Sábado, 31 de diciembre de 2011 | Hoy
SALí
Por Rodolfo Reich
Obi Bar, noodles para todos los gustos
Hubo un tiempo en que la Av. Santa Fe, a la altura de Carranza, era una zona comercial exitosa. Esto duró hasta la construcción del viaducto inaugurado en 1995. Ese túnel, necesario para el tránsito palermitano, despejó las veredas de transeúntes y obligó a muchos comerciantes a cerrar sus puertas. Las calles quedaron desiertas, como de pueblo fantasma. Pues bien: a metros nomás de las vías, abrió hace un par de meses un pequeño restaurante, que en apenas días demostró que, con una propuesta original, precios adecuados y mucha actitud, se puede ser exitoso sin estar en un polo gastronómico. Ese restaurante es Obi Bar.
Obi se autodefine como un noodle bar, concepto ya extendido en las capitales gastronómicas del mundo, léase Nueva York o Londres. Noodle significa fideos, pero no se utiliza para hablar de la pasta italiana, sino que refiere usualmente a las variedades de fideos asiáticos, sean chinos, japoneses, coreanos y muchos etcéteras. Pueden ser secos o frescos, de harina de trigo, arroz o batata. Se los cocina en caldo o salteados en aceite, y se los acompaña con verduras, tofu, carnes o mariscos. A la hora de la pasta, ni siquiera Italia compite con la riqueza del Lejano Oriente.
Obi Bar es un local mínimo, pocas mesas y decoración simple, sin pretensiones. La carta empieza con platos pequeños y tapeos, como los agedashi tofu (cubitos de soja fritos en caldo, salsa de soja y verdeo, $15) o los hot langostinos (picantes y grandes, se cocinan con ají, jengibre, miel y ajo, $35). Luego hay ensaladas, sopas, algunos platos (desde una simple pesca del día a la plancha con aceite de oliva a $48 hasta unos ribs de cerdo con salsa de jengibre, piña y miel a $44). Pero sin duda lo mejor viene del lado de los noodles, que se ofrecen según el tipo de fideo utilizado. Los soba (integrales), los ramen (finos e industriales), los udon (caseros), en preparaciones asiáticas con licencias occidentales. Un par de ejemplos: ricos udon con panceta, pollo, rúcula, cilantro y tomates cherry ($42) y sutiles obi ramen servidos en caldo japonés con langostinos, vegetales tempura, pescado y calamar a la plancha ($48).
En ese mix de heterodoxia culinaria, de estética despojada y una actitud algo rocker, descansa el éxito de Obi Bar. Sus mesas se llenan de gente joven, que acompaña la comida con cerveza, y que quiere gastar menos de $100 por cabeza. En medio del océano despoblado junto al viaducto de Carranza, Obi Bar funciona de faro con aroma oriental.
Obi Bar queda en Av. Santa Fe 5259. Teléfono: 47778279. Horario de atención verano: del 1 al 9 de enero estará cerrado por vacaciones. Luego, enero, de lunes a sábado, a partir de las 20. Febrero, nuevamente, lunes a viernes mediodía, con platos especiales. Lunes a sábados, noche.
Fernet, feliz reapertura
El bajo de San Isidro es un mundo aparte: tiene su tren de juguete, sus casonas millonarias y sus polos gastronómicos. Uno de ellos está, justamente, al costado de la estación San Isidro del Tren de la Costa. Allí, varios bares y restaurantes se llenan cada noche semejando una postal veraniega, mezcla de Cariló y Pinamar, cercana a la Capital Federal. Pero como dice el refrán, no todo lo que brilla es oro. No resulta fácil encontrar un restaurante con buena cocina en este mundo sanisidrense. Un restaurante que salga de los estereotipos, que tenga personalidad y una cocina casera y rica. Ése es el objetivo de Fernet.
Fernet tiene quince años en el Bajo de San Isidro. Tuvo etapas mejores y peores. Hasta que decayó definitivamente, estuvo unos meses cerrado, y hace apenas medio año abrió ahora con una pareja joven al mando. El se llama Esteban Iglesias y es uno de los muy buenos bartenders argentinos. Ella se llama Anabelí Di Vicenti, supo ser encargada de Fernet por varios años, y se ocupa de los números. La cocina la comanda Emilio Trotta (compadre de Esteban), secundado por Martín, y ambos llegan cada día temprano para leudar los panes y amasar las pastas del día. Por último, el servicio lo maneja Paula, hermana de Esteban. Así, más que empleados, es una gran familia, un formato que genera su propio clima, incluyendo amigos que se acodan en la barra, vecinos habitués, y recién llegados que pronto serán conocidos.
El local es coqueto, íntimo, algo romántico. Las molduras del cielo raso son las que trajo a la Argentina el diseñador Willy Jacobs, hoy una marca registrada de su estilo. Un empapelado psicodélico termina de armar un imagen retro.
En Fernet las mesas son de dos y cuatro comensales. La barra es pequeña, pero bien provista, con botellas inconseguibles en otros lugares. Conviene comenzar la cena con un cóctel (entre $30 y $40). La carta se divide en vintage (recetas olvidadas que Esteban sacó de libros antiguos, como el Barracuda, con ron, cognac, jugo de limón, azúcar y espumante), clásicos como un genial Manhattan y los de autor (el número II lleva vodka Wyborowa con infusión de Palo Santo, Bitter Truth, Kero, lychees, jugo de lima, manzana verde y hojas de cedrón). Para acompañar, hay una selección de tapeos a la vista, con ingredientes típicos como corazón de alcaucil o jamón crudo, entre otros.
La cocina tiene aires mediterráneos, de sabores simples y contundentes. Una cocina sin trampas, que gusta a todos. Mozzarella al forno ($37), raviolones negros de calabaza con salmón ahumado y crema de camarones ($45) o un muy rico chivito asado con jugo de la cocción ($69) son buenos ejemplos.
Detrás de Fernet, por la ventana, se ven las vías del tren. Un tren concheto, como diría la Presidenta. Un tren de juguete.
Fernet queda en Juan Bautista de Lasalle 447, San Isidro. Teléfono: 1554761246. Horario de atención: lunes a sábados de 19.30 al cierre. Cerrado del 1 al 20 de enero por vacaciones.
El Andén, a metros de la cancha de Ferro
El Andén no es un club, pero bien podría serlo. Comparte con los clubes el espíritu popular, los habitués que nunca fallan, las canchas de paddle y de fútbol, los precios amables. Y como buen émulo de club, tiene también su restaurante, en este caso una parrilla clásica a las brasas, de donde salen chorizos, morcillas, tiras de asado, vacío, entrañas y pollos, entre más cortes de carne y achuras que hacen al identikit tradicional del comensal porteño. Así, podría pensarse que El Andén es una parrilla más de Buenos Aires, de ésas que están desperdigadas en todos los barrios de la ciudad. Pero no: en realidad, casi no hay parrillas populares dentro de las fronteras de la General Paz que tengan un espacio abierto capaz de competir con este restaurante. Allí, al aire libre, El Andén brilla con luz e identidad propia. Un aire libre que incluye una pequeña plaza con juegos para niños, grandes árboles, estacionamiento propio y una docena de mesas que, día tras día, se ocupan por grupos de amigos, familias e incluso parejas que agradecen un lugar así, honesto, directo y amigable. Como debe ser.
Lejos de buscar sofisticaciones innecesarias, El Andén apuesta por los clásicos best buys. Hay pastas caseras (de tallarines a raviolones, con precios que van de los $29 a los $35), salsas especiales (sumando $10 se puede elegir por salsas como scarparo o príncipe de Nápoles), hay pizzas, variedad de “sánguche” (sic) y minutas siempre bien recibidas (milanesa a caballo, $45). Pero sin dudas, la estrella es la parrilla a la vista, en especial cortes como el bife de chorizo ($62 la porción, $35 1/2 porción) y la entraña ($67). Además hay provoleta Andén, con tomate, ajo y albahaca, riñones a la provenzal y otros clásicos del asado del domingo.
Todo está correcto, como se podría esperar. Los cortes salen en el punto pedido, la atención es esmerada –si bien cuando se llena, se hace algo lento– y las gaseosas son de litro y medio, un gesto de popularidad siempre bien visto. No hay grandes sorpresas en la carta de vinos, que apuesta por las grandes bodegas tradicionales, si bien por suerte guarda lugar para nuevos clásicos, como un Callia ($45) o el muy bueno Finca La Linda ($72, también se ofrece en botella de 375cc).
En fin: parrilla, aire libre, juegos para chicos, los ruidos de las canchas cercanas. Y omnipresente con su traqueteo y sirena, el Sarmiento, que pasa por al lado. Lo más parecido a un club de pueblo, en el centro geográfico de la ciudad. Un refugio secreto, para tener en la agenda dominguera.
El Andén queda en Yerbal 1255. Teléfono: 44318563. Horario de atención de verano: de lunes a viernes, de 20 al cierre. Sábados y domingos, de 12 al cierre.
Fotos: Pablo Mehanna
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