Viernes, 8 de abril de 2005 | Hoy
‘‘Al principio me costaba el hecho de hacer deporte o sacar músculos en mi cuerpo, no quería hacer gimnasia por el temor a ensancharme de espaldas. Me daba un poco de pudor porque no me veía superfemenina.”
El “deporte blanco”, nacido para la gente de elite, creado como todos los deportes para los varones, fue el primero en el que las mujeres participaron en un Juego Olímpico allá por el 1900.
También fue uno de los deportes en el que “la batalla de los sexos” fue publicitada por los medios, como si ése fuera el remedio para que por fin las mujeres pudieran formar parte de esa cofradía de varones poderosos físicamente y por ello premiados económicamente de manera cada vez más suculenta.
La famosa “batalla de los sexos” protagonizada hace 30 años por una audaz Billie Jean King con Bobby Riggs puso en el tapete que las mujeres no estaban tan lejos de los varones en una cancha de tenis, pero sí de todo lo demás, llámese premios, torneos y posibilidades de desarrollo deportivo para alcanzar un rendimiento que les posibilitara ponerse a la altura de las necesidades de la televisión, de los sponsors y –según éstos dictan–, de lo que el público espera de ellas.
Sin embargo, el tenis femenino sigue siendo considerado “femenino” por muchos de los que conviven en ese mundo. Basta recordar las declaraciones despectivas de Brad Gilbert, ex entrenador de Agassi: “Más de 1000 tenistas hombres podrían ganarle a una Justine Henin...”. Así como las opiniones acerca de las hermanas Williams que ponen el acento en que son demasiado fuertes para ser mujeres y generan una competencia desigual.
Muchos de los que se atreven a opinar acerca del deporte femenino llegan a la conclusión lastimosa de que es “unisex”, justificando así posturas machistas y menoscabando nuestra tarea de visibilizar a las mujeres en el deporte. Si bien el deporte puede considerarse “unisex”, la imagen, el sacrificio y la igualdad de oportunidades para elegir, decidir y llegar no lo son, y el dinero, el apoyo, el espacio en los medios, tampoco.
Cuando nuestra bandera sale de las fronteras en la camiseta de un deportista, nos refleja como cultura, como pueblo y como nación, más allá del deporte en el que se compita. Por eso, por cada mujer que nos represente debería haber miles con posibilidades de participar a todo nivel deportivo (en el barrio, en el club, en un polideportivo) porque quiere y como quiera.
Si hablamos de nuestras tenistas, muchas y buenas, ellas han sufrido la elite y el machismo. De Mary Terán se rescata como importante que pudo haber sido esposa de Perón antes que una de las 10 mejores tenistas del mundo y la primera en ganar el Plate de Wimbledon, y que además tuvo el afán de popularizar el tenis como dirigente deportiva. Hoy, el máximo organismo del tenis, la Asociación Argentina de Tenis (AAT), carece de mujeres en su Consejo Directivo.
Pasó tiempo para que Gabriela Sabatini, criticada por su precocidad y una adolescencia diferente a la de otras chicas, por quienes a la vez le exigían éxitos deportivos, lograra hacer visible a las mujeres en el deporte.
Hoy, Paola Suárez es otro de los ejemplos, humilde, del interior y con una imagen que no es la que se espera de una tenista rubia y esbelta, es número uno en el mundo.
La aparición de estas figuras en el campo deportivo nos da la esperanza de que aunque lentamente –así como el cambio se fue dando en los ámbitos sociales, culturales, laborales, políticos–, el deporte deje de dependerde los niveles de testosterona y del “olor a vestuario” para cobrar la verdadera dimensión de derecho humano.
* Area Mujer, Secretaría de Deporte de la Nación.
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