En Estados Unidos, un curioso desfalco ha llamado la atención de unos cuantos. Es que la policía de Beaver Township, una pequeña ciudad al oeste de Pensilvania, está buscando un puente robado. Sustraer metales no es nada nuevo, pero la mayoría apuesta por targets sencillos (léase, tuberías, cubiertas o alcantarillas); un puente de acero de 15 metros de largo y 40 toneladas no entra justamente en esa categoría. Aunque estuviese “escondido” en un camino de acceso a un parque industrial, en una zona de escasa población, su desaparición fue evidente y ahora las autoridades arriesgan hipótesis: que lo desmontaron en los últimos diez días, que usaron soplete para cortarlo, que sacarían unos 100 mil dólares con sus partes. Levantado a principios del siglo XX, lo único certero es que el puente ya no está.

Así y todo, no es la primera vez que ocurren robos tan peculiares. Cuenta la revista Time que, con la economía maltrecha, muchos ladrones están optando por objetos inusuales que les den una rápida ganancia. Y da algunos ejemplos, como el caso de las estafas porcinas: en tanto los precios de los cerdos se han disparado a cimas históricas, en granjas de Minnesota e Iowa ya han desaparecido más de mil chanchitos. También los perros se las han visto negras; con el aumento del valor de muchas razas, en especial las de canes pequeños, el robo de estas mascotas ha subido un 49% en comparación al 2010. ¿Otros bienes sobre los que han puesto el ojo y las garras? Cupones de descuento (los toman del correo ajeno o saqueando puestos de revistas) o, ejem, cabello humano. En una serie de incidentes en ciudades como Atlanta y Chicago, malhechores se han apropiado pelo, que a menudo es importado de Malasia e India para tejidos de moda, pelucas y extensiones. ¿La caja registradora? Intacta. Con este panorama, según parece, un atraco clásico ya no rinde como antes.