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Viernes, 2 de diciembre de 2011

PANTALLA PLANA

EL AGUA Y EL ACEITE

El azar acerca a dos chicas bien diferentes que nacieron para tener vidas paralelas, sin tocarse jamás. La proletaria soez Max y la finoli ex ricachona Caroline primero chocan, luego negocian y comparten trabajo, departamento y proyectos en 2 Broke Girls.

 Por Moira Soto

Max es una morocha maciza de Brooklyn; Caroline, rubísima y flaca, viene del Upper East Side neoyorquino. Una es de clase baja trabajadora, educada mayormente en la universidad de la calle; la otra, clase alta ociosa, tuvo niñeras y fue a colegios paquetes. De tan opuestas, resultan complementarias y desde la primera entrega se puede predecir que habrá tira y afloje, pero también buen intercambio entre ellas.

2 Broke Girls, la sitcom que puede verse por la señal de cable Warner, aunque propone el formato exterior más clásico y tradicional desde que existe la tele, se permite jugar con datos de la realidad actual –crisis económica, inmigración, magnates estafadores, citas de otras series famosas– y al apelar a esos diálogos veloces tan propios del género los salpimenta con crudas alusiones sexuales. En los minutos iniciales del programa piloto, la camarera Max les dispara a dos clientes de modales groseros: “Que me chasqueen los dedos para llamarme, me seca la vagina”. Es que Max es así, una chica dura y deslenguada que a su manera se hace respetar. Dura por fuera, claro, porque tardará minutos en comprender la auténtica orfandad de Caroline, pobre niña rica que se ha quedado en la calle, con su vestidito blanco Chanel, su collar de perlas y una pequeña valija con ruedas.

Sucede que la despistada –respecto del mundo real– Caro aterriza en un antro de comidas rápidas donde labura la curtida Max. Acaban de despedir a una camarera rusa por dedicar sus atenciones (sexuales) al cocinero en vez de tomar los pedidos de la clientela, la rubia se ofrece a Han Lee –el regente asiático del lugar a cargo de Matthew Moy, una ternurita–, que la recluta rápidamente porque considera que el tono de su pelo “es bueno para el negocio”. El grado de presunción y frivolidad de Caroline es casi conmovedor –una niñita pija, dirían los españoles, sin connotaciones genitales–, no tiene la más pálida idea de lo que es trabajar ni en un bar ni en ningún otro sitio, se queja del color del uniforme que no va con su piel, y confunde las manchas de semen (de las actividades extracurriculares de su antecesora rusa) con sopa de almejas... “Hola, Barbie”, la ficha el cocinero Oleg, siempre listo para el cachondeo.

Frente a las pruebas, Max se convence de que Caro es hija de ese billonario crápula que dejó a mucha gente en Pampa y la vía (una cita a Madoff, claro) y ante lo inevitable, decide darle una mano. La (ahora) pobre blonda con los fondos fiduciarios congelados sólo tiene lo puesto y encima eligió mal en el apuro. Max le pregunta si conoce a Paris Hilton, de quien Caro es hasta cierto punto la caricatura: “No, ella no es tan rica...”. Y ya sobre el final de ese primer cap, jugoso y divertido, las chicas reparten propinas: la novata las consiguió buenas, y además cobró un plus por las magdalenas que la morocha prepara en su casa, y se guardó la diferencia. “Al menos, podemos estar seguras de que no sos adoptada”, ironiza Max. Este es pues el comienzo de una gran amistad, con sus altibajos y el proyecto de armar juntas un negocio de repostería. La idea es de Caro, obvio, y en el último cap visto esta semana (el 6º), de los 13 de esta temporada, las socias –interpretadas con mucha gracia por Kat Dennings y Beth Behrs– ya juntaron 423,25 dólares.

El choque de clases y culturas va derivando en que una aprenda de la otra, sobre todo la rubia que se va enterando de cómo es la vida de los “pobres” (la gente que tiene menos de un millón), carecer de seguro médico, ir a comprar a ferias de ropa usada y aceptar que “ese olor” es el que ella va a llevar en adelante, descubrir que existen (y valen) los centavos... En fin, como ella dice, “ir adaptándome al tercer mundo”. A su vez, la realista y desencantada Max toma lecciones de emprendimiento y acepta la idea de fundar una pyme, absorbe algo de la fantasía de Caro y se deja ablandar un cachito por su buen corazón. Aunque le cuesta reconocer sus propios sentimientos: “Hace dos años que no lloro, desde que vendí mis glándulas lacrimales para conseguir dinero”.

En la zona más delirante de 2 Broke Girls, las chicas van a buscar el caballo que el papá le regaló a Caroline al cumplir los 16 y lo depositan en el patiecito del modesto departamento. Max se encariña, lo saca a pasear por la noche y lleva una gran pala para recoger sus boñigos. En ese delirio entran también las escenas de Max, que cumple doble empleo en Manhattan, en la casa de la adinerada Peach, cuyos mellizos –Angelina y Brad– cuida por hora. La tilinguería de Peach supera la de Caroline: se queja porque hizo broncear a sus bebés y se excedieron con el color: “Tampoco quería que parecieran inmigrantes”.

* Broke Girls, los martes a las 20.30 por Warner, repite jueves a las 20.30, sábados a las 12.30 y domingos a las 11.30.

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