Domingo, 26 de julio de 2015 | Hoy
ARTE SOPHIE CALLE
Hasta fines de agosto se puede visitar en el Centro Cultural Kirchner la instalación Cuídese mucho, de la estrella del arte conceptual Sophie Calle. A partir de un mail que recibió en 2004, donde su novio la abandonaba –usando el título de la muestra como despedida–, Calle les pidió a 107 mujeres de profesiones diversas, desde policías hasta filólogas, que leyeran y comentaran el mensaje. En el segundo piso del Centro, en 30 computadoras más una serie de fotos y gráficos, se repite el mensaje, que de fatal pasa a banal y vuelve a ser desolador otra vez: cientos de voces, con el agregado de algunas masculinas para la edición local, en un reality hipnótico donde los testimonios expanden las interpretaciones en un juego casi infinito.
Por Santiago Rial Ungaro
¿Se habrá arrepentido X de haber enviado ese mail? ¿Seguirá más allá de tanta exposición discreta en contacto con su “ex”? Cuídese mucho, la muestra-instalación de Sophie Calle (1953) en el Centro Cultural Kirchner, se basa, como todas las acciones de la autora, en una acción o una premisa muy simple que Sophie misma explica: “Recibí un mail donde mi pareja me decía que todo había terminado. No supe qué responder. Era como si no hubiera estado dirigido para mí. Terminaba con la frase: ‘Cuídese mucho’. Y así lo hice”. Sophie recibió el mail en el 2004 y un par de días después les pidió a 107 mujeres (dedicadas al periodismo, la corrección de estilo, actuación, canto lírico, danza, filosofía, psicoanálisis y muchas otras áreas y especialidades) que interpretaran esta carta y así se suceden las reacciones y el desarrollo obsesivo de ese mensaje que de fatal pasa a banal. Instalada en el segundo de los nuevos pisos del antiguo Palacio de Correos inaugurado en 1928, un espacio luminoso en el que la obra de Calle ocupa 30 computadoras y una serie de foto, gráficos y guarismos en la Sala de los Escudos y el Salón de Honor, la muestra se regodea en las reacciones femeninas y se embarulla en las explicaciones, que por momentos generan más fastidio que empatía: una actriz llora al leer la carta, una etnometodóloga analiza la ruptura a partir de la tecnología, una diplomática hace referencia a la unilateralidad de la decisión, una jueza elabora un análisis filológico, o una antropóloga que señala, un tanto predeciblemente, que el “verdadero elemento legitimador” de esa casuística es el “no soportar ser despojado de las prerrogativas tradicionales del macho”.
Las voces se suceden sumando un centenar que también abarca cabalistas, traductoras, una filóloga, una sexóloga, novelistas, jefas de policía, científicas, madres, estudiantes y artesanas, a la que se les suman en esta edición local también los testimonios de Marcelo Delgado, Emilio García Wehbi, Gustavo Lesgart, Hugo Mujica, Marcelo Percia y Diego Velázquez, especialmente registrados para una performance que, en tiempos de Facebook y tribunales digitales globales permanentes y automáticos, resulta por momentos un poco anémica. Es curioso que Calle (cuyo gusto estética es impecable) haya empezado a trabajar con esta exposición de su propia vida privada a principios de los ‘80, cuando aún no existían las redes sociales. En 1979, de regreso a París después de viajar por varias ciudades el mundo, Sophie presentó el proyecto Los durmientes (Les dormeurs), en el cual 45 desconocidos contactados por ella misma se dedicaron a dormir en su lecho mientras ella los fotografiaba. Desde entonces Sophie ha realizado acciones que la convirtieron en una celebridad del arte conceptual, como The Hotel de 1981, en donde se puso a trabajar como mucama en un hotel registrando fotográficamente cada cuarto y tomando notas y dibujos de su experiencia “detectivesca”, o proyectos como The Shadow (1981), en el cual su madre se acercó a pedido suyo a una agencia privada de detectives para que la siguieran y le hicieran una relación escrita de su empleo del tiempo y una serie de fotografías sobre su vida privada. Obsesionada con la mirada propia y la ajena y con lo significativas que pueden ser las decisiones más intrascendentes, su obra coincide, más allá de lo poéticas o llamativas que son sus acciones y su carisma personal (en Francia, Calle es una celebridad) con la irrupción de lo que su compatriota Paul Virilio denominó a mediados de los ‘70 la “delación masiva”: siendo que en los procesos de paz los Estados usan los hallazgos tecnológicos incorporados en cada guerra en el medio urbano, el espionaje “se convierte en un fenómeno de masas, las necesidades de la guerra absoluta exigen que cada quien controle al otro y lo engañe. Es el comienzo de una sobrexposición social que, a través de los medios de comunicación e información da continuidad a la sobreexposición del medio ambiente del territorio”. Una cosa es leer que una artista conceptual persiguió a un desconocido hasta Venecia usando esos fragmentos de su vida privada como obra artística y otra estar en la piel del perseguido.
Imposible saber si de tanto machacar con el tema Sophie logró pulverizar esa situación evidentemente traumática o sólo potenciarla obsesivamente. La autora de The Hotel sabe bien cómo cambiar sutilmente el tono mirando al mar o recordando la muerte de su madre, pasando de lo detectivesco a lo poético una y otra vez; y de tanto repetirse, el mensaje original de despedida se vuelve calidoscópico. Tantos agravios y juicios hacia el pobre X (“¡Este al menos se dignó a escribir una carta. Esas cartas siempre son difíciles de hacer!” rescata Sophie en un momento en uno de los videos de la muestra) generan ternura hacia el rompecorazones anónimo, valiente y sincero para afrontar un hecho triste como es un abandono (¡el que avisa no es traidor!). A fuerza de repetición uno termina memorizando la carta como si fuera una canción hermosa, injusta pero necesaria. Como Morrisey, otro exhibicionista incurable, Sophie (admirada por figuras como Damien Hirst, verdadero rey del arte efectista publicitario, y por Paul Auster, que la incluyó en su libro Leviatan) a los 61 años aún sigue sentimentalmente activa o adictiva. Y si se tomó en serio ese mensaje es porque aún sigue enamorándose. Así como algunos señalaron su autocomplacencia, algunos vieron en Cuídese mucho una radiografía de una ruptura; en realidad lo que hace Sophie Calle es como dibujar con témperas arriba de una radiografía. Los meticulosos análisis se suceden siempre solidarios (¿a nadie salvo a Victoria Abril se le ocurrió hacerle ninguna crítica a la propia Sophie?), al punto que el sentimentalismo y la solidaridad de tantas celebridades (desde Laurie Anderson, Peaches, Feist y Jeanne Moreau hasta Carla Bruni) abruman un poco . Y quizá por coincidir con una visita colegial, si nos olvidamos por un instante de la arenga de los críticos de arte (que en general no paran de adularla desde hace décadas) la muestra por momentos tiene algo de estudiantina. Aunque daría la impresión de que Calle es hiperconsciente de sus decisiones, en tiempos de Facebook, Twitter y demás redes sociales sus “métodos provocativos y controversiales” han perdido con el tiempo parte de su efecto. El “reality” que presupone hoy en día este tipo de arte conceptual choca con realities locales quizá mucho más vulgares sí, pero infinitamente más atractivos como el de la familia Maradona en tribunales, tribunas, pantallas y boliches. Exhibicionista discreta profesional, Calle, que tardó unos tres años en realizar la muestra, contó que cuando sintió miedo de que quien se la envió se arrepintiera y no pudiera seguir con el proyecto, “al menos de una manera honesta”, supo que esa relación ya no importaba. “Los poetas –escribió Nietzche–, carecen de pudor con respecto a sus vivencias: las explotan.” Mientras los testimonios expanden las interpretaciones en un juego casi infinito se percibe la sensación de ninguneo, del implícito: “cuídese” de un mensaje que quizá también sea emblemático de las relaciones en estos tiempos líquidos, tan fríos como dispersos afectivamente. Y al final quizá sea el humor de Calle (que confiesa haber sido “hippie, stripteaser, militante, activista, feminista, camarera, de todo menos punk”) lo que le permita más allá de esta muestra particular seguir siendo una artista interesante, aunque sea para los críticos de arte, que encontramos en estas expresiones una razón de ser, siguiendo siempre la típica dinámica del arte conceptual, crónicamente necesitado de explicaciones, más que de percepciones. Cuando Ben Lewis le pregunta a Sophie por los numerosísimos catálogos en los que los críticos mencionan a Roland Barthes, Jacques Derrida y la muerte de autor, Sophie Calle niega con un mueca condescendiente: “No soy crítica de arte, les dejo los análisis a las mentes críticas, pero tengo curiosidad por encontrar lo que me conviene, que pueda ir colgado sobre la pared y pueda llamarse arte. Lo que sea”.
Cuídese mucho puede visitarse con entrada gratuita en el Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), hasta el 26 de agosto próximo, de jueves a domingo, de 14 a 20.
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