“Es Pink Flamingos, pero, bueno, para chicos...”, titula The New York Times sobre la última locura de John Waters. Valiéndose de la buena voluntad de varios hijos de amigos, el realizador grabó Kiddie Flamingos, una pieza “conceptual” de videoarte basada en el bestial original de 1972. Sin la divina participación de Divine, lamentablemente, pero con el desconcertante elemento de un elenco lleno de purretes. “Siempre he dicho que si le quitases el sexo y la violencia a la cinta, sería una historia de niños”, ofreció el señor del bigote fino que, ante el proyecto, se definió a sí mismo como “su peor enemigo” y autoaplicó el calificativo de “censor”.

Con todo, aseguró que muchos momentos espeluznantes perseveran, y que los pequeños “no entienden la perversidad”. “Ese es un secreto entre mi público depravado y yo”, agregó por lo bajo. Con una duración de 74 minutos, el film es parte de una exhibición dedicada a Waters en la Galería Marianne Boesky, en Manhattan, titulada Beverly Hills John. Y aunque el renovado elenco es demasiado joven para ver lo que intentó evocar, al menos tuvo la satisfacción de hacerle justicia al original con pelucas pop, anteojos gatunos y bigotitos pintados, reemplazando —claro— la venta de críos por el robo de muñecas, entre otras transformaciones. Qué se mantuvo del resto (asesinato, incesto, coprofagia, etcétera), habrá que ver para corroborar. O ver para creer; nunca mejor augurado.