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Domingo, 3 de julio de 2005

MI PERSONAJE FAVORITO
JOHN SILVER POR ESTHER CROSS

Los tesoros de la infancia

Por Esther Cross

Quizá porque es un personaje de desembarco en la infancia o porque me gustan los piratas (que me gustan por su culpa), mi personaje preferido es John Silver. Nabokov habla de la cualidad espectral de los personajes de Stevenson. Long John Silver se lleva el premio.

Un pirata temible le promete al joven Hawkins una moneda de plata para que haga de ojo avizor a un hombre de mar al que falta una pierna. Jim Hawkins teme y espera la llegada de Silver, que no le teme a nadie –me resulta imposible describiros cómo me perseguía en sueños aquel personaje. Teme su llegada por razones evidentes. Pero también la recibe con los brazos abiertos en la esperanza de que no sea para tanto. Hasta va a Bristol para ir a su encuentro. Va ir a buscar el tesoro, pero adonde está el tesoro, va Silver. Descubre que los comentarios eran poca cosa comparada con el pirata en persona. Hawkins aspira al mundo de la civilización y Silver es el bárbaro.

Long John Silver supera las peores fantasías de Hawkins que, al conocerlo, llega a pensar que se encuentra frente al mejor de los hombres. Silver conoce la naturaleza humana y utiliza ese saber al servicio de su oscura conveniencia. Con un pase de palabras, deja expuesto a quien le habla y se cubre con esa desnudez del otro, que siempre da ventaja. Ambiguo en el hablar y el proceder, hace que la duda germine en quien lo enfrenta. Es ágil y veloz. Ni el ron lo descontrola pero igual se emborracha. Es más listo que todos los piratas. Pasa de un bando a otro como cambian los vientos. Sabe que La Española lleva una tripulación clásica imperial: los caballeros y sus buenas intenciones, los bucaneros –hombres de fortuna– en la bodega.

El diablo se disfraza de cordero. Es anfitrión de su posada y se embarca como cocinero. Con la pierna que le falta, con su loro Flint al hombro, con la pipa que cuelga de la boca y la cara del tamaño de un jamón, Silver sabe que la mejor forma de dominar a una persona es adularla. Demasiado listo y demasiado rápido, prepara un motín sangriento para quedarse con el tesoro. Le dicen Barbacoa. El doctor Jekill y el señor Hyde al mismo tiempo.

Los personajes de Stevenson son tridimensionales y Long John Silver es un poliedro. La única vez en que se arrastra, inválido, una siente tanta compasión como miedo ante la ira a desatarse. La isla del tesoro habla de Silver, el libro parece escrito para él. Como todos, quiere el tesoro. Pero lo más importante, porque es vivo, es salvar el pellejo. Mientras que el resto de sus colegas asegura que los muertos no hablan –Israel Hands expresa su decepción cuando Hawkins le explica que el alma sobrevive al cuerpo porque entonces matar es inútil–, para Silver, que no teme a los fantasmas, eso es lo de menos. Lo importante es que los muertos no andan y Silver está vivo porque está siempre en movimiento.

Los escritores se encariñan con algunos de sus personajes. Stevenson cayó, por suerte, en la redes de Long John. Le concede una fuga digna de su fama. La gran John Silver. Su calidad espectral sigue intacta o, como dice Hawkins al final: por fin ha desaparecido totalmente de mi vida aquel formidable marinero al que le faltaba una pierna pero estoy seguro de que se reunió con su vieja negra y que quizá siga viviendo cómodamente con ella y con el capitán Flint. Formidable marinero. No estoy segura de que Hawkins se haya sacado de encima a Silver. Lo mismo me pasa después de tantos años. Si hubiera estado en la isla no le hubiera perdido el rastro –aunque sea para ubicarlo y escapar–. Silver salva el pellejo y me alegra.

El hecho de que termine junto a los leales –que izaron la bandera real a costa de la suya, con calavera y tibias y todo–, para después traicionarlos canta que no hay piratas sin imperios ni imperios sin corsarios. Al terminar el libro, que leí varias veces, jamás me pregunté por la suerte de Hawkins, la del Doctor, el caballero Trelawney o el capitán Smollet. Pero Silver...

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