Viernes, 27 de febrero de 2009 | Hoy
CRONICAS
Por Juana Menna
Porque es verano y queda mucha piel al aire. Por convención. Porque a la pareja le gusta. Porque una lo prefiere. Porque a veces se debe sacar de la vida lo accesorio. Y aunque la depilación no es justamente cómoda, es más sencillo quitarse vello que miedos, dudas o frustraciones. Mientras acomoda la camilla en donde se recuestan sus clientas, Erica enumera las razones que llevan a las mujeres a visitarla. Tiene 26 años y es depiladora desde los 20. A costa de untar piernas, pubis, axilas y zonas más insólitas con tibia cera de miel, se pudo mudar sola a Caballito. Y por ahí, quien sabe, el dinero alcance para vacaciones de fin de semana en Mar del Plata. Tampoco importa resolverlo ahora. Una nueva clienta ya está recostada en la camilla, desnuda de la cintura hacia abajo. Erica comprueba con una paleta de madera que la cera color ámbar tenga la consistencia adecuada. Empieza la sesión.
Como hace calor en la habitación cerrada al amparo de las miradas que pueden colarse desde la vidriera del local, Erica usa un pequeño ventilador manual. De esa manera circula el aire y la cera puede secarse porque si no falla el tirón. El viento del ventiladorcito mueve una hoja colgada en la pared donde están anotados los servicios que se prestan y los costos. Es increíble la cantidad de lugares que pueden ser colonizados por un trozo de cera: los glúteos, la cintura, el empeine, la punta del dedo mayor del pie, las fosas nasales. Ni los besos pueden llegar tan lejos.
Además, si un mapa del cuerpo humano se divide en zonas, lo mismo sucede con la depilación. Un cavado normal, por ejemplo, no avanza más allá de las ingles. Un cavado profundo llega a rozar los labios mayores de la vagina. “Pero para eso mejor hacete una tira de pelvis”, recomienda Erica. O sea, todo el Monte de Venus convertido en un páramo. Y si sos de las que usan bombachas mínimas, animate a una tira de cola. Erica asegura que no duele. Bah, que es más dolorosa la depilación “completa, completa” donde el pubis de una mujer queda reducido al de una niña. “Algunas ginecólogas lo desaconsejan”, previene esta otra conocedora de intimidades.
Una vez terminada la depilación pubiana –un sondeo de la consultora Erica y Asociados asegura que sólo las mujeres menores de 45 son tan estrictas con esos vellos– la chica acerca el ventiladorcito a las piernas abiertas de la otra, la clienta. El centro del ventilador es como un gran ojo polifemo que observa con interés ciego las femeninas cavidades. Y sopla aire fresco mientras Erica deposita talco con un cuidado que resulta sensual. “Todas las mujeres son distintas. También sus huecos”, sentencia mientras entrega el vuelto, ajena a su propia sabiduría.
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