Domingo, 26 de julio de 2015 | Hoy
LIBROS EMILIO RUCHANSKY
Editor de la revista THC, periodista especializado en la problemática del uso de drogas, Emilio Ruchansky pasó varios años investigando las experiencias alternativas a la prohibición en países como Suiza, España, Estados Unidos, Uruguay, Bolivia y Holanda. El resultado es el notable libro Un mundo con drogas, que ofrece una mirada a los sistemas que han decidido convivir con el consumo, explica su funcionamiento y también reflexiona sobre cómo quizá la forma de ponerle fin a la violencia narco sea la regulación y la legalización.
Por Angel Berlanga
La idea, dice Emilio Ruchansky, fue buscar todos los sistemas alternativos. “El otro lado de la biblioteca”, dice, en el pequeño departamento en el que trabaja, en Almagro. ¿Y qué sostiene la biblioteca de este lado? Que como el consumo de drogas es siempre nocivo para la salud, se debe perseguir, condenar y encerrar a quienes las porten o las usen personalmente, porque además son preludio de otros delitos y crímenes. La prohibición generalizada y la condena moral del bien ser, sin embargo, ha devenido en una multiplicidad de problemas graves que saltan a la vista: cebo transgresor para adolescentes, proliferación de mercaderías descontroladas, mafias clandestinas enquistadas en diversos estamentos del Estado, negocios multimillonarios para unos pocos y cadenas de crímenes cada vez más espantosos, miles y miles de personas masacradas, véase Colombia anteayer, México hoy, Rosario en menor escala pero en nota ascendente. En 2012, mientras hacía un viaje por Holanda, Ruchansky se asomó al funcionamiento de los cafés cannábicos en la zona roja de Ámsterdam (en los que se despachan a los clientes cepas varias de marihuana y hachís), indagó en los vericuetos legales y en la historia del país respecto de la temática y entrevistó a un productor de semillas con 25 años en el rubro, a un activista de uso medicinal, a un analista sociopolítico especializado: empezaba a configurar el estudio-retrato de uno de los sistemas alternativos a la prohibición.
Por entonces Ruchansky era redactor en este diario y llevaba un lustro como editor de la revista de cultura cannábica THC. Al año siguiente la editorial Debate le ofreció hacer Un mundo con drogas, el libro que acaba de publicar, en el que tras contextualizar un escenario prohibicionista generalizado desgrana y profundiza sobre las experiencias en seis países que han puesto alternativas en práctica: Suiza, España, Estados Unidos, Uruguay, Bolivia y Holanda. “Cuando escribís un libro como éste tenés que tomar decisiones –dice–. ¿El tema es jodido? Sí. ¿Hay que abordar todo lo que se pueda y no se sepa? Sí. En todos estos años fui buscando estos huecos de información. Y el hueco más grande era esto: un panorama. A ver: ¿se puede hacer otra cosa? Sí. ¿Y está funcionando mejor? Sí, funciona mejor. ¿Y por qué no se sabe? Y, porque nadie sabe. Nadie va a Suiza y cuenta cómo son las salas de consumo supervisado, ni va a Holanda y pide los números con los empresarios. Un activista como yo, que lleva seis o siete años en esto, dice voy a ver cómo es. Fui a Estados Unidos, a Bolivia, a Uruguay, a ver cómo cultivan. Es un sueño, también, este libro. Por eso puse plata para hacerlo. ¡Plata que no voy a recuperar nunca!”
“Efectivamente, las drogas existen. Están en el mundo”, escribe en relación con el título Raúl Zaffaroni, autor de un prólogo en el que destaca el caudal de información y la calidad de la investigación de Ruchansky. “Hay millones de usuarios de productos tóxicos que alteran la conciencia”, apunta, y explica que cualquiera puede ir hasta la esquina, comprarse por unos pesos una botella de alta graduación, tomársela al toque y caer en un coma alcohólico o hacerlo más despacio y embriagarse, con alteraciones de la percepción y de la memoria de fijación. “En esas circunstancias –sigue– puede perder los frenos inhibitorios y –si dispone de un arma y se encuentra en una situación conflictiva– acabar con la vida de otra persona o bien manejar su vehículo y provocar la muerte de varios. Sin embargo, ese mismo individuo no puede fumar un cigarrillo de marihuana sin sufrir una pena o al menos una intromisión del Estado en su vida privada.” Cualquier funcionario judicial del fuero Penal sabe, agrega, que son raros los casos de homicidios cometidos por otro tóxico que no sea el alcohol. Sostiene Ruchansky: “La discusión siempre se traba en un punto en el que se detiene incluso la gente de buena fe, que te dice ‘está bien, la prohibición no sirve para nada, pero no hay otra cosa’”. El libro, subraya, no tiene un discurso sobre la legalización: el concepto en el que se enfoca es regulación. “Legalización –explica– fue un término que alimentó el imaginario y le fue útil al discurso prohibicionista, que lo tomó: ‘Va a ser así, tus hijos van a tomar cocaína antes de entrar en el secundario’. Mirá, en Uruguay hubo un cambio muy loco sobre esto: en el banderín de consigna que decía ‘Legalización, Uruguay, 2012’ podía verse que un mes antes de que saliera la ley la palabra ‘legalización’ fue reemplazada por ‘regulación’. Y yo creo que eso, ese simple cambio de una palabra, generó un clic discursivo que hizo que se acercara mucha gente que antes por ahí decía ‘no, tampoco van a hacer lo que quieran, tampoco la joda’. Eso puede llegar a mover la discusión, al menos en los usuarios.”
A ver, aclara Ruchansky: si esto cortara el negocio del narcotráfico, estaríamos todos muertos. “Es obvio que esto no se va a terminar tan fácil –dice–. Y también a veces es ingenuo el discurso de ‘bueno, despenalizamos y termina el narcotráfico’. Lo que se plantea en países como Uruguay u Holanda es ‘nosotros no vamos a terminar con el narcotráfico, le vamos a sacar gente’. Eso. ‘Vamos a tratar de controlarle el acceso’.” La mirada profunda y la recorrida por marchas y contramarchas de cada experiencia acaso inclinen en principio a pensar en un tono modesto en el libro: “Acá probaron esto, funcionó un poco...” “Sí, son cosas puntuales, chiquitas –dice Ruchansky–. Primero, porque el discurso que hay alrededor es el de imposibilitar. Entonces fijate lo que fui juntando: no podría ni decir ‘países’, en algún punto, porque en Suiza son cantones que administran las salas de inyecciones controladas, en Estados Unidos son estados (que permiten el consumo de cannabis con fines terapéuticos –la mayoría– o recreativos –un par de casos–), en España son ayuntamientos (clubes sociales en Barcelona o en el País Vasco). En Uruguay, Bolivia y Holanda sí podés decir que es el Estado. Esto de un lado, y del otro tenés gente que está viviendo desde hace años del narcotráfico, que es mucho más redituable. Es mucha plata la que se llevan por permitir las guerras y el tráfico, la connivencia es obvia. El HSBC en Estados Unidos tuvo que pagar una fortuna por blanquear dinero: la guita grande queda ahí, y lo demás está desarticulado.”
La sensación de “tono modesto” co-existe con otra percepción: Un mundo con drogas es un extraordinario trabajo periodístico. No se conocía hasta ahora un libro que reuniera este caudal de historias, estudios y experiencias, y Ruchansky establece aquí puntos de contacto, analiza cómo una prohibición que lleva ya más de un siglo generó una burocracia a nivel mundial, con agencias, recursos e incluso tratamientos que “producen una lógica discursiva alrededor de eso, que es lo conocido –dice–. Este libro lo que tiene es una mirada más política sobre el opio, la coca y el cannabis: por estas tres se hace la guerra –señala–. Los muertos están de este lado, y los campesinos son los mismos. Podemos hablar de Bolivia, que tiene un presidente cocalero, pero hoy es inimaginable que en Afganistán, por ejemplo, tengas un dirigente de cultivo de opio. Yo veía que existían cosas, materiales, pero que nadie se había puesto a juntarlo todo, a decir ‘bueno, esto es todo lo que se está haciendo para salir del discurso’. En el capítulo de Bolivia está explicada esa lucha diplomática, se ve quiénes rechazaron y con qué argumentos, cómo tomaron los de Estados Unidos para el rechazo un día antes de que cerrara la votación. Te muestra cómo es la burocracia. Drogas y derechos humanos son los dos grandes temas de la ONU casi desde su fundación. Y ahí se ve por qué nadie se va: todo el mundo se queda porque es peor irse. Si te vas del esquema de fiscalización internacional es como que quedás aislado del mundo.”
¿Y qué medidas encararía Ruchansky, en la Argentina, si estuviera por ejemplo al frente de la Sedronar? Se ríe: a veces le hacen bromas con eso. “Primero impulsaría el debate de la despenalización –arranca–. De todas las drogas. Como dice la Corte. Es un tema privado. Lo que vos te metés en tu cuerpo es un tema privado: es tu cuerpo. Igual que el aborto. Nadie tiene derecho a decidir sobre tu cuerpo. Ni el Estado ni nadie. Después, pondría salas de consumo controlado. ¡Con lo cual me echarían! Pero bueno, hipotético. Para quienes consumen paco. Que en esos sitios se puedan bañar, morfar. Cuando se habla de este tema es importante dejarlo claro: es un tema de salud, socio-sanitario. El problema es la enfermedad, obviamente. Si tenés una adicción es todavía más complejo. Hay que ver cuáles son los problemas económicos detrás, las necesidades. Y después, en paralelo, regularía el cannabis, por supuesto. También cerraría las granjas (de rehabilitación). Eso haría, en lo posible.”
La situación actual en México, dice Ruchansky, fue uno de los grandes impulsos para escribir el libro. “Como dice Zaffaroni en el prólogo, es un genocidio por goteo, y está pasando ahora –apunta–. México ha perdido más de cien mil vidas en los últimos seis años por efecto de la violencia del tráfico de cocaína y se calcula que hay veinte mil personas de-saparecidas –anota el ex juez de la Corte Suprema–. Bill Clinton acaba de pedir disculpas porque reconoció que su política de cortar el tráfico marítimo y aéreo desde Colombia provocó el desplazamiento de la cocaína por tierra y trasladó la violencia a México. A estas alturas ya nadie puede negar que la prohibición del tóxico mata más que el mismo tóxico. México necesitaría muchísimos más años para tener ese número de muertos por sobredosis de cocaína, sin contar que buena parte de las muertes por sobredosis se producen porque el sujeto ignora el grado de pureza del producto que consume.” Ruchansky llama la atención sobre una de las últimas discusiones políticas fuertes de la ONU: en torno de esta problemática, siempre se invirtió más en represión que en salud. “Este libro es un aporte para decir ‘bueno, loco, basta: ya no es la salud de los pibes’ –dice–. El genocidio está pasando delante nuestro y no decimos nada. Es una locura y no hay explicación: ‘Bueno, se matan entre los carteles’; ‘Sí, pero en el tráfico está la policía’; ‘Habría que entrar en la policía’; ‘Sí, pero es corrupta’; ‘Bueno, pero a vos te financian la campaña’. Y vos decís: todo para venderles falopa a los yanquis. Y los yanquis no tienen un muerto: están todos en México. Y los yanquis les venden armas a los mexicanos. No quiero decir los yanquis: el gobierno de Estados Unidos con las agencias federales de droga, que asesoran. Me di cuenta de que ya era tiempo de que se empezara a leer que hay una masacre de por medio. Mirá, no me lo voy a olvidar nunca: una vez, en un plenario, la diputada Cynthia Hotton, la evangelista, dijo: ‘Ustedes quieren despenalizar para fumar un porrito en la terraza mientras hacen un asado. Y son unos irresponsables, porque acá hay un tema de salud, los chicos se están muriendo con el paco, y ustedes vienen acá para poder fumar tranquilos en la terraza’. Eso. ¿Y sabés qué? Eso te lo puede decir también alguien de izquierda. Eso es lo que me calienta de la discusión. No te ayuda nadie. A partir de lo de México algunos se empezaron a despertar. Mujica, cuando dijo ‘peor que la droga es el narcotráfico’. A ver: la droga no hace lo que está haciendo el narcotráfico, saquémonos la careta. Porque lo generamos nosotros, que somos los que prohibimos la droga.”
Ruchansky nació en 1980 y recuerda que su primera nota se centraba en la diferencia entre adicción y toxicomanía: apareció en la revista Cortejar, que editaba con compañeros de TEA. Sigue siendo editor de THC y es columnista de temas judiciales en el noticiero del mediodía de Canal 7. En Un mundo con drogas entrevera, por ejemplo, crónicas de los clubes de consumo en España y de la jornada en la que el Parlamento uruguayo aprobó la ley que regula el consumo de marihuana; una entrevista a Arjan Roskam (“El rey del cannabis”) cerca de la cancha del Ajax; el análisis del Proyecto Cocaína, desarrollado por la OMS entre 1990 y 1995 (nunca fue publicado oficialmente); un caudal de miradas sobre los diversos estudios acerca de los efectos terapéuticos del cannabis. Dice Ruchansky que hay una guerra en nombre de una enfermedad, una enfermedad social sobre la que se montó un sambenito moral. “Porque hay una enfermedad, no se puede negar eso en la discusión, y a veces es tonto hacerlo –concluye–. Es innegable. Y sobre eso hay que hacer política. Yo creo que muchas veces los activistas... Me ha pasado de no darle tanta bola a eso, y en este libro lo saldé. Y dije ‘no, acá hay un quilombo’. Mi mamá era médica, y le dediqué el libro a ella, que ya falleció. Acá hay un quilombo y hay que mostrarlo y afrontarlo, con la crudeza que tiene: qué es lo que se está haciendo o se puede hacer que no sea encerrar o reprimir.”
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