Vie 12.02.2016
las12

Hija del pueblo

› Por María Luisa Peralta*

En 1996 murió Carlos Jáuregui. El velatorio fue discreto, aunque era una persona reconocida. Eran épocas más duras. Apostados en la entrada había fotógrafos, buscando la noticia amarillista. Mucha gente no podía salir en una foto. Algunxs pocxs militantes visibles tuvieron que pedirles que respetaran el dolor de la gente y se fueran. Al día siguiente, se hizo un funeral público. Recorrimos Avenida de Mayo desde la Plaza al Congreso, siguiendo el recorrido de la Marcha del Orgullo que se hizo por primera vez en 1992. Una gran bandera del orgullo triangular precedió un cortejo donde algunas decenas de personas acompañamos al coche fúnebre, con banderas y cantos. Al llegar a la plaza del Congreso, se hizo un acto. Ese funeral tenía un sentido político: Carlos murió de complicaciones del sida en años en que todavía se condenaba al colectivo gltb y a las personas con hiv/sida al silencio, al ocultamiento, a la vergüenza. Las personas gltb que morían de sida lo hacían fuera de la mirada pública, muchas en soledad, olvidadas en hospitales o con su identidad negada, apartadxs de sus parejas, amigxs y de sus espacios de militancia. El funeral de Carlos tenía el propósito de tomar la calle, de poner en el espacio público, visible y político a las personas gltb y a las afectadas por el hiv/sida. Ese era el espacio que había que reclamar.

Las travestis, en cambio, siempre estuvieron en la calle. No porque se las reconociera como actoras políticas sino porque fueron expulsadas a la calle literalmente, generaciones enteras de travestis echadas de sus hogares, y porque ese quedó como su único espacio de supervivencia económica. Por eso cuando Lohana indicó que quería que su velatorio fuera un acto político, quiso que fuera en la Legislatura. Alguien dirá que cómo un lugar tan institucional. Pero simboliza, creo, el lugar que las travestis y el resto de las personas trans todavía están disputando como colectivo: el del reconocimiento institucional y el de las deudas que el Estado tiene hacia ellxs.

El velorio de Lohana fue multitudinario, a pesar de que mucha de la gente que la quiere vive en otras ciudades y países. Porque ella anduvo por todos lados. Transitó distintos movimientos, llevando miradas, opiniones y discusiones de uno a otrx. Ahora se habla de interseccionalidad. Para hablar de Lohana, no diría que su activismo era interseccional ni que fue militante por los derechos de la diversidad sexual y la identidad de género, como dijeron en muchos diarios. Lohana era una revolucionaria: su militancia, sus luchas, su pensamiento, su vida fue la de una revolucionaria. En Lohana y en su militancia había pasión, compromiso, experiencia propia, aprendizajes colectivos, profunda empatía humana, formación, denuncia, desparpajo, decisión, la convicción de que el patriarcado, el capitalismo y el racismo debían caer juntos o no caería ninguno. Orgullosa de ser travesti, pobre, de orígenes bolivianos, feminista y comunista. Era todo eso siempre, cada vez que hablaba, cada vez que estaba en un taller, en un panel, en un despacho de diputadxs, en la calle. Por eso me parece que las palabras dirigente y referente, tan asociadas a su nombre estos días, son demasiado acotadas. Lohana tenía otra cualidad. Ella era líder. Por eso tantxs lloramos tanto. Porque se fue una líder que aglutinaba, que construía comunidad, hacía que la gente se encontrara y se entusiasmara en un proyecto. Se dice “lo imposible sólo tarda un poco más”. Lohana era la encarnación de esa idea. No se le podía decir que algo era imposible. ¿Terminar el secundario? ¿Trabajar en el Estado siendo travesti? ¿Un feminismo que incluya a las travestis? ¿Una travesti hablando frente a toda la Asamblea Nacional de Trabajadores del Bloque Piquetero, en Harvard o en el Encuentro Nacional de Mujeres? ¿Una cooperativa de formación y trabajo travesti? ¿La ley de identidad de género? Nada de esto le parecía imposible y ella fue clave para que todo esto fuera posible. A sus compañerxs de militancia nos deja tareas. Una es impulsar la ley de reparación por las violaciones de derechos humanos cometidas por el Estado contra las personas trans, especialmente contra las travestis. Otra, asegurarnos de que haya justicia para Diana Sacayán.

Compartimos 20 años. Su voz y su risa siguen sonando en mi mente. Su imagen se forma en mi recuerdo. Lxs anarquistas no creemos en los títulos jerárquicos y acartonados, la despido con el apelativo que más valoramos: ¡hasta siempre Lohana Berkins, hija del pueblo!

*Activista lesbiana. Integró junto con Lohana Berkins el Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género.

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