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Sábado, 31 de diciembre de 2011

CINE > DANIEL HENDLER DEBUTA COMO DIRECTOR

EL GRADUADO

Hace diez años irrumpió en todos los televisores argentinos con una publicidad de Telefónica. Desde entonces, se volvió un actor emblemático del cine argentino (El abrazo partido, El fondo del mar, Derecho de familia) con una actuación tan natural como única. Mostró su ductilidad para la televisión en Aquí no hay quien viva. Y ahora, por primera vez, se pone detrás de cámara: Norberto apenas tarde no es sólo su debut como director, sino una película que condensa ese universo tan propio llamado Daniel Hendler.

 Por Juan Pablo Bertazza

En los intersticios del prestigio al que lo catapultaron El fondo del mar, Los paranoicos y El abrazo partido, los fulgores de renovación que representaron 25 watts y Esperando al Mesías y el éxito que depararon películas como Mi primera boda, film que resultó el tercero más visto en nuestro país de este año que termina, en los márgenes de la vasta experiencia actoral de Daniel Hendler en cine, teatro y televisión, figura en letra chica y fecha remota un papel secundario en una adaptación de Bartleby, el escribiente, de Melville, una mención que sorprende incluso al actor: “La hice en Montevideo y la llevamos a Nueva York, recuerdo que tenía una cosa bastante coreografiada, como un engranaje, un trabajo bastante corporal, una pieza interesante”.

El gran atractivo de Bartleby, verdadero precursor tanto del existencialismo como del absurdo, consiste en la combinación de aquel irritante y recurrente “Preferiría no hacerlo” y la intensidad inefable del compromiso con que se niega a trabajar pero, a la vez, no se mueve del edificio donde trabaja. Algo de esa contradictoria trascendencia da en el corazón de la estética de Hendler, uno de esos actores que, como pocos, parece tener una constante en sus actuaciones.

“Cada uno de los personajes que hice tiene una identidad particular pero lo que más los une es que son todos alteregos de los directores. No es una boludez, de hecho me di cuenta hace relativamente poco de la cercanía de mis personajes con prácticamente todos los directores con los que trabajé: Daniel Burman, Juan Villegas, Damián Szifrón, Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella, Ariel Winograd, Gabriel Medina, Nicolás Goldbart y hasta el brasileño Marco Ricca, con quien hice Cabeça a prêmio. Es algo particular, llamativo y los directores que emplean personajes parecidos a ellos mismos tienen, a su vez, cosas en común, con lo cual se explicaría esa sensación de que hago siempre lo mismo. Un director que trabaja con un alter ego supongo que busca dar con un personaje que esté en el medio entre el director y el actor, y ese trabajo es lo que más se ha repetido en mi carrera. Norberto es un alter ego mío, y algo me interesa de ese sino, de esas experiencias cinematográficas” confirma en un bar de Parque Centenario Hendler, quien por momentos parece deslizarse hasta hundirse como un chico en su silla, en una entrevista en la cual se muestra tal como uno lo imagina: amable, atento, lúcido, inteligente.

LOS JOVENES DE BOSSA NOVA

Norberto es el protagonista de la primera película dirigida por Hendler, Norberto apenas tarde, un film que resulta una especie plagada de guiños y souvenirs con respecto a su carrera pero también algunos indicios de su paso por la vida: la actuación de su esposa Ana Katz, con quien tiene una hija, la de Leo Maslíah con quien, además de trabajar durante los albores de su carrera en el grupo de teatro Acapara el 522 (juego de palabras en referencia a la parada de una línea de colectivo montevideana), realizó un taller literario –Leo quería publicarle un libro de cuentos (“era tan malo que Mario Levrero, que era el editor del lugar a donde lo llevó, lo tuvo que rechazar”, explica)–, la presencia también de Roberto Jones, actor uruguayo de culto que protagonizaba una obra en la cual Hendler soñaba con participar, porque a veces, y tal como sucedió con la carrera de Hendler, una cosa lleva a la otra y el primer escalón resulta más importante que el resto de la escalera, sin importar cuan alta sea ni vaya a ser.

“Roberto Jones era el protagonista de Rompiendo códigos, en la película es el actor que les va a hacer una devolución a los estudiantes de teatro. En la realidad, fue uno de mis maestros, mi sueño era hacer uno de los personajes de aquella obra, él tenía 30 años cuando yo tenía 20. Y al mes me llamó Roberto y me dijo que lo hiciera, no puedo estar más agradecido con la oportunidad que me dio la vida de hacer eso que soñaba. En la primera función me temblaba la cabeza, me fue muy mal y, de a poco logré hacerlo bien. Paralelamente conocí a la gente del grupo de 25 watts, hicimos algunos cortos y apareció Daniel Burman desde Buenos Aires, me hicieron un casting para Garage Olimpo, no anduve bien pero pegué buena onda con Burman que se acordó de mí para Esperando al Mesías”.

Norberto apenas tarde cuenta la historia de un hombre algo desganado y un poco a la deriva con problemas de comunicación que, siguiendo un consejo para afirmar su personalidad, descubre un cierto interés por el teatro que crece como bola de nieve: lo que empieza como un curso de una vez por semana se convierte de a poco en un refugio ante el inminente colapso de su vida privada. Es decir, algo de Norberto repite cierta abulia o desconcierto de algunos de sus personajes como el Luciano Gauna de Los paranoicos o el Martín de Sábado, pero ya instalado en el marco de la adultez.

“Cada uno busca una manera de lidiar con el paso del tiempo y la pérdida de la juventud. En vez de negar, yo prefiero adelantarme, despedirme de la juventud antes de que la juventud se despida de mí, y en todo caso que lo que hay de joven en mi esté porque está. Yo creo que siempre voy a seguir siendo un poco joven, pero renuncio a eso antes de que me despidan.”

Norberto es un personaje de Hendler sin su cara pero que, en lugar de mostrar esa rebeldía en voz baja de sus personajes juveniles, ahora atraviesa la crisis de la adultez. Pierde el trabajo, empieza a vincularse de manera freelance con una inmobiliaria en la que trabaja a comisión, tratando de lograr una misión imposible: alquilar un departamento inhabitable en el que conviven dos ancianos absolutamente mimetizados, entre ellos y con el inmueble, y a los que esconde en la cocina cada vez que llega un interesado que, enseguida, pierde todo interés. Esa pareja que está por cumplir un record en su matrimonio constituye un espejo insoportable para él, aunque no se anime a formularlo y hasta intente agradar a los ancianos. Mientras tanto se entrega a un hobby: la actuación. Por alguna razón, cae bien entre sus jóvenes compañeros, a quienes llama chiquilines, y juntos emprenden lo que parece una tarea titánica: representar en poco tiempo una versión de La gaviota de Chéjov. Luego de ese debut promisorio, Norberto se va metiendo cada vez más en su rol de actor, aunque incluso al final persiste en el aire la incógnita sobre su futuro, si efectivamente va a seguir desempeñándose como actor, o si solo se trata de un hecho aislado: una golondrina que no hace verano, una actuación que no hace a un actor. Pero haga lo que haga, Norberto ya probó lo que es ser otro.

De hecho, después de la representación de La gaviota, en una de las clases de teatro, Norberto –un tipo medido, calmo con algunos problemas para proyectar la voz y poco dado a los conflictos– encarna a quien él considera su diametral opuesto, una especie de Pappo de campera de cuero.

“Es algo de él con lo que me identifico: siempre quise ser más rockero de lo que soy, la bossa nova llegó a mi vida antes de tiempo, me gustaba el rock pero un rockero no acepta a otro que le guste la bossa nova, en cambio ninguno que le guste la bossa nova cuestiona al que le gusta el rock. La película tiene un poco de rock y bastante de bossa nova, le falta rock, hay que admitirlo, con esto puedo alejar a un público pero acercar a otro”.

Mientras pide un café suave, confirma: “Viste, por eso soy más bossa nova que rockero”.

¿Con qué otros aspectos de Norberto te identificás?

–Con algo de ego mal resuelto que a veces tiene el actor. Yo dudo que él se vaya a dedicar a la actuación, pero sí me identifico en eso que te pasa cuando subís a un escenario y te exponés al público, las expectativas, lo que te devuelven, ese círculo de ego. El logra pisar fuerte y tiene su primera experiencia. Pero Norberto revela una ambición que va más allá: ese monstruo que tenemos encerrado y que, cuando descubrimos, desequilibra un poco. En eso me identifico, en adiestrar y amansar mi monstruo, dejar que aparezca una verdad que no se pude componer. A veces, el actor, al controlar los reflejos del personaje, puede hacer un trabajo brillante y emular una verdad pero la verdad no está, y a mí me gusta cuando esa verdad está. En cine me gusta “el actor natural”, como se lo llama, aunque hay actores con excelente formación que, a veces, logran que a través de la cámara la vida le robe momentos al actor.

Si bien hiciste varios cortometrajes ¿el hecho de ser director implica que perdiste algo de ganas de ser actor?

–Me costó asumirme como actor, algo me acomplejaba de ser actor y cada vez que tengo que llenar un formulario en un hotel o en un aeropuerto ahora pongo actor porque tomé la decisión de ponerlo, pero no me es fácil. Recién ahora estoy disfrutando de la idea de que voy a ser actor de viejo, pero en estos momentos sufro del complejo del actor que quiere dirigir (risas).

En general en Argentina no se suele dar en forma prolongada la simultaneidad de las tareas de actor y director, algo que pretende romper a partir de esta película Hendler, quien ahora mismo empieza las grabaciones para lo que será la nueva tira diaria de Telefé del 2012, Los graduados, junto a Nancy Dupláa, Luciano Cáceres, Juan Leyrado, Roberto Carnaghi, Mirta Busnelli, Julieta Ortega y Mex Urtizberea, entre otros.

–Es verdad, hay algunas experiencias: vi Vaquero, la película que dirigió Juan Minujín, y sé que va a volver a dirigir porque te das cuenta de que es director. También mi mujer, Ana Katz, que en su caso expuso más su trabajo como directora pero también tiene formación de actriz, ahora va a coprotagonizar una película y se encamina también hacia ese sendero bifurcado. El director tiene la primera devolución, la que más importa: si uno está mal es culpa del director, y si uno está bien es mérito de los dos.

LA DOBLE VIDA DE WALTER

Diez años se cumplieron de aquella recordada campaña publicitaria de seis spots de Telefónica en los cuales Daniel Hendler era Walter, ese muchacho ochentoso de walkman y campera de jean con corderito que había permanecido encerrado durante dos décadas y que emergía para decidir qué empresa telefónica elegía. Alfredo Casero y Graciela Alfano fueron algunos de los ingredientes extra de esa publicidad inolvidable en la carrera de este actor que, de chico, imitaba algunas escenas de Rambo y Rocky.

“Fue mi primera gran carta de presentación masiva, por entonces era un mocoso con ínfulas de actor serio, me costaba aceptar hacer una publicidad y, dentro del poco tiempo que tuve para pensar el personaje, una de las cosas que pensé fue‘lo voy a hacer más idiota de lo que dice el guión para que cuando Walter respondiera ¿Qué empresa elige? Telefónica. ¿Por qué, existe alguna otra?, como diciendo de una manera canchera que las demás no existían, fuera realmente un idiota’ (risas). Por alguna bronca que tuve con la productora, esa idea terminó guiando un personaje que al final funcionó y me alegro de haber sido útil para la empresa que me contrató. Pero, en su momento, quería rebelarme un poquito, una tontería de pendejo, yo sabía que no iba a perjudicar a la empresa pero era una rebeldía interna. Lo mismo pensé en el primer spot, cuando el tipo emergía a la superficie después de haber estado encerrado veinte años, y lo primero que veía era el edificio de Telefónica y, según el guión, debía sonreír y decir ‘wow qué mundo increíble’. Pero yo determiné que el tipo ahí sintiera miedo, aunque eso casi no se vio. Hicimos 40 tomas, me decían, ‘reíte porque el edificio es lindo, es lindo’. La verdad, si la ves, es terrible la cara que pongo, y la sacaron del aire enseguida, pero yo no estaba dispuesto a mirar el edificio de Telefónica y fascinarme. Pero tenía el apoyo del director, Lucho Bender: yo había inventado la frase ‘mamá, papá qué paso’, y él estaba convencido de que iba a funcionar. Esa frase y su apoyo me permitieron negociar.

¿Negociar qué?

–Me pedían exclusividad y no acepté. Me proponían ideas: Walter Rock Festival con música de los 80, la pasada de Walter en el desfile de Giordano, etc, yo no hice absolutamente nada. Me querían matar porque era un pendejito que trababa el crecimiento de la campaña. Incluso quisieron hacer la miniserie de Walter en 35 mm pero se pinchó: yo no acepté y encima después vino todo el quilombo de diciembre.

Hoy, a diez años de haberla hecho, ¿cómo ves esa publicidad a la luz de tu carrera?

–Tal vez me ayudó, sé que no me interrumpió la carrera. Envejecieron mal, no me gustan, en su momento me parecía super novedoso ahora se ven muchas cosas así. Bender era muy buen director, el mejor director de publicidad en su momento. Hoy toda película necesita de la publicidad, cada vez el mercado se infiltra más en la cultura, necesitamos del mercado para difundir cosas hechas con total libertad. No tengo esa visión tan purista que por ahí tenía antes sobre que la publicidad era el mal de la sociedad. Hice Norberto apenas tarde con total libertad, queriendo hacer una película que me guste y nada más que eso, y ahora cualquier herramienta que sirva para que llegue a más gente, siempre y cuando no constituya un engaño, la tomo como válida. Es difícil no contar con la herramienta de la publicidad, aunque la verdad es que tenemos cero publicidad.

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Imagen: Xavier Martin
 
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