Domingo, 16 de octubre de 2011 | Hoy
TELEVISIóN > TERRA NOVA: SPIELBERG PATINA OTRA VEZ
Con Falling Skies, Steven Spielberg dio un paso en falso: apenas otra serie más sobre invasiones alienígenas y resistencia humana. Con Terra Nova, el tropezón ya es caída. Dinosaurios, viajes en el tiempo, efectos especiales, suspenso, distopía, persecución, fin del mundo: pareciera que Spielberg se negara aprender a hacer en televisión lo que ya hizo bien en cine.
Por Federico Kukso
Si hay algo que se aprende viendo series de ciencia ficción made in Hollywood es que los extras inevitablemente mueren primero. Y rápido. Que, no importa cuán extremas sean las situaciones –una isla inhóspita, una estación espacial, un planeta invadido por alienígenas–, los protagonistas siempre andan con los dientes blancos y despiertan maquillados (y, obvio, no van al baño). También sabemos que los personajes infantiles nunca faltan y que son insoportables. O que la familia –entiéndase: papá, mamá, hijo, hija– es lo primero y que los finales felices –los buenos vencen a los malos, el héroe se queda con la chica (y no viceversa)– tardan, pero llegan. Salvo, claro, que el fantasma de la cancelación desbarate los planes e incite a que una buena idea termine derrapando en una gran nada, una puerta abierta a ninguna parte.
Obviamente, hay excepciones. Pero por lo general no hay propuesta que no caiga en alguno de estos lugares comunes. Es, lo que podría llamarse, el “canon sci-fi”, uno de los tantos factores que hacen de la ciencia ficción televisiva (en contraposición de la ciencia ficción dura literaria) un género más conservador que progresista, más conformista que disruptor y que explica por qué, aunque cambien los nombres, los actores, los efectos y los decorados, siempre se tiene la sensación –luego de descargar una serie o de sentarse como una estatua viviente frente al televisor– de que terminamos viendo siempre lo mismo.
En los últimos diez años, sin embargo, parecía que este fundamentalismo light se había agotado o bien tenía fecha de vencimiento. De alguna manera, grandes obras de la literatura audiovisual como The Wire, Los Soprano, Oz, Six Feet Under, Mad Men y Breaking Bad habían cambiado desde el drama las reglas del juego, y que series colosales como The X-Files, Battlestar Galactica, Firefly, Lost y Fringe, cada una a su modo, indicaban el nacimiento de una nueva era, la llegada de las series de ciencia ficción a la adultez televisiva.
Hasta que hace un par de semanas debutó Terra Nova, la gran propuesta de Steven Spielberg para la pantalla chica después de la nada original y soporífera Falling Skies, y confirmó cuán equivocado se podía estar. Ni revival, ni amanecer de una época con shows virales e irreverentes como The Twilight Zone, The Prisoner, Doctor Who, Alien Nation o incluso Viaje a las estrellas en sus mejores tres épocas (la original, la nueva generación y Deep Space Nine): la ciencia ficción televisiva sigue en la adolescencia. Y con mucho acné.
Con Terra Nova, la esperanza –aquel sentimiento que tiene cualquier seriófilo de que está ante una historia que se las trae– duró sólo 18 minutos. Un tiempo suficiente como para despertar la curiosidad, entretener y luego decepcionar.
La cosa es así: la serie arranca en el año 2149. La Tierra está superpoblada y al borde de un colapso ambiental. En vez de azul, el planeta –desde el espacio– se ve anaranjado, hipercontaminado. Las personas deben usar máscaras de oxígeno, las familias sólo pueden tener dos hijos y una naranja es tan exótica como para nosotros lo es un pájaro Dodo. Hasta ahí, todo muy interesante: un futuro gris, lúgubre, pluvial a lo Blade Runner, más cercano a Max Headroom y a la visión distópica, desesperanzadora de P.D. James (Hijos del hombre) y Cormac McCarthy (La carretera) que a aquel porvenir esperanzador y naïf de Julio Verne y Los Supersónicos.
Ante tal escenario pre-apocalíptico, la única opción es la fácil: escapar. La solución no está arriba en el cielo (en Marte, la Luna o siquiera en las estrellas como Alpha Centauri) sino atrás en el tiempo. De manera accidental, los científicos encuentran una fractura o brecha en el tejido del espacio-tiempo y descubren cómo viajar al pasado, a la época de los dinosaurios, para reanudar la especie humana y reconstruir la civilización.
Sólo unos elegidos –reclutados o ganadores de una lotería– tienen el privilegio de convertirse en crononautas y viajar como peregrinos del Mayflower a una terra incognita –en este caso, Terra Nova– de hace 85 millones de años. Entre ellos están los Shannon, que luego de huir de la tiranía del Estado –tienen tres hijos– cruzan un portal como el de Stargate e ingresan a un mundo similar al de Avatar.
Ahí está el gran problema de Terra Nova. Todo es “parecido a”, pero edulcorado: a Jurassic Park, a la serie Dinotopia, a Quantum Leap (y a la ochentosa Voyagers!, acá conocida como Viajeros), al cuento “El ruido de un trueno” de Ray Bradbury, aunque lo primero que se aclara –a las apuradas– en el minuto 19 del piloto es que la colonia se encuentra en una “línea de tiempo alternativa” sin riesgos de caer en cualquier efecto mariposa cuyo aleteo en el pasado desate un huracán en el presente.
A años luz de la complejidad adictiva de Lost, Terra Nova es una serie PG–13 o ATP. Y eso lo dice todo: actores con look teen angel o Jonas Brothers, diálogos trillados y temas comunes como la importancia de la familia (los Shannon recuerdan a los Robinson de Perdidos en el espacio), la rebeldía adolescente, el primer amor, enredos románticos y lecciones moralistas al estilo de Gilmore Girls y 7th Heaven.
Salvo por el uso de ciertas interfases holográficas –“parecidas a” las de Iron Man–, los efectos especiales decepcionan y, al mismo tiempo, revelan un secreto: no hay un solo Steven Spielberg sino varios. En cuanto al diseño de los dinosaurios y a cómo contar una historia, el Spielberg de Terra Nova no aprendió nada del Spielberg de Jurassic Park, ni del Spielberg de Inteligencia Artificial, ni de aquel creador de aquella increíble serie de 1985 llamada Cuentos asombrosos (Amazing Stories).
Aunque sólo se emitieron unos pocos episodios, al ver Terra Nova es inevitable la sensación de estar ante una oportunidad perdida. Una idea interesante diluida por las previsiones de mercado de una cadena conservadora como Fox –¿qué hubiera ocurrido si Terra Nova se emitiera en HBO o AMC?–, ya sin chances de codearse con la mejor ciencia ficción. Es decir, no la del poder predictivo más afilado sino aquella capaz de incentivar la reflexión sobre temas del presente –cambio climático, superpoblación, crisis ambiental–, situándolos en el futuro. O en este caso, en el pasado.
Terra Nova se emite los lunes a las 22 por Fox.
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