Viernes, 28 de marzo de 2014 | Hoy
COSAS VEREDES Un grupo de monjas católicas estadounidenses salió al cruce de las empresas que, alegando razones religiosas, quieren negar anticonceptivos a sus empleadas y reivindicó el derecho de las mujeres a acceder a la contracepción.
Por Guadalupe Treibel
Sor Cristina Scuccia, la veinteañera milanesa de hábitos tomados que se ha vuelto hit viral tras entrar en competencia en la versión tana del programa The Voice, sigue revolucionando el mundo (o, por lo menos, YouTube) con su voluntad santa de evangelizar desde un reality show con el canto, la cruz y el ego saludable. “Este es mi don y vine a compartirlo”, aseguró con la certeza de quien tiene a Jesús de su parte (aunque, si el hijo de Dios no vota, ¿de qué le sirve?). Aunque sonora figura presente en cuanto medio internacional le puso el ojo, no fue Sor Cris la única monjita devota en llegar a los diarios estas últimas semanas. Otras lo han hecho por asuntos más relevantes que entonar atinadamente una composición de Alicia Keys... Y es que, en Estados Unidos, un grupo de hermanas ha sorprendido gratamente a los agnósticos que descreen de su capacidad para separarse de algunos perjudiciales dogmas eclesiásticos, al pronunciarse ellas en favor de la contracepción.
Dispuestas a hacer escuchar su voz –sin soundtrack ni armonías, pero con un mensaje hinchado de verdadera misericordia–, las integrantes de la nacional Coalition of American Nuns (NCAN), integrado por dos mil religiosas y civiles, han salido a dar pelea en favor de que las empresas norteamericanas proporcionen a sus empleadas seguros médicos que cubran el costo de sus anticonceptivos. Algo contemplado por el Affordable Care Act (léase, el Obamacare), pero que podría sufrir un revés en estos días. ¿Por qué? Porque, a pedido de dos empresas, el Tribunal Supremo de Justicia está debatiendo si una firma puede negarse a otorgar pólizas que incluyan métodos de contracepción cuando esto va en contra de la creencia religiosa de sus dueños.
Los casos, planteados por la cadena de tiendas Hobby Lobby y por Conestoga Wood Specialties, fueron aceptados el pasado noviembre por la Corte y, ahora en discusión, acarrean las posiciones divididas de los magistrados. Los más conservadores avalan la postura de que los derechos religiosos están protegidos por la primera enmienda y por la Ley de Libertad Religiosa y, por tanto, estas empresas de menonitas y cristianos evangélicos –que piensan que los anticonceptivos son abortivos– deberían poder elegir. La jueza Sonia Sotomayor y otras dos magistradas, en cambio, se mostraron más críticas, planteando que, de regularse el pedido, cualquier empresario podría negarse a costear una transfusión o vacuna en el futuro, argumentando con credos.
Lo concreto es que, de aprobarse la solicitud en junio, los derechos reproductivos de las mujeres serán los que sufran un gravísimo revés en los Estados Unidos, revés que se sumaría al preocupante aumento de restricciones al aborto en más y más estados del país... No por nada Terry O’Neill, presidenta de la Nacional Organization for Women (NOW), habló fervorosamente del tema, diciendo que “se trata de un caso de abuso de poder y es inconstitucional”. Dijo además: “Millones de mujeres confían en este tipo de tratamiento por razones de salud; si dejamos de proporcionarlos, estamos condenándolas. ¿Por qué deberían ver cómo se impone un dogma religioso sobre ellas?”
En pleno campo de batalla, tremendo valor tiene que el grupo de monjas de la NCAN vele por la salud y los derechos reproductivos de todas las mujeres; en especial cuando, voto de castidad mediante, no las favorece personalmente. En especial cuando distintos obispos y diócesis católicas se han pronunciado abiertamente en contra de que las mujeres reciban seguros que contemplen sus métodos anticonceptivos. “Estamos consternadas porque las Pequeñas Hermanas de los Pobres, la Universidad de Notre Dame y otras organizaciones católicas se estén batiendo en contra del Affordable Care Act. Estos grupos, instigados por la Conferencia Episcopal estadounidense, están tratando de tener a todas las mujeres como rehenes al negarle su garantía contraceptiva”, anotó en una valiente carta abierta la NCAN. Y luego la hermana Donna Quinn, cabeza del grupo y militante proaborto (en serio), redobló: “No es libertad cuando una muchacha es rehén de su empleador”.
Ella, junto a las demás hermanas, se ha lanzado a juntar firmas para que la gente apoye esta necesidad (más aún, derecho) y la Corte Suprema esté al tanto de su voz. Por eso, su petición reza: “Creemos que las mujeres –y no sus empleadores– deben ser capaces de tomar sus propias decisiones respecto de su cuerpo, sexualidad y salud. Queremos dejar en claro que no es pecado que una persona se cuide; el pecado es negarle el derecho y las posibilidades para que planee su familia. Es precisamente porque la vida es sagrada que reafirmamos el uso intencional y moral de los anticonceptivos”. Plantea además: “Sabemos que la libertad religiosa significa que cada persona tiene derecho a ejercer sus creencias, no que un individuo o corporación puede imponer su credo a sus trabajadores”. ¿Algo más para agregar? Ah, sí... ¡Amén, monjitas!
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