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Viernes, 4 de julio de 2014

MúSICA

Hechizada

La cantante y compositora Señorita Carolina presenta nuevo disco, El latido en la boca, donde invita a adentrarse en un bosque encantado con luces de neón.

 Por Guadalupe Treibel

Impronta animal y rítmica; alimañas, azores, murciélagos; sensación de suelo, pulso madre; urgencia de decir cuando la palabra pide salir de la boca; urgencia de escuchar cuando pita el mundo; radar, tensión, aire; flores de tilo; mar. Todo se conjuga en el planeta Señorita Carolina, la artista local de probada valía que, en su cuarto y más reciente disco de estudio, renueva flora y fauna con un hilvanado de trece tracks ineludibles. La voz filosa, el rock nutrido, la imaginería espesa; y ella, Carolina Pacheco, nadando como pez en el agua entre las guitarras eléctricas, programación y teclados de Alejandro Pugliese, la batería y percusión electrónica de Tomy Lucadamo, el bajo de César Cantero. Armada, eso sí, de voz y viola acústica. Y composiciones que oscilan entre el intimismo, la suave cadencia y el grito sagrado.

Así, bajo el título El latido en la boca, la artista vuelve a convocar la escucha atenta, tras hacer lo propio vía Florecida (2008), Corriente (2010) y Más filoso (2011), sus álbumes previos. En el ínterin, lo demás: ser corista de Miss Bolivia durante cinco años, inaugurar dúo pop (Nikola), tender redes con artistas femeninas (El Asunto), cocinar, nadar, hacer yoga, reivindicar a las brujas, dar clases del método Rabine, tomar clases de guitarra y hacer canciones de esas que purgan heridas existenciales, invocan estados o desnudan una forma de percibir. “A veces pienso que soy / un alma a medio encarnar / con nostalgia de otro tiempo”, inaugura en el tema uno, “Círculo perfecto”; aunque ciento por ciento corpórea comparta pareceres con Las12.

Hay quienes señalan que El latido en la boca es tu disco más oscuro. ¿Coincidís con el calificativo?

–Quizá se me nota más la esencia darkie. Después de todo, siempre escuché Bauhaus, The Cure, Nine Inch Nails, música industrial. Y aunque, por lo general, esas influencias no aparecen en mis canciones, con este disco dije: “¡Ma’ sí!”; y en el track uno sólo falta que cante Robert Smith (se ríe). Por otra parte tuve menos filtros y cuando el colador afloja, pasan hasta las porquerías. La verdad es que estoy contenta con el material; desde el comienzo entendí que iba a ser diferente al resto de mis discos. Se metió el ritmo, hay más tierra, algo de tecnología (maquinitas, baterías electrónicas, programación). Ale (Pugliese, pareja y productor) siempre quiso incorporar estos sonidos, pero recién ahora me relajé y lo dejé hacer, involucrándome más en el proceso. Tiene todo de curiosidad este disco. Después de años de recorrido, estoy más segura y eso se nota en el resultado.

En una interviú mencionabas que en vez de convocar a tus yoes para componer, en esta ocasión los habías dejado ir para encontrarte con otros personajes. ¿Hasta qué punto dirías que las letras son autorreferenciales?

–En tanto una es la que crea y tamiza, pienso que todo es autorreferencial. Cada canción es una parte mía. Lo que sí sentí fue haber soltado mis alimañas, dejarlas ser. En la vida siempre se superpone la felicidad con la pena existencial, que es la misma que te permite seguir escribiendo, interrogándote, buscándole la vuelta al asunto. Cada vez que me sentaba a componer, me volvía una imagen: la de adentrarme en un bosque. Para mí, todo lo que sucede en El latido..., ocurre en un bosque selvático espeso. La primera vez que noté esa similitud en las canciones, me puse a investigar y, como buena internauta, googleé a qué interpretaciones correspondía. Entonces descubrí que, en la Edad Media, a los outcasts se los tiraba en el bosque, para ver si sobrevivían. A su vez es una imagen que aparece en tantísimos cuentos –Caperucita, Hansel & Gretel– como lugar de superación, maduración, crecimiento. El bosque es el sitio donde el cambio es inevitable.

“El fin de un mundo avanza, ¡qué bien!”, saluda el tema “El roble en la tormenta”. ¿Por qué el festejo?

–Porque el caos es necesario. Que esté todo mal también ayuda a tener la antena prendida, a decir “che, capaz que la política no es la forma que me representa”. Lo mismo con la religión. Todas las estructuras –políticas, sociales, económicas– se están acomodando a esta sensación de cambio; todas hacen su pequeña revolución. Porque no les queda otra, porque la gente lo necesita. El “¡qué bien que se pudra todo!” es festejar que ya no nos comemos una; es optimista. Fijate que, con sonido rockero y casi a los gritos, la canción cierra diciendo: “Si todo se detuviera ahora, decime qué importaría más que el amor”. Porque ése es el recorrido de El latido en la boca, la familia, los amigos, la pareja y la columna vertebral de todo: el amor. Al final, no queda ni el celular que compraste, ni los árboles que plantaste; queda con quién conectaste, la gente que te modificó. Por eso este disco tiene tantos invitados.

Cantidad y calidad: muchos y muy buenos. Miss Bolivia (y sus increíbles versos en “Nado”), Loli Molina, Fernando Kabusacki, Leo Acevedo, Lisandro Etala y Bárbara Gilles. Otra de las invitadas es María Pien, amiga de larga data. De hecho, juntas hicieron el disco en vivo Manzana filosa en el CCC (2012).

–La primera vez que vi un recital de María, su canción “Pasará” (“Las hormigas / cumplen su papel,/ obedientes / luna y sol... también”) me hizo llorar. Ese día pensé (y sigo pensando): “Esta mina es grossa. ¿Cómo puede ser que no esté todo el mundo escuchando su música?”. Cuando terminó el show, me la crucé en el baño y le dije que me había matado, que todavía me estaba secando los mocos, las lágrimas. Y nos hicimos amigas. Coincidimos mucho, incluso en temas como la reivindicación de las brujas, el radar especial y el poder fuerte que tienen las mujeres. Siempre decimos que hay que resignificar la palabra, destartalar el prejuicio ridículo, el mito deformado de la bruja como manipuladora del deseo de la gente o hacedora de pociones. En todo caso, hechicera que percibe, intuye, ayuda, contiene; que vive el ciclo lunar, los ciclos de la tierra.

Precisamente uno de los temas de tu disco anterior, Más filoso, hace referencia al ciclo menstrual. En “Nada sucio” entonás: “Santa / y virginal / me han vendido una mujer / antinatural. / Es la sangre más limpia / que puedas imaginar / No hay nada malo / en sangrar”...

–Justo ese tema lo hacemos siempre con María. Se ve que, aun cuando todavía no me identificaba como feminista, lo era. Ahora que sí lo hago, estoy especialmente atenta al discurso, porque cada palabrita dice otro montón de otras cosas. Lo de bruja tiene un poco de eso y deja en claro que la mujer que leía, estudiaba o traía vida, era peligrosa.

Además de la carrera solista y el dúo pop Nikola, tu afán inquieto se manifiesta en un nuevo proyecto, El Asunto, donde cinco músicas han decidido encontrarse para reversionar e intervenir mutuamente sus canciones...

–Somos Laura Ciuffo (de Hamacas al Río), Sol Fernández (de Enero Será Mío), Eloísa López, Paula Meijide y yo. La propuesta es encontrarnos, llevar una canción, ver por dónde va, variar la versión original. La dueña propone y armamos, con un formato que siempre es distinto. Hay temas donde, por ejemplo, sólo toco la guitarra o la calimba, otros donde canto, y así. La convocatoria la hizo Laura, que nos envió un inbox a muchas artistas, aunque sólo cinco nos copamos. Y es bárbaro, porque me “obliga” a interactuar con otras mujeres en una situación creativa, felizmente caótica y libre. Para la primera presentación, en agosto, vamos a hacer dos canciones de cada una y una creación colectiva (que todavía no apareció). Los míos serán “Savasana”, de este disco, y “Tractor”, del anterior. Como “Tractor” habla de la violencia de género, me pareció significativo hacerlo con las chicas.

¿Es cierto que Señorita Carolina podría haberse llamado Señorita Garabato?

–Ay, hace un tiempito me cayó la ficha de que tendría que haber usado el apellido de mi mamá (Garabato) para mi proyecto solista. Es tan lúdico, tiene tanto de juego... Aparte yo dibujé toda mi infancia, a punto tal que las amigas de mi mamá me decían “Carolita Dibujita”. Pero ese saber se quedó en mis 18 años, cuando terminé el Fader, una escuela de arte. Igual voy a recuperar el nombre; quién te dice que el próximo disco...

¿Y cómo surgió el bonitillo “Señorita Carolina”? Mote que, por otra parte, te sienta como anillo al dedo, en tanto sos –en efecto– profesora del método funcional de la voz (o método Rabine).

–Qué nerd lo que te voy a contar... Mirá, hace un ratazo existía un foro de Internet, LaBondiola.com, donde muchos nerds –pero nerds de verdad, ¿eh?– habían creado un mundo de fantasía que bautizaron Lago Logan. Incluso hacían un fanzine que era el diario de la ciudad, donde un rengo era el chabón que ruleaba, el presidente sátrapa. Cuestión que, para participar del sitio, armé un personaje: Señorita Carolina. Y cuando volví a la música y empecé a hacer mis canciones, lo tomé como pseudónimo. Medio por descarte. Con los años, a partir de mi feminismo, mi idea de power femenino y mi parte rockera, empezó a contrastar, y eso me encanta porque cobra otra significación. Ahora es tan mío que no lo puedo disociar; se disolvió en mí. Con este corte de pelo y la pluma en la oreja, te digo que... ¡me comió el personaje!

Señorita Carolina presenta El latido en la boca el sábado 26 de julio a las 21 en Casa Brandon, L. M. Drago 236, Villa Crespo. Entradas anticipadas por Ticket Hoy $40, con disco $50.

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