cada año?
–Sí, totalmente. Es realmente notable la efectividad de la técnica. La violencia física es la más fácil de detener, es mucho más difícil frenar la violencia psicológica porque está basada en las creencias machistas que están arraigadas culturalmente. Lo que más hay que trabajar en los grupos son las cuestiones de género y esto entusiasma bastante a los hombres. Ellos dicen “agradezco al grupo porque he podido hablar de cosas que en otros lugares no he podido”...
–Ni en el trabajo, ni en el bar, ni en la cancha.
–La mayoría de las conversaciones de los hombres son sobre sus éxitos comerciales, laborales o amorosos. Y en el grupo se ponen en contacto con sus debilidades y sufrimientos que, por la forma en la que han sido criados, tienen que ocultar por el famoso mandato de “los hombres no lloran”. También rever su rol directivo en la familia es muy terapéutico y efectivo.
–¿Cuál es la primera reacción de un hombre golpeador que se sienta a reflexionar sobre su violencia?
–Lo primero que hacen es negar su violencia o decir “estoy acá porque me mandó el juez”. Por eso, el primer objetivo es que reconozcan el daño que les han hecho a su mujer y a sus hijos.
–Algunos cuestionan que la violencia de género no es una patología y que entonces no necesita un tratamiento.
–En Canadá los grupos los llevan más trabajadores sociales que psicólogos, porque está visto como una problemática más social que psicológica. Hay otros que acentúan las diferencias individuales entre hombres. Igualmente no hay que olvidarse de que estos grupos nacieron con el impulso del movimiento feminista. La prioridad es la seguridad de la mujer. A mí por ejemplo me llamaron de un pueblo del interior donde querían un grupo de tratamiento para hombres, pero no tenían ningún grupo para mujeres. No acepté porque, si se va a crear un servicio para hombres, tiene que haber un servicio de asistencia a las víctimas. También algunas mujeres creen que el coordinador del grupo –por ser hombre–se va a aliar con el maltratador, pero los tratamientos tienden a garantizar la seguridad de la mujer.
–En Estados Unidos condenaron a algunos hombres que golpeaban a sus esposas a hacer yoga. ¿Cuál es la diferencia de mandarlos a respirar y hacer ommm con el tratamiento grupal?
–Hace unos años se pusieron de moda grupos de manejo del enojo. No estoy de acuerdo ni con el yoga ni con esas técnicas, porque son tratamientos basados en el control de la ira y no en una revisión de los aspectos de género. Es desideologizar el tratamiento. Con la técnica sola no alcanza.
–¿Qué se hace con los modos más sutiles de ser despectivo con la mujer?
–La mayoría de las mujeres entrevistadas a los seis meses me dice que vieron cambios en sus parejas, pero todavía la siguen insultando o haciéndole algún tipo de maltrato. Con esa información puedo intentar que el hombre revise eso. Al año, en general, se hicieron los cambios necesarios. Hay formas de violencia de la que solamente la víctima se da cuenta. Un hombre me dijo: “mi mujer dice que tengo cara de asesino”, y yo le contesté: “será cuestión de que se mire al espejo”. No creo que la mujer esté inventando.
Más información: www.payarola.com.ar |
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