Viernes, 2 de diciembre de 2011 | Hoy
DIVAS
Días antes de su segunda visita a la Argentina, conversamos con Sonia Bazanta Vides, más conocida como Totó la Momposina, maestra y patrona de los parches, musa indiscutida de la madera y el cuero, la que hace hablar a los tambores con solo decir su nombre. Desde la región de Mompox, Colombia, aterriza en Buenos Aires la diva descalza.
Por Miss Bolivia
Totó nació en Talaigua Nuevo, Colombia, y ya desde la cuna se nutrió de ritmo. Pertenece a la cuarta generación de una familia de músicos: su padre era percusionista y su madre, bailarina y cantadora. La anécdota dice que de niña llamaba todo a su alrededor “totó, totó”, como la onomatopeya de un golpe de tambor, y como si hubiese anticipado la trayectoria artística que luego la apuntaría como exponente máximo de la música tradicional colombiana. A los 16 años formó su primer grupo junto a sus padres y hermanos y, desde entonces, el escenario se ha convertido en su hogar espiritual y espacio en el mundo donde le es posible evolucionar día tras día a través de la música: “Mi política es la música y con ella represento a mi país”.
Totó fue a la universidad. Su recorrido académico es complejo y exhaustivo. Estudió en la Universidad Nacional de Colombia, en La Sorbona y en Cuba especializándose en historia de la música y la danza. Con una perspectiva antropológica y de corte musicológico, su objetivo de trabajo se centró en la investigación y compilación minuciosa de los motivos musicales populares del Caribe colombiano y se enfocó en la recuperación y creación de formas que luego incorporaría a su repertorio, además de buscar una orquestación que diera cuenta del abanico sonoro que compone la identidad cultural de Mompox. “El panorama es muy rico y variado si observamos el multifacético entramado de sedimentaciones negras, blancas e indígenas que se combinaron a partir de la colonización europea en Sudamérica. Y nosotros somos parte de ese sincretismo”, dice.
Su estilo es didáctico, siento que estoy leyendo un libro o tomando una clase. El discurso organizado y expositivo deja entrever su tiempo en las aulas, el pasar académico y la enorme capacidad y fluidez para la transmisión oral.
Entonces Totó recorrió la costa. Tomó registro, cantó, bailó, se empapó y lo hizo carne. Con una batería de leyendas, instrumentos, ritmos y canciones, engordó su repertorio de motivos regionales, principalmente cumbias, mapalés, bullerengues, guarachas, porros, gaitas, rumbas, sextetos y muchos otros que ni siquiera había escuchado nombrar. Aunque para mayor precisión, la figura principal que organiza su banco de datos es el complejo de bailes cantados. Se trata de un combo transversal de representaciones espontáneas de cantos, bailes y toques, acompañados por instrumentos de percusión, palmas, tablas y guacharacas; las líricas se van organizando entre coros pregoneros y versos libres. En la región del Caribe colombiano, la práctica del baile cantado se lleva a cabo en conmemoraciones, celebraciones y festividades tanto religiosas como profanas y actos patrióticos donde se combina el baile colectivo con el canto y el toque de tambores. Sobre cómo organiza el repertorio en cada show acota: “Tengo doscientas cincuenta y cinco canciones montadas como mínimo. Hay un núcleo básico que siempre canto, y luego me voy inspirando en el momento, según lo que pida el show. Una tiene que tener varios espectáculos montados en simultáneo, ir poniendo y sacando acorde a la energía del cada presentación”.
Mientras hablo con ella, no puedo dejar de pensar en Leda, en Isabel Aretz, en esas mujeres inquietas y apasionadas por las narrativas de un pueblo. Mujeres que se zambullen y recorren la geografía de una tierra tomando registro de la expresión, las marcas de nacimiento, cicatrices y cavidades de un folklore sostenido de generación en generación, todo hilvanado por el motor de la tradición oral, ese loop que se repite pero que se actualiza y transforma cada vez. Pienso en el intérprete como canal y garante de la supervivencia de los guiones culturales, de la perpetuación de lo ancestral y de lo que un pueblo se rehúsa a olvidar, de lo que mantiene vivas las voces de los que estuvieron, de una mítica y poética que le dan consistencia al relato.
Y en momentos donde la tecnología y el almacenamiento masivo de información están a la orden del día, la insistencia en el traspaso y la distribución del capital cultural mediante la oralidad y la repetición en tiempo real, deja huellas y toma valor, manteniéndose vigente más allá de las coordenadas de tiempo y lugar. Pienso en el rap, en las coplas, la murga, los pregones, los mantras. Pienso en la huella y la palabra, la música y la identidad.
–Uno viene con una misión en la vida. Mi compromiso es el de mostrar la riqueza del área del Caribe. Yo no soy una artista de la inmediatez. Creo en la apropiación y el despertar de la identidad a través de la música ancestral. La primera identidad que descubrimos es nuestra identidad como seres humanos, pero también está la herencia cultural que es una pieza muy grande y valiosa a la hora de construirse o deconstruirse. Entonces, el compromiso mayor es el de conservar la música pero, a su vez, permitirle evolucionar. Para mí la evolución tiene que ser elegante y respetuosa, sin distorsionar el sentido de pertenencia. El canto y la danza son dos pilares fundamentales de las manifestaciones folclóricas de una región y mediante esas manifestaciones puedes acceder al espíritu de un pueblo. También creo que la música es universal y cada quien hace su propuesta: luego el tiempo y el pueblo dirán qué perdura y qué no. Lo único cierto es que la música de la identidad hoy, mañana y siempre será de la identidad. La música vino para enraizarse y lo ancestral debe transmitirse de generación en generación. Por ejemplo, todos dicen que la cumbia es suya. Ecuador, Argentina, Bolivia, Colombia. Lo que sucede es que cada uno expresa la identidad sudamericana a su manera. Se llega a expresiones coterráneas de la música donde lo regional varía el texto y los instrumentos. Lo singular hace que no se pierda la información y que a la vez se enriquezca el sentimiento de pertenencia de cada país. Así, la música tradicional se hace majestuosa.
La carrera de Totó fue tomando vuelo y a medida que transcurrió el tiempo, la cuota de apoyo y reconocimiento fue in crescendo a nivel internacional. En 1982, cuando Gabriel García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo, convocó a la señora para que lo acompañase y representara con una actuación en la ceremonia de entrega. Y así fue, Totó dejó boquiabiertos a miles de espectadores que no pararon de vibrar.
En 1983, grabó su primera producción en Francia, que se llamó Cantadora. Y los años que siguieron, la música de La Momposina continuó evolucionando y visibilizándose progresivamente. En 1991, Totó pasó una vez más de pantalla cuando grabó La Candela Viva en los estudios del sello Real World con Peter Gabriel. Su trabajo fue aclamado por la crítica y resultó muy fructífero en todo aspecto; La Candela ofició de pasaporte con el cual Totó ingresó al universo y la escena global de la world music. En 2002, fue nominada al Grammy Latino en la categoría Mejor Album Tropical Tradicional por el disco Gaitas y tambores y en 2006 recibió el Premio Womex. Este año fue nominada nuevamente al Grammy Latino junto a los portorriqueños Calle 13 por el tema “Latinoamérica” en la categoría de Mejor Video y Mejor Canción.
Carmelina, Pacantó, Gaitas y tambores, La Momposina Total y La Bodega. Totó grabó y editó cinco discos más. El sonido fue adquiriendo mayor potencia con la incorporación de bajo y vientos en la instrumentación, y al repertorio se sumaron temas de composición propia y de otros autores.
En 2010, Totó vino a la Argentina como invitada de honor para los festejos del Bicentenario. “Me sentí muy homenajeada. Realmente fue fabuloso. Me encontré con la percepción de un pueblo unido. Cantábamos en el Obelisco y sentía que nos había unido la música; el arte nos había hecho uno. Creo que fue el comienzo de un gran amor a través de la música. Porque quiero contarle al pueblo argentino que Totó la Momposina canta por amor a la música, para divulgar la música de un pueblo, siguiendo las leyes básicas del equilibrio y el verbo.”
–En el estilo de cantadora nunca hay último disco. El material que estoy presentando estuvo un buen tiempo guardado porque atravesó un camino de avatares de diversa índole. Son cosas que pasan cuando una elige trabajar de modo independiente de las disqueras. Ahora estoy muy feliz de haberlo lanzado. Comenzamos con su difusión en 2010 y en La Bodega no hemos utilizado ningún tipo de técnica de difusión ni estrategia de marketing. La única figura de difusión que he utilizado en mi vida se llama concierto. El vivo corrobora un sonido que está registrado en el disco y que queda para toda la vida y le aporta la parte visual. El disco está conformado por nueve temas de cumbia, zambapalo, merengue, sexteto y porro. Como un paseo por las manifestaciones del universo musical y cultural de Colombia. Es un trabajo muy rico en instrumentación y arreglos, pero que mantiene el espíritu original de la música colombiana tradicional. Identidad y tradición con amplitud y vuelo.
–La revolución no necesita armas, no hay necesidad de matar. Nadie tiene derecho a transgredir. La revolución es la madre naturaleza, que se manifiesta sola. Los terremotos, tsunamis y erupciones lo cotejan. Creo en el amor y su poder revolucionario, y creo que la música es amor y genera un espacio sin fronteras. Creo en esa revolución. El lugar del músico en la revolución es vital. Es un lugar de suma responsabilidad. La transparencia y la honestidad son obligatorias para mí, ya que la música que uno transmite e interpreta llega al pueblo y a su vez viene de él.
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