Viernes, 18 de noviembre de 2005 | Hoy
Por Alejandra Dandan
Quién es Mariana Contreras? Hace muchos pero muchos meses ya, cuando los tornados interventores se cernían sobre las áridas tierras de Santiago del Estero, su nombre apareció repentinamente durante una amena cena con aire familiar. Eduardo Luis Duhalde aún no había conseguido el visto bueno de Casa de Gobierno para avanzar con la intervención federal. Pablo Lanusse todavía funcionaba bajo el mando de Gustavo Beliz en el Ministerio de Justicia. Y en Santiago del Estero aún nadie se había atrevido a franquear la poderosa D-2 de Investigaciones donde Musa Azar alojaba hacía años los expedientes de espionaje ilegal de 30 mil santiagueños. En la mesa de comedor del hotel del centro Santiago, los dos jefes políticos de la futura intervención se pasaban informes, comentarios y detalles. En ese contexto, saltó el nombre de Mariana. Como un acto de provocación, como la muchacha que todos los días le oponía su cuerpo al régimen de los Juárez, desde la calle, donde ejercía la prostitución.
Hasta el doble crimen de La Dársena, ese capítulo aún incomprensible de la historia de Santiago del Estero, Mariana alternaba sus noches entre su parada en una de las plazas del centro de la ciudad y las mesas metálicas de Saravah, el territorio donde la doble moral santiagueña permitía el inicio de la noches de fiestas de los hijos del poder. Y fue Mariana quien prestó su voz al relato de las dos jóvenes muertas. Fue la primera y la única testigo que instaló a Leyla Bshier y a su última noche de vida entre las mesas metálicas del escenario bar, entre hijos del poder de Santiago.
Al cabo del tiempo, Mariana deambulaba entre las paradas habituales de sus compañeras para recoger algún dato, cualquier dato sobre Leyla, que pudiera arrojar algo de luz a una investigación siempre y cada vez más remanida. Mientras tanto, hacía malabares con sus hijos, sus servicios de distribución de sexo puerta a puerta y la casa del Instituto de la Vivienda del Vinalar con la que el Tata Juárez hacía tiempo la había convertido en una de las hijas dilectas de la provincia.
Esa era Mariana cuando llegó la intervención. O todavía no. Todavía no era ésa, porque a Mariana le faltaban unos golpes: una de las brutales palizas provocadas por el régimen agonizante, pocos meses antes de la caída. “Tengo la cara desfigurada –contó un día–, la mitad de la cara morada.” Como cada vez, como cada noche a la hora de las citas, alguien llamó a su celular para convocarla para un servicio. Cuando llegó, no se encontró con un cliente sino con la recreación de alguna de las escenas relatadas por los ex detenidos políticos, secuestrados y torturados durante la década del ’70 por el comisario Musa Azar y sus secuaces, muchos de los que seguían presentes bajo el mandato de los Juárez.
La fractura en la mejilla la acompañó durante meses. “Haber hablado en la causa –decía Mariana en ese momento– me perjudicó, me ha cagado la vida: los clientes no me buscan, ya ni siquiera trabajo.” Cierto que tuvo miedo, que a partir de ese día su compañero decidió acompañarla cada vez que se marchaba a trabajar, que él aprendió a apostarse como custodio privado detrás de una ventana, de una puerta o de un auto o a tragarse el orgullo de varón para sostenerla. Pero Mariana salió. Salió de nuevo con la cara partida, negándose al silencio, como resistiéndose a formar parte de aquel colectivo santiagueño donde las mujeres parecían limitadas a las condiciones impuestas por el régimen.
El último 23 de octubre Mariana Contreras ocupó una de las mesas del Colegio de Abogados de Santiago. Como secretaria general de la Asociaciónde Mujeres Meretrices de Argentina filial Santiago del Estero (Ammar), Mariana presidió el primer congreso nacional de la organización en el interior del país. La conducción nacional decidió desplazar los congresos al interior para fortalecer a las mujeres que se abren camino en contextos donde se acentúan las condiciones de explotación, de condena social o de represión sobre las trabajadoras. “Y empezamos en Santiago por la situación de Mariana”, explica ahora Elena Reynaga, secretaria general de Ammar Nacional. “Pensamos que era importante que la sociedad santiagueña sintiera que ella no está sola, que tiene una agrupación detrás que está para respaldarla.”
Mariana peleó contra los remolinos de la apatía y del miedo con las herramientas que estaban a su alcance: esa suerte de resorte interno que la obliga a sublevarse cuando algo no está bien o que la hacía volver a aparecer en escena –aun bajo el dedo acusador de los ciudadanos de la doble moral– cada vez que había que hablar de Leyla para situarla nuevamente entre los poderosos, como si fuera ella misma, como si fuera un acto de piedad o de justicia. Con ese ímpetu, y no mucho más que eso, se presentó en la Casa de Gobierno; consiguió entrar al Ministerio de Desarrollo Social y, un día, logró pararse frente a dos inmensas cajas de preservativos. La funcionaria a cargo del área había recibido las cajas con la orden de que se pusiera a trabajar con el programa de prevención del HIV. “Pero menos mal que me encontró a mí –salta Mariana–, ¡porque la mina no tenía idea qué hacer con todo eso!” A fuerza de volver, consiguió el auspicio del gobierno para el Congreso de las meretrices en Santiago. Logró el auspicio del Ministerio de Salud, que el ministro de Justicia de la provincia participara del debate, que el gobernador Gerardo Zamora se ausentara con aviso y que otras cuatro compañeras de la calle pisaran el Colegio de Abogados para participar de los debates. Claro que no fue lo único que logró: “¿Cómo, no sabías? El viernes antes de que empiece el congreso –dice– me metieron en cana.” “Así que ahora sos la delegada de las putas –le dijeron–: así la vas a pasar todos los fines de semana.” A pesar del aparente acuerdo de Ammar con el gobernador, ese otro bastión, el de la policía de Santiago, la detuvo por violación al artículo 83, una de las leyes al estilo de los viejos edictos policiales. El proyecto para derogar el artículo 83 se discutió durante los días del encuentro de las meretrices.
En noviembre de 2003, Elena Reynaga entregó en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación una serie de denuncias de la secretaria general de Ammar Rosario. El 27 de enero de 2004 Sandra Cabrera apareció muerta en una de las calles del centro. “¿Entiende lo que le digo?” –pregunta ahora Elena Reynaga. Mariana Contreras no es Sandra, dice Reynaga. Ni tampoco es Leyla Bshier, ni ninguna de las dos jóvenes muertas hace unos meses en Ushuaia. No lo es. Pero, ¿está claro?
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