Domingo, 4 de enero de 2015 | Hoy
FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA PREFERIDA: ISABEL PEñA Y EL MáRTIR, DE MARCOS LóPEZ
Por Isabel Peña
Querido Marcos López:
Pensando en mi obra preferida elegí una tuya: El mártir, ese retrato que le hiciste a Héctor, el mozo que todavía trabaja y te atiende en Ña Serapia, bodegón emblemático de Las Heras y Paunero. La foto es fabulosa. Después de escribir unos párrafos sobre las bondades de tu obra, me cayó una ficha que me puso la piel de gallina. Pareciera que después de haberme topado con tu mártir mi trabajo entero quedó atrapado en la marca que le hizo a mi sensibilidad. Como si te hubiera copiado. Me pregunto si habré quedado girando como una luna insolada alrededor de El mártir, tildada por el impacto. Quiero avisarte que si te robé fue sin darme cuenta. El resplandor de todo es un reflejo pícaro que brilla en los ojitos serios de Héctor. Transpiro haciendo carne en mí el sudor de su rostro. Estoy llena de preguntas, eh. Me parece que si te hubiera querido copiar a propósito no me hubiera salido tan bien. Años antes de conocer tu obra, yo estaba en un viaje obsesivo de fotografiar trabajadores de altura y haciendo instalaciones del estilo del mártir. Desde 2004 no puedo parar de señalar las presencias que habitan silenciosas y estables con su laburo la ciudad.
Algún día de 2007, un amigo cordobés me llevó a Ña Serapia por primera vez. Fue después de una inauguración. Quedé turula de la emoción. No recuerdo qué vi primero, si al mozo real (a Héctor) o a su retrato. Esa combinación fue una puñalada casi tan dramática como la que atraviesa su traje impoluto en la foto ¡directo al corazón! Es tan honda la imagen que se ríe de su propia solemnidad. La herida subrayada chorrea sangre y sentido del humor. Me hace pensar en esos cuchillos de cotillón que se usan igual que las corbatas bordeando la sien en ese momento de fiesta de casamiento en el que ya estamos todos baqueteados.
Quizá perpetré una de las cirugías estéticas más comunes del arte contemporáneo: el choreo. Aunque ya no se lo considere una fechoría, si lo hice fue inconsciente. Sé muy bien que aunque la singularidad sea lo más preciado que tenemos los artistas, a veces nos toca hablar de las mismas cosas, o usamos tonos parecidos para hacerlo. Lo más probable es que algo de la esencia de El mártir se haya alojado en algún lugar misterioso de mi ser. Que su influencia haya operado por los canales más poderosos, esos que funcionan subrepticiamente. Otra opción es que el efecto mártir flotaba, como las cosas buenas que tomamos del éter o se hacen virales en el colectivo, en la red. Como esos hallazgos de la ciencia, que se dan en simultáneo en distintos puntos del planeta. Pero esas cosas eran más fáciles de probar antes de la globalización.
Para mí fuiste canal de algo espiritual. Llamalo como quieras, pero es muy hermoso lo que hiciste. Quizá se deba a que te unía una amistad o el encuentro de soledades con Héctor. Ña Serapia no es una fonda más. Es el bunker de pintores, cineastas, escritores, actores y vecinos de Palermo. Refugio angosto frente a plaza Las Heras que no termina de relajarse porque su pasado de cárcel la condena.
Héctor recibió un permiso de Dios para persistir junto a su retrato en su equilibrio de movimiento constante. Doce años después apenas asoman unas líneas grises paralelas al resto de sus gruesos pelos negros. Su andar silencioso es como esas motos del delivery que llevan nuestros deseos a Dios. No pierde la paz del interior que exuda junto a la jarra de metal en la que te pianta el vino de la casa, el pan que parece duro pero no lo es, y las empanadas sobre la mesa.
Más de una vez me topé con la copia gigante de esta misma foto sobre la barra principal de Million. Como en un altar de iluminación impecable. Pero ahí te cobran primero y te dan la comunión alienados, a gatas te ven cuando pedís a los gritos el trago que elegiste. Héctor gigante con su martirio también sobrevuela las noches de bares. Pero si ya conociste al de carne y hueso, con su tiempo y ánimo para hablar, con esa calma chicha que trajo del norte del país, no hay con qué darle.
En Ña Serapia, el recorte de diario alusivo a la obra también cuelga como una tercera instancia de mediación, como si fuera el título de médico nutricionista de un barrio que no es alérgico a las cucarachas. Como una ventana abierta al paraíso de las charlas con Héctor. La foto vibra de más en Ña Serapia aunque no esté iluminada, conservada, ni mostrada en su mayor escala y dignidad, porque señala a una persona. Esa vida de Héctor que te llamó la atención es la que señaliza tu obra, y viceversa.
Te mando un beso de admiradora perpleja,
Isabel Peña
PD: Héctor se acercó al mundo de donde vos venís. Participó en una publicidad y le interesa trabajar como extra en donde vaya pudiendo. Me lo contó un día en que le saqué una foto cambiándolo de lugar. Le pedí que se sentara en mi mesa y le saqué una foto. Su sonrisa era inmensa mientras él alzaba mi copa. La foto me salió movida.
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