Viernes, 2 de diciembre de 2011 | Hoy
MUESTRAS
Plastic Light es un nombre propio, elegido para poner de manifiesto una masculinidad maleable, una identidad en tránsito. El nombre de un bailarín que fascinó a la fotógrafa Natacha Ebers que también se apropió de esas dos palabras para su muestra itinerante.
Por Paula Jiménez
Esta es la historia de cómo la artista Natacha Ebers encontró el modelo de sus sueños y fue volviéndolo el fetiche de sus obras: “Es Plastic Light. Lo conocí en el bar de una amiga. Tenía un bolso muy grande de donde sacó un zapato de taco gigante color rosa. No sé cómo, pero de un día para el otro yo estaba fotografiándolo en su casa y él con un calzado de tango, una bombacha y una peluca, bailando Gloria Gaynor”. En colores y también en blanco y negro, semidesnudo o semivestido, a plena cara o con la cara oculta, Plastic Light es mostrado por Ebbersen de todos los tamaños, desde un enorme retrato de su rostro a una serie de pequeñísimos cuadritos donde se ven sus piernas comprimidas como bonsáis. Un sugerente juego de luz y sombra y un registro parcial de las partes de su cuerpo es lo que en estas fotos se elige exponer. En ellas vemos, por ejemplo, una mano con sus uñas pintadas, un taco de mujer en el pie izquierdo de Plastic Light y un zapato de hombre, abotinado, en el derecho; el solero rojo pegado a su figura fibrosa y delgada debajo de su rostro oscurecido. Estas imágenes funcionan como indicios, como pistas de una identidad que se resiste a unificarse y definirse ante la cámara (y ante la vida, en primer lugar).
El escenario original donde se tomaron gran parte de estas fotografías es ese departamento que Ebers menciona, la casa sin muebles en la que Plastic Light vive, se desarrolla y baila. ¡Y cómo baila! Paralelamente al cuelgue de las fotos, esta exposición se complementa con otro cuelgue: el de una proyección donde al modelo se lo ve meneando brazos y piernas al ritmo de la música disco. Es que el movimiento, ese desafío a la fijeza fotográfica es, precisamente, uno de los puntales sobre los que Natacha Ebers se apoyó para construir este proyecto (hecho también de la filmación de las sesiones fotográficas que servirán para un futuro documental). Creo que no sería desacertado arriesgar, incluso, que el movimiento es el tema de esta muestra, aquello que en el fondo –y en la superficie– Ebers está queriendo fotografiar. Porque lo que aquí se ve es el registro de una identidad en tránsito, ese ida y vuelta que en el plano de la imagen va desde la chomba y los jeans al vestido, el taco y los collares. Cross dresser a placer, famoso personaje de la calle Corrientes, efebo del pasado devenido señora sexy cuando quiere, ése es Plastic Light. Y Plastic Light, según cuenta Natacha, no se peina para la foto, él es así y vive de ese modo, como su cámara lo ha registrado. Tal vez sea ése el secreto por el cual lo que se ve, lejos de cualquier forzamiento performático, resulta genuino y conmovedor.
Durante este proyecto, Ebers no echó mano solamente a la fotografía analógica, también recurrió a la estenopeica (ese procedimiento casero de captura fotográfica que se logra con materiales de descarte y cuyos secretos la artista transmite en sus talleres de la cárcel de mujeres de Ezeiza a las presas). Los límites borrosos de la imagen que en la estenopeica se producen, una especie de nube que se esfuma sobre los bordes del papel, y el velo brumoso que diluye los colores ayudan a crear un clima cuasi onírico en estas obras. “Al trabajar con fotografía estenopeica la atmósfera que se genera es bastante particular. Yo no trabajo con el femenino y el masculino, no busco colaborar con esas definiciones. La atmósfera que logro con este recurso, en cambio, me permite algo más abierto, o andrógeno. Me permite ver a la persona como persona. O como ser”, dice Natacha.
* Plastic Light desde el 29 de noviembre hasta el 3 de diciembre en Ladran Sancho, Guardia Vieja 3811. Y durante diciembre continuará en exposición en el Festival por la Diversidad de El Bolsón.
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