MONDO FISHON
Larga vida a la trikini
¡Albricias, mujeres argentinas, el verano se aproxima! Y con él, como todos los años, hay buenas y malas noticias. Entre las segundas podemos contar –o descontar– las novedades en múltiples dietas que jamás sirvieron para nada –a no ser que tenga usted el dinero suficiente para internarse en algún spa con camillas de pilates y chicas de guardapolvo blanco que cada dos horas le sirvan una manzana (para que el organismo trabaje y no active los mecanismos “de ahorro” que acumulan grasas)– y consejos de ejercicios para lograr una panza “extrachata” (que se reducen a hacer al menos 350 abdominales diarios, cuidando de trabajar los músculos correctos ya que, en caso contrario, seguirá usted con su panza, pero ganará un cuello digno de Charles Atlas). Entre las buenas nuevas podemos contar esta vez una prenda novísima, practiquísima, casi un regalo del cielo: la triquini (¿o será trikini?). Se trata de un traje de baño en tres piezas, las dos tradicionales más una superpuesta sobre la tanga, en forma de short o culotte que tiene una única virtud: dejar en sus manos la decisión de mutilar el hirsuto vello del cavado o no. Así de simple. Ya no hace falta esperar que descienda desde los países del norte ese modo tan galante de llevar los pelos en la entrepierna. Ahora usted se coloca la trikini (¿o triquini?), llega tranquilamente a la playa, la pileta, el río o la terraza y sólo cuando sienta que están en perfecta intimidad usted y el sol se quita el culotte y deja que el cielo sea testigo del bigote que puede asomar naturalmente de la bombachita. ¿Le dio calor y desea refrescarse? Pues se lo pone antes de pararse y –¡splash!– el chapuzón la espera sin poner a prueba su valentía y/o prescindencia de las miradas ajenas, ya que este adminículo que cubre pudorosamente la entrepierna está perfectamente a la moda. Es más: es el último grito de la ídem. Es cierto que el resto de las piernas seguirán a la intemperie, pero quienes siguen siendo víctimas del imperativo lampiño habrán ganado si no la guerra, al menos una batalla, unos centímetros de libertad allí donde más duele. ¿Que la tercera pieza no sirve en la intimidad? Vamos, chicas, ¿acaso creen que en esa intimidad alguien se intimidó alguna vez por unos cuantos pelillos? En todo caso, ése será un buen termómetro de cuánto la valoran, más allá de su valor para someterse a la tortura del cavado profundo.