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Aunque los perros no hablen, la evidencia dice por sí sola. El ex convicto Robert DeShields, de 55 años, no pensó en eso a la hora de abusar sexualmente de Shadow, el can de la residencia donde alquilaba un cuarto. Al notar un inusual cambio de ánimo en la mascota, su dueña –residente de Sacramento, Estados Unidos– lo llevó a la veterinaria y comprobó lo impensable: que su perrito tenía serias lesiones en los órganos internos causadas por una penetración sexual violenta.

Ahora, en un fallo histórico, el juez del estado Thadd Blizzard condenó a DeShields a 10 años de prisión, obligándolo –también– a registrarse como delincuente sexual, tras ser encontrado culpable de la violación del chihuahua. Adicto a la metanfetamina, con un trastorno nervioso que limita su movilidad y en libertad condicional, el truhán es considerado “una seria amenaza para la sociedad” y, por tanto, se le ha impuesto la máxima sentencia posible en un caso donde, al menos, una docena de defensores de animales estuvo presente y que incluyó testimonios gráficos sobre abuso (en el caso de Shadow, habría implicado estrangulamiento y penetración con objetos extraños).

Shadow vive ahora con Laura Badeker, una empleada del refugio canino del condado, quien también se expresó en el juicio y lo hizo de la siguiente manera: “El perro es una víctima en todos los sentidos de la palabra. De hecho, está extraordinariamente asustado de cualquier hombre, como muchas víctimas de asalto sexual, y tal vez nunca se recupere”.

Como fuere, la abogada defensora de DeShields, Jennifer Stoneburner, argumentó que su cliente fue declarado culpable de abuso de animales, no de un delito sexual, y no debería tener que registrarse como tal (lo que implicaría no poder vivir cerca de escuelas o espacios de reunión de niños y usar un dispositivo de rastreo en el tobillo de por vida). “Que su conducta haya sido aberrante no significa que sea un pederasta o un violador”, aseguró la abogada que ya se prepara para apelar.