TALK SHOW
Feminista ma non troppo
(Desde Nueva York, un adelanto de Mona Lisa Smile, la película que da cuenta –y colabora con– del desprestigio del college Wellesley)
Por Moira Soto
Con su todavía cotizada sonrisa subrayada por el colágeno –poco que ver con los finos labios de la Mona Lisa de Leonardo–, Julia Roberts llega de California al tradicional college Wellesley, instalado en una espléndida mansión en las afueras de Boston, Massachusetts. A la casi destronada reina de la comedia le llegó la hora de encarnar a una profesora de arte con ínfulas feministas avant la lettre (de Betty Friedan y su Mística de la femineidad), decidida a alentar el máximo desarrollo profesional y a desalentar el modelo de reina del hogar (esposa y madre) como única carrera en las jóvenes estudiantes de clase alta, interpretadas por actrices de camadas más recientes como Kirsten Dunst, Julia Stiles, Maggie Gillenhaal...
La ilusa profesora Katherine Watson, tal el nombre del personaje de Roberts, llega un poco tarde a la universidad para mujeres fundada en 1875 por Pauline Cazenove y su marido Henry Fowle Durant, con metas bien diferentes a las que se proponen en 1953, año en que transcurre el futuro estreno Mona Lisa Smile. Porque hasta los ‘20 del siglo pasado, Wellesley, uno de los Seven Sisters Colleges (universidades para mujeres, entre las que figuran Vassar y Barnard, algunas de las cuales empezaron a admitir varones a fines de los ‘60), se caracterizó por su actitud progresista respecto de la educación de las mujeres, aspirando a convertirse en una especie de Harvard femenino. La economista y reformadora social Emily Greene Balch, Premio Nobel de la Paz 1946, y Katherine Lee Bates, autora de America the Beautiful, figuraron entre las profesoras del college, que fue el primero en el mundo en tener una rectora. Y de sus filas salieron personajes recientes tan conocidos como la ex secretaria de Estado Margaret Allbright, la inalterable Hilary Clinton, la escritora y cineasta Nora Ephron. Hacia fines del XIX y comienzos del XX, Wellesley –que más tarde incluyó a hombres en su staff de docentes– intentó llevar a la práctica la propuesta inicial de que las chicas tuvieran una educación a la par de la que recibían los varones de entonces, y en sus claustros se expandió el activismo por el sufragio femenino, los derechos laborales, las ideas socialistas. Las académicas pioneras lucharon contra difundidas teorías médicas que sostenían que la educación causaba infertilidad y enfermedades nerviosas (en las mujeres, claro). Pero en los ‘20, con la partida de algunas profesoras avanzaron las ideas reaccionarias, el college empezó a flexibilizar el programa de estudios y a dar lecciones sobre cómo ser una esposa perfecta.
Esta no es la historia que cuenta el film de Mike Newell –que tanto te hace Cuatro bodas y un funeral como el próximo Harry Potter– salvo en lo que refiere a los designios ya establecidos acerca de la carrera matrimonial como objetivo principal de las estudiantes. La profesora de arte recibe el primer chubasco cuando en la clase de apertura empieza a proyectar diapos y varias alumnas, con Joan Brandwyn (Stiles) a la cabeza, se adelantan a decir la información que acompaña esas imágenes, y luego abandonan con gesto despectivo el aula. Lo que sigue es la pugna de la profe tratando de hacerse valer frente a las tilingas que le han tocado, lo que la lleva al “subversivo” gesto de mostrarles un original de Jackson Pollock en Boston. Asimismo, Watson intenta confusamente transmitirles conceptos sobre las ventajas de la autonomía y el desarrollo de lospropios talentos. Entre Adiós Mr. Chips y La sociedad de los poetas muertos en tono menor, Watson fracasa aun con su favorita Joan, que renuncia a doctorarse en Yale para casarse con un novio bastante zoquete (como casi todos los personajes masculinos). Mona Lisa Smile ofrece, eso sí, lustrosas y atractivas láminas de la moda de los ‘50 y un relato fluido aunque insustancial. Stiles, Gillenhaal, Juliet Stevenson (la enfermera que promueve el uso del diafragma y es expulsada) y sobre todo Marcia Gay Harden (trémula maestra de habilidades domésticas) dan realce por su cuenta a sus toscamente diseñados personajes. Una de las mejores escenas de la película –que no se priva de hacer oír la canción Mona Lisa– ocurre cuando Watson, harta de cabezas huecas para lo que no sea convertirse en reinas del hogar, les proyecta una serie de publicidades de la época protagonizadas por amas de casa en sus pulidas cocinas, arrobadas junto a sus electrodomésticos, lavando, planchando, cocinando. El colmo de la felicidad cuyo horizonte es una ventana con cortinas de voladito que da a un jardín con empalizada blanca...