El peso de la ley
El caso de la joven de Bahía Blanca embarazada de su padrastro, como tantos otros, deja planteada la pregunta: ¿Demandar ante las puertas de la ley o buscar alternativas solidarias sin dejarse aplastar por su peso?
Podría considerarse el caso de Miriam de Bahía Blanca como el de un atentado legal sobre la vida de una joven. El bíblico nombre de Miriam –con el que se ha protegido su identidad– es el de la hermana de Moisés, una adolescente a quienes algunas versiones presentan como una alquimista a pesar de las altas improbabilidades de montar un espacio apropiado para la química mágica durante un éxodo. La vulgata insiste en que se atrevió a hablar mal de su hermano Moisés por haberse casado con una etíope. Esa simple habladuría que muchos interpretan como el desafío a lo establecido, lo que convertiría a Miriam en una rebelde, fue castigado por Dios con la lepra. Un Moisés más piadoso que el ¿humano? juez Juan Carlos Ares implora a Dios que la perdone y Miriam se cura. Esta Miriam no tiene hijos pero el mito dice que fue la hermana que puso a Moisés en una cesta para que las aguas del Nilo lo alejaran de su destino funesto. Es decir, permitió la vida del hombre que recibiría las Tablas de la Ley. Representa el amor fraterno, no basado en una mera contigüidad biológica sino en su función simbólica a través de sus efectos ya que la supervivencia de Moisés lo devendrá político al permitir la constitución de un pueblo.
Aún devastada como la describen tanto el comité de ética, su abogada defensora y su madre, esta Miriam ha sido rebelde al luchar por la interrupción de su embarazo producto de una violación por parte de su padrastro, apelando a la imagen cristiana del ponerse de hinojos, gesto con que se reconoce la autoridad al mismo tiempo que se confía en su amparo. Pero, de pie, el hombre que representaba a la ley decidió dejarla a la intemperie jurídica con un argumento contable, que de dos inocentes víctimas se salve al menos una, aunque dadas las amenazas de suicidio de Miriam si no se le permite interrumpir su embarazo no es seguro que sea ella la inocente salvada. A cambio, se le propone albergar en su vientre infantil al feto del violador –quien confesó con sólo huir de la casa, donde había engendrado siete hijos “legítimos”– para que luego del parto el niño sea entregado a una pareja estéril donde sería limpiado de la mancha incestuosa y violenta. Y entonces la ley de adopción podrá arrogarse el derecho de informar o no que ese deseado retoño no biológico es el fruto de una tragedia que convirtió a una niña, como a la Miriam de la Biblia, en “leprosa”. Porque como dice la más radical y lúcida crítica a los modos en que se discute la cuestión del aborto, aun entre los sectores progresistas, Laura Klein, lo que se prohíbe es menos la puesta en acción de ese verbo (abortar) que una sucesión de falacias hace coincidir con “matar”, que fornicar sin pagar las consecuencias. “Leprosa” por la sospecha de haber consentido el acto de su padrastro, por haber contribuido a dejar sin padre a sus otros siete hermanos, por llamar “eso” a lo que lleva en su vientre, con una notable precisión para una niña de la que se dice que parece tener once años en lugar de catorce: “eso” es lo que viene de la violencia, del secreto y de la disimetría absoluta, no “él”, ni “ella”, ni “bebé”, ni “hijo”. Es por eso que Miriam es lo contrario de la mujer libre y dueña de su cuerpo que levantaba los dedos en V como consigna del feminismo de los años sesenta. Y hay que ver sialguna vez el aborto mereció el nombre de elección en lugar de decisión trágica.
Paradójicamente a principios del siglo XX, en la Argentina, quizá Miriam hubiera obtenido un permiso para abortar en nombre de la eugenesia y de una probable herencia degenerada.
¿Sabe el juez Juan Carlos Ares que el artículo 83 del Código Penal castiga con el mismo tiempo de reclusión que a las que abortan a los que ayudan al suicidio o instigan a él, aunque éste no se haya realizado?
Es también Laura Klein quien nos recuerda que no hay correlato entre ley y moral. Que las Madres de Plaza de Mayo, por ejemplo, ejercieron su lucha ilegalmente mientras que las leyes de indulto y obediencia debida no implican un valor moral sino todo lo contrario.
En la historia del feminismo siempre hubo menos un enfrentamiento a la ley que una demanda porque ésta reconociera su derecho. ¿Por qué no se organizaron salvo en contadas excepciones redes de mujeres que sostuvieran sus principios éticos y su compromiso solidario de acuerdo con sus convicciones morales y políticas en lugar de golpear a las puertas remisas de una ley que a la larga despenalizará el aborto, como sucede en muchos países, por oscuras razones demográficas, a las que no sería ajena la voluntad capitalista de dar una solución final a la desigualdad: impedir el nacimiento de más desiguales? En este sentido la convocatoria enviada por ATEM para hacer un escrache el viernes 26 en la Casa de la Provincia de Buenos Aires marca un necesario punto de inflexión: “... este caso pone de manifiesto la inexistencia de una red solidaria de mujeres que enfrente y supere esta terrible realidad, que rompa con el cono de silencio familiar que reduce esto a problemas privados y que fundamentalmente asuma que ninguna solución puede venir de la Justicia y de los Estados (el subrayado es nuestro). Más que nunca creemos que estamos ante el grave desafío de contribuir al crecimiento de una subjetividad feminista en clave revolucionaria en la sociedad, sobre todo entre las mujeres que más sufren el embate del patriarcado”. Una prueba más de que hay en la ley una incompatibilidad fundamental para, siquiera, pensar el aborto es que aunque la Justicia se pronuncie a favor de la interrupción de un embarazo, sus tiempos de resolución ignoran la premura del tiempo de gestación. No será allí donde hay que clamar sino tratar de alcanzar a aquella que espera entre la espada y la pared, para escuchar su relato, sostener su deseo y, protegida, darle los medios para recuperar su soberanía ultrajada.