Domingo, 4 de septiembre de 2005 | Hoy
ANTICIPO
Por Thomas de Quincey
Hay dudas sobre la posibilidad de que los animales cometan suicidio: para mí es evidente que ni lo hacen ni pueden hacerlo. Unos años atrás, sin embargo, los periódicos reportaron el caso de un viejo cordero que se suicidó, según se alegaba, en presencia de muchos testigos. Careciendo de navaja o de pistola, corrió un corto trecho para aumentar el ímpetu de su descenso y se arrojó de un precipicio, al pie del cual se hizo pedazos. Se pensaba que el motivo para ese “acto precipitado”, como lo llamaron los periódicos, era el mero taedium vitae. Por mi parte, dudaba de la exactitud del reporte. Poco después aconteció en Westmoreland un caso que reforzó mis dudas. Un caballo de raza, bello y joven, que no podía tener ninguna razón para liquidarse, con la excepción del alto precio de la avena, una mañana fue encontrado muerto en su campo. El caso era ciertamente sospechoso, porque el animal yacía junto a un muro de piedra, habiendo fracturado su cráneo la parte más alta de dicho muro, el cual le había devuelto el cumplido fracturándole el cráneo a su vez. Se sugirió que, por la falta de estanques y esas cosas, deliberadamente había estrellado su cabeza contra el muro; ésta, al principio, parecía la única solución; y se juzgaba al caballo felo de se (en latín, asesino de sí). Sin embargo, un par de días bastaron para que saliera a relucir la verdad. El campo se encontraba sobre la ladera de un monte, y desde una montaña que se elevaba sobre él, un pastor había presenciado la catástrofe, y aportó evidencia que reivindicó la imagen del caballo. Era un día muy ventoso y estando la joven criatura de buen ánimo y preocupándose tan poco sobre el asunto del cereal como por el del oro, se había puesto a correr en todas direcciones; y al fin cuando bajó por una parte del campo demasiado empinada, no pudo detenerse y fue arrojado contra el muro, como un ariete, por el ímpetu de su propio descenso.
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De todos los suicidios humanos, el más conmovedor que he visto registrado es uno que encontré en un libro alemán: el más calmo y deliberado es el siguiente, que habría ocurrido en Keswick, Cumberland: pero debo reconocer que nunca tuve oportunidad, cuando estuve en Keswick, de verificar la versión. Un joven con inclinación al estudio, el cual, según se dice, residía en Penrith, estaba ansioso de calificar para entrar a la Iglesia o a cualquier otro sistema de vida que le procurara una porción razonable de ocio literario. Su familia, sin embargo, pensaba que en su situación tendría más posibilidades de triunfar como comerciante, y siguieron los pasos necesarios para ubicarlo como aprendiz en un negocio de Penrith. Al joven esto le pareció una indignidad que no estaba dispuesto a sufrir de ningún modo. Y en consecuencia, cuando comprobó que era inútil resistirse a la decisión de sus amigos, se fue caminando al distrito montuoso de Keswick (a unas 16 millas de distancia), miró alrededor para elegir su tierra, caminó sereno por Lattrig, hizo una almohada con pasto y se recostó con la cara mirando al cielo. En esa posición fue hallado su cadáver, con el aspecto de haber muerto en paz.
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