Domingo, 9 de noviembre de 2014 | Hoy
En las décadas de 1950 a 1970, llegó la moda del girlie magazine, revistas frívolas como Paris Frou-Frou, Paris Tabou y, sobre todo, Paris-Hollywood. Creada en 1947, esta revista, un tanto picante, mantenía una presentación discreta, pero al comprarla se consideraba preferible esconderla entre las páginas del Miroir Sprint. Las fotos interiores, de color sepia, daban la curiosa sensación de que el fondo tintado se te quedaba en los dedos. La estética de la revista era el seno, el seno muy grande, lo que se llama Pecho Opulento, y, por supuesto, el culo. Todo eso, sencillamente, porque el pelo estaba prohibido. Así que, cuando la nínfula se había quitado todo, no había nada: era una estatua de mármol blanco que ni siquiera estaba hendida en el sitio del sexo. Algunos llegaron a creer que probablemente se habría fosilizado, ya que un retocador se aplicaba en borrar sistemáticamente el felpudo con un aerógrafo, extendiendo una capa de bruma hasta en las grupas abiertas, de manera que el sueño en Paris-Hollywood terminaba necesariamente en un vaho. En 1974, con el levantamiento de las prohibiciones morales y el fin de la censura, la sorpresa fue tan grande que hubo que “desborrar”. Se reinventó entonces la mujer en su integridad. Fue un raro ejemplo de censura al revés; el pelo surgió y apareció por todas partes, incluso se le hizo crecer artificialmente. Pero era demasiado tarde.
En la revista se descubría todo tipo de variantes y fisonomías: traviesas amas de casa agachadas delante de su refrigerador, parisinas de vacaciones a horcajadas sobre troncos o encantadoras viudas con braguitas de encaje ajustadas al culo que decían mucho sobre sus penas. Las modelos profesionales no existían. Las bellas provocativas eran secretarias, bailarinas en el Crazy Horse o maniquíes en Mayol, y posaban con su lencería personal (sujetadores, medias negras bordadas o de rejilla, sandalias con tacones o bragas ajustadas), pero hacían de maravilla de idiotas encantadoras o zorras redomadas.
El furor actual ya no es el culo guarro, sino el culo virtual. El culo en imágenes de síntesis. El culo del cibersexo. Lo vemos, ya que no podemos tocarlo, pero podemos hacer que se mueva, aunque pueda ponerse de muy mal humor. Este culo es, por naturaleza, plano como una pantalla, lo que es el absurdo del culo, el contrario de su definición y, para decirlo todo, la antítesis del placer. En un CD-ROM puedes dialogar con Virtual Valerie. La joven no aprecia a los hombres que pierden su sangre fría y, en caso de mala respuesta a sus preguntas, te echa y apaga bruscamente tu Mac. Cuando te dice, tumbada en su cama y a fin de cuentas bastante relajada: “Por favor, aflójame el sostén, que está un poco apretado”, tienes que tener buenos reflejos. En ese caso, ella gustosamente te develará sus encantos cibernéticos e incluso te dejará jugar con su anatomía, con la ayuda de los accesorios apropiados. También en CD-ROM están las aventuras interactivas de Seymour Butts, un muchacho al que nunca se ve, pero que te reemplaza ventajosamente. Por ejemplo, cuando una hermosa californiana sufre una avería con el coche en la calle. Según el mismo principio de preguntas-respuestas que hay que marcar en la pantalla, avanzas o provocas tu expulsión. Pero las imágenes están digitalizadas, es decir, son verdaderas imágenes de video animadas, lo que resulta más halagüeño. Además, esa afable persona, cuando exhibe su encantador trasero tostado por el sol, tiene todo lo que hace falta para satisfacer a un jugador de cibersexo. Ausencia sonambulesca, euforia táctil, provoca el efecto de un ligero narcótico. Creer que en este caso se trata de voyeurismo sería, evidentemente, un error. Porque el voyeurismo no contempla la programación, sino más bien exige lo contrario. Se trata sencillamente de una divertida animación de las antiguas playmates ofertadas en las revistas, pero que puede calmar algunas impaciencias, a falta de entrever los jardines de Alá.
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