MúSICA
La capitana
Después de seis largos años de sequía, Rickie Lee Jones rompió su bucólico retiro y volvió con un disco de canciones nuevas, inspiradas y visceralmente políticas. Nacido como reacción al ascenso de Bush & Co. al poder, The Evening of my Best Day es todo truenos, rayos y furia, pero si revitaliza el viejo gesto de la protesta es porque Jones sigue siendo una formidable narradora musical, ahora enriquecida por la experiencia y un toque de acidez digno de Jonathan Swift.
POR RODRIGO FRESÁN
“¿Cómo se hace para superar el bloqueo de escritora de canciones?”, le preguntó hace poco un periodista a la excelsa songwriter Rickie Lee Jones. La respuesta llegó acompañada de una carcajada y con esa voz inconfundible, que no se parece a ninguna otra a la hora de responder, componer y cantar. Una voz de nena adulta, que está de vuelta de todo y de todos: “¡Quedarte sin dinero es un gran incentivo! Yo no soy lo que se dice prolífica; así que me pongo a trabajar cuando mi espíritu y mi cuenta de banco me lo piden. En segundo lugar, puede decirse que por fin me sentí lista para acometer la siguiente etapa de mi vida. Yo siempre pensé que los discos son como barcos que zarpan desde el pasado hacia el futuro; y una de las razones por las que la gente no escribe tal vez sea el no sentirse seguros a la hora de moverse desde allí hacia allá. Yo estaba lista. Necesitaba salir a navegar. Había transcurrido el tiempo suficiente para hacerme una idea de cuál sería la trayectoria a seguir en mar abierto. Así que di la orden de levar anclas”.
Y muy buenas noticias: The Evening of my Best Day –primer álbum de canciones propias y nuevas de Rickie Lee Jones en seis años y con sus cuarenta y nueve recién cumplidos– no es ni quiere ser el “Titanic”. The Evening of my Best Day flota y no se hunde, y hasta el iceberg más confiado y poderoso se hace a un lado para dejarla pasar mientras ella va chasqueando sus dedos de gata beat y cantando aquello de “Cuéntale a alguien lo que está sucediendo en los Estados Unidos... / ¡Arriba las voces de la protesta!”, y aquello otro de “Es un hombre feo / Siempre fue un hombre feo / Y creció hasta convertirse en alguien como su padre / Otro hombre feo / Y va a contarte mentiras / Va a mirarte y a contarte mentiras / Creció hasta ser igual a su padre / Feo por dentro”.
Sí, The Evening of my Best Day es uno de los mejores discos de los últimos tiempos.
Y –sorpresa– todo parece indicar que tenemos que agradecérselo a George W. Bush.
SUELTEN VELAS
Dentro de la obra de Rickie Lee Jones, la súbita aparición de The Evening of my Best Day es comparable con la súbita aparición de Time Out of Mind en la obra de Bob Dylan. Ambos discos llegan luego de largos años de sequía y discos de covers y discos live (lo último que disfrutamos de ella fueron It’s Like this en el 2000 y Live at Red Rocks en el 2001) y largas giras para matar el tiempo y no pensar que es el tiempo el que te está matando. Hasta ahí las similitudes. Porque mientras aquel disco de Dylan es crepuscular e íntimo y casi solipsista en su trama, el de Rickie Lee Jones es un nuevo amanecer que viene cargado de truenos y rayos y furia contra lo que sucede a su alrededor, sin por eso descuidar lo que tiene lugar dentro de su casa y de su cabeza.
“Yo estaba más preocupada por la vida en general que por mi carrera en particular. Vivía en Washington, cuidaba el jardín y criaba a mi hija. Y le había dicho adiós al alcohol y a las drogas, y lo cierto es que era feliz por primera vez en tanto tiempo; pero no tenía ni ganas ni inspiración para escribir. Me sentía vacía y empezaba a pensar que ya no me quedaba combustible en el tanque... Y lo cierto es que no me preocupaba demasiado. Hasta que un día un señor fue elegido presidente de manera un tanto mentirosa; y después el Patriot Act; y enseguida los manejos de los medios a la hora de distorsionar la realidad...”
Alguien definió The Evening of my Best Day como el equivalente milenarista de alguno de aquellos venerables manifiestos cantados de los tiempos de la lucha por los derechos civiles. Algo de eso hay. Especialmente en el trío de tracks compuesto por la steelydánica “Ugly Man”, el gospel-de-combate estilo call and response y futuro clásico “Tell Somebody (Repeal the Patriot Act)”, y la denuncia R&B de “Little Misteries”, donde se explora el misterioso accidente aéreo del senadordemócrata Paul Wellstone. Pero The Evening of my Best Day no se conforma con ser sólo eso y apuesta mucho más alto al presentarse como una suerte de gran panorama de la música americana filtrado por el tamiz exquisito de las letras y la voz de Rickie Lee Jones, que ahora canta mejor que nunca, prescinde de tics y afectaciones –muy atrás han quedado los ecos de Van Morrison o de Laura Nyro: aquí y ahora, Rickie Lee Jones es ciento por ciento Rickie Lee Jones– y trabaja cada canción como si se tratara de un cuento, un cuadro, una película.
Y está claro que Rickie Lee Jones no sólo se esforzó a la hora de componer The Evening of my Best Day (algunas canciones, confiesa, demoraron hasta quince años en alcanzar su punto justo de cocción); también se gastó todos los ahorros en contratar tiempo en estudios de grabación y una troupe de músicos que dan todo lo que tienen para dar y un poco más a la hora de darles forma al pop, folk, jazz, rock, blues, funk, spiritual, balada apalache y céltica y hasta un toque de bossa afrancesada, géneros que se pasean por los surcos guiados por los excelentes oficios de gente buena y noble como Ben Harper, Pete Thomas, Ken Wollesen, el Bill Frisell Trio, Gran Lee Phillips, David Hidalgo y Sal Bernardi, entre otros. Sonido sofisticado como perfecto telón de fondo para esta actriz principal descendiente de galeses e irlandeses que alguna vez fue expulsada de su secundaria de Washington, se fue de casa, vivió de limosnas y viajó sin descanso hasta que se acostó a dormir bajo esas letras gigantes que hacen flotar la palabra HOLLYWOOD en el diabólico aire de la ciudad de Los Angeles.
A TODA MÁQUINA
Está más que claro que la carrera de Rickie Lee Jones es irreprochable, pero también –me permito decirlo recién ahora, ante la evidencia incontestable de este triunfo de madurez– que siempre había (o dejaba de haber) algo que obligaba a pensar que la chica estaba para más y mejor. Dejando de lado sus dos obras maestras –el exitoso y ecléctico debut Rickie Lee Jones de 1979 y el portentoso Pirates de 1981–, hay que admitir que aquí y allá, independientemente del sano fanatismo, el resto de sus trabajos ofrece múltiples destellos, pero nunca alcanzan la redondez de discos redondos. Y de acuerdo: ahí están “It Must Be Love” en The Magazine (1984), “The Horses” y “Satellites” y “Don’t Let the Sun Catch you Crying” en Flying Cowboys (1989), la bellísima “Stewart’s Coat” en Traffic from Paradise (1993) y la audaz experimentación con el hip-hop en Ghosthead (1997). The Evening of my Best Day, en cambio, no sólo sube a hacerles compañía a Rickie Lee Jones y a Pirates sino que los deja atrás gracias al bonus del camino recorrido y la experiencia adquirida de una Rickie Lee Jones que sigue siendo una formidable storyteller, pero que ahora aparece curtida por cierta acidez digna de Jonathan Swift, o de Joseph Heller, a la hora de invitarnos a mirar la mierda de los tiempos en que vivimos.
Así, The Evening of my Best Day es uno de los álbumes “de protesta” más sofisticados de todos los tiempos. Rickie Lee Jones evita el burdo panfleto y opta –como en la melancólica y muy bertoltbrechtiana “A Tree on Allenford”– por cantar susurrando un “Todo aquello que miro / Me mira también a mí”.
Los cómos y porqués del retorno a la acción fueron precisados por la artista en un reportaje reciente: “Yo estaba escuchando, esperando, rezando por volver a sentirme artísticamente fuerte. Y eso fue lo que ocurrió. Ahora soy más poderosa que nunca y estoy lista para salvar al mundo, ja ja ja... Ahora en serio: no me gustó lo que estaba sucediendo a mi alrededor con Bush & Co. Entonces decidí que alguien tenía que decir algo. Y yo era la persona que tenía más cerca. En Estados Unidos siempre existió una gran tradición de música de protesta: eso que va de Woody Guthrie a Bob Dylan, esa capacidad –tal vez sea ingenua– de cambiar el estado de las cosas que tiene una buena canción. Todo tiene que ver, finalmente, con el poder y con las intenciones con que se lo utiliza; así que lo que yo quiero es despertar a la gente, sacarla de ese letargo. Pero no puedes hacerlo a los gritos. Tienes que ser clara, tienes que ser divertida. Y mi Tema siempre han sido los outsiders, y creo que hemos llegado, por fin, a ese momento de la historia en que sólo los outsiders tendrán la oportunidad de reclamar para ellos este país... Así que espero poder sacudir a unos cuantos y sacarles el miedo. La gente en Estados Unidos está muy asustada: asustada de la policía, de que les hagan multas, de que la acusen... Y nada asusta más que Bush: un tipo ignorante, con poca clase, oportunista desde un punto de vista personal y político, a quien sólo le importa lo suyo y nada más, y que comete la blasfemia de llevar al Congreso su Patriot Act aprovechándose de la memoria de toda esa gente que acaba de morir; alguien que viene de una familia con millones de dólares y no ha aprendido nada y seguro que por decir todo esto me van a crucificar en Fox News en el noticiero de esta noche... Es terrible; pero yo creo que lo del 11 de septiembre le ha dado a toda una generación una forma de identidad que es potencialmente fascista. Se me puso la piel de gallina cuando al día siguiente de lo del World Trade Center empezaron a aparecer todas esas banderas y toda esa gente enarbolándolas por las calles; me hizo recordar cómo empezaron los nazis en Alemania y cómo el patriotismo se puede convertir en algo muy feo y, bueno, me parece que estoy hablando demasiado... Pero qué importa: yo nunca veo Fox News”.
En cualquier caso, antes del comienzo de las hostilidades tuvo lugar un largo período de gimnasia reparadora y creativa: “De pronto descubrí que no me salían más canciones. Así que, una vez superado el pánico inicial, decidí volver a la escuela. Volver a pensar en lo que significa verdaderamente escribir canciones y en el triste hecho de que ya nadie parecía estar escribiendo grandes canciones. De acuerdo, había mucho material que puede ser considerado serio o profesional; pero nada que me pareciera memorable. O digno de ser cantado. Así que volví a mis fuentes, a los songwriters que mejor conozco y más disfruto, como Paul McCartney o Cat Stevens o Curtis Mayfield. Y volví a empezar de cero. Cada tarde me sentaba frente a la canción en la que estaba trabajando y, ay, el proceso de manifestar una emoción o un pensamiento en un número limitado de versos puede ser algo muy difícil, sobre todo si uno lleva bastante tiempo sin ejercitarse. Así que me lo tomé con calma y paciencia, y aquí estoy otra vez”.
El contramaestre en el viaje de regreso a casa fue David Kalish –amigo y guitarrista de los tiempos de Pirates–, y Kalish llamó a Steve Berlin de Los Lobos para que armara una banda para ir ensayando el nuevo material, y enseguida descubrieron que iban por buen rumbo y que la isla y el tesoro estaban cerca. Y que más vale que grumetes inocentes como Norah Jones se pongan a temblar, porque la hora de caminar por el tablón ha llegado y en el horizonte ondea, cada vez más cerca, una bandera pirata.
BARCO A LA VISTA
“Estas canciones son los frutos de árboles plantados con rezos y bendiciones durante un tiempo muy largo. En ellas hay imágenes de mi infancia, de mi familia y de momentos sorpresivamente dolorosos. Pero todas ellas pueden ser sintetizadas en una idea muy sencilla de expresar: no he sido conquistada. Y ésta es la declaración más auténticamente política que puede hacer cualquier ser humano.”
Ahora Rickie Lee Jones está de gira, y en sus conciertos florecen sus diatribas contra Bush, pero también nuevas canciones privadas como “Second Chance”, “Lap Dog”, “It Takes you there”. Versos donde el amor y el principio del amor y el fin del amor y el modo en que la infancia –como se explica en el tema que da título al álbum– te persigue hasta la tumba arropan el deseo de una nueva revolución con multitudes marchando hacia la Casa Blanca para expulsar al monstruo. Mientras tanto, y hasta entonces, hay en The Evening of my Best Day tiempo para pensar cómo será ser felices. Cantar: “Y será una buena vida de aquí en más / Cuando mire hacia atrás y te vea / Una buena vida, mirando hacia el mañana / el cielo es casi azul”. O cantar: “Todos necesitamos amor y dignidad”. O cantar –en la hermosísima “Sailor Song”–: “Oh, en el barco en que yo viajo / El tiempo es lo que navego... Podría volar lejos / Podría volar lejos / Pero elijo el mar / Para días tan extraños como éstos”.
Al abordaje.