Viernes, 8 de mayo de 2009 | Hoy
Por Patricia Gordon *
Tres años pasaron desde que el fallo absolutorio del profesor de educación física del colegio católico de Mar del Plata, acusado de abuso sexual, y luego de 39 denuncias de las cuales sólo 22 llegaron a juicio, nos dejara con la sensación de un gran desamparo institucional. El desamparo se ha ido extendiendo en nuestra comunidad y en una gran parte de la sociedad que hoy sabe de sentencias que desmienten, silencian y castigan a quienes se atreven a romper con el silencio de uno de los peores crímenes: el aplastamiento de lo indefenso, la crueldad del poder y el sometimiento del cuerpo de la infancia.
Las pruebas fueron contundentes. Muchos profesionales dieron cuenta de los relatos que transmitían el padecimiento de los reiterados abusos sufridos en el año 2002, cuando alumnos del jardín de infantes, de cuatro y cinco años de edad, rompían con el secreto y con las amenazas recibidas. Las voces de los niños decían que habrían experimentado diferentes tipos de tocamientos en genitales, maltrato y amenazas para que “el secreto” no sea revelado a sus padres y que muchos de ellos fueron trasladados fuera de la institución escolar y que fueron fotografiados y filmados. Cabe a esta altura entonces preguntarnos: ¿por qué la Justicia absolvió al imputado? F, uno de los 22 niños agredidos, luego del 27 de marzo de 2007 diría: “¿Por qué los jueces no me creyeron? ¿Si lo veo al profesor en la calle, lo puedo putear?”.
¿Hasta dónde se puede hablar de reparación psíquica en un contexto social, jurídico y religioso que forma parte de una cultura de la crueldad? Las acciones posteriores llevadas a cabo por madres, padres, familiares, profesionales y actores sociales han sido y siguen siendo respuestas que sostienen la construcción de una realidad posible que no forma ni formará parte del circuito de la crueldad.
Muy cerca, en la vecina ciudad de Villa Gesell, casi como en las peores pesadillas que retornan una y otra vez, seis personas fueron imputadas por similares delitos. El escenario, un jardín de infantes privado de una escuela que depende del Obispado de Mar del Plata. Las características de los hechos se asemejan con los relatos de los niños y niñas del primer colegio. Son los efectos de la impunidad que habilitan una vez más a “los lobos al cuidado de los rebaños”. Mientras algunos y algunas claman por una añorada “seguridad” hay una parte de la infancia de esos niños y niñas inevitablemente perdida por la perversión de los victimarios. El que abusa tiene que ser juzgado y condenado.
* Coordinadora de la Comisión de Abuso Sexual Infantil del Colegio de Psicólogos de Mar del Plata.
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