El culo y las témporas
Por Blas Matamoro, desde
madrid
L a vida, la imprevisible vida, tiene estas cosas. Cuando todos hemos consagrado
a la literatura nuestra mejor indiferencia, un libro mío escandaliza. No
es la ocasión inicial: en 1976, el primer libro prohibido por la dictadura
fue Olimpo, de quien suscribe. Las consideraciones de Jorge Eduardo Arellano arrojan
excrementos en la vía pública. No sé si son humanos o equinos.
No soy zoólogo ni barrendero municipal. Me centro en su torpe lectura de
mi biografía sobre Rubén Darío.
Nunca he sido abogado del movimiento gay uruguayo, aunque no me molestaría
serlo. Apenas lo fui del sindicato de porteros, allá por los sesenta, en
Buenos Aires. Tampoco es cierto que carezca de estudios sobre Rubén, y
Arellano, como bibliógrafo rubeniano que es, lo sabe. Baste recordar mis
Lecturas americanas y mis ensayos sobre poética en español, donde
siempre Rubén aparece como el iniciador de las poéticas contemporáneas
en nuestra lengua. Mi libro es tan fundado que en su vasta bibliografía
aparecen los aportes del propio Arellano, a quien conozco desde hace años,
con quien hemos conversado largamente sobre rubenismo y afines, y a quien he publicado
en la revista madrileña que dirijo, Cuadernos Hispanoamericanos.
Que Rubén era un escribidor venal al servicio de algunos dictadores ya
se le reprochó en vida, por ejemplo por Vargas Vila y Blanco Fombona. Octavio
Paz lo muestra reverenciando a chacales de uniforme y Enrique Molina lo ve como
un mono con frac diplomático. Nada de esto deroga su valía de escritor,
pero no debe ausentarse de una biografía.
Lo peor de la diatriba de Arellano no es lo anterior, sino que su mente de estudioso
tranquilo y bonachón se haya perturbado por su homofobia y su nacionalismo.
La homofobia puede consultarla con su psicoanalista. El nacionalismo es incurable,
según seguimos viendo: es un mal sagrado porque hace a la sacralización
de lo nacional y la santificación de sus próceres. Yo no he dicho
ni escrito jamás que Rubén fuera homosexual pero si así lo
hubiera hecho, ¿qué? ¿Acaso es un insulto o una requisitoria?
¿Se insulta o acusa a alguien por decir que es heterosexual? A esta altura
del siglo XXI hasta los nicaragüenses saben lo que enseñó Freud
hace cien años: que somos bisexuales de origen y que cualquier exploración
de nuestra identidad nos conduce al sexo, no ya opuesto, sino complementario.
Y es lo que Rubén, como todo artista verdadero, cumple.
Si algunos homosexuales se enamoraron de él, como tantas mujeres ejemplos:
Pedro Balmaceda, Enrique Gómez Carrillo y Claudio de Alas no es invento
mío ni significa ningún episodio de cama. Los documentos están
a la vista, a veces exhumados por el propio Arellano. En otro sentido, los personajes
sexualmente ambiguos abundan en el modernismo y Rubén no es la excepción
sino la regla.
¿Qué importa si el biógrafo de Rubén es un argentino?
Como todo artista, él es universal y, en su caso, Buenos Aires resultó
crucial para su historia personal y poética.
Espero que Arellano se haya calmado y le paso este consejo del refranero español:
no confundas el culo con las témporas. Cuestión de altura, sencillamente.