Una semana de noches buenas
Con la mordaz escatología de Red & Stimpy y South Park, Adam Sandler adapta el cuento de Navidad de Dickens en clave animada y judía. Críticos y público deliran, pero por motivos opuestos.
No faltaba mucho para la Navidad 2002, y los críticos norteamericanos, probablemente imbuidos en el espíritu de las fiestas, se expresaban así a propósito del estreno de Ocho noches de locura (Eight Crazy Nights), la película musical y animada de Adam Sandler sobre la Navidad judía: “Es irritante, aburrida, grosera y tonta”; “Sandler entrega lo peor de sí con dos de los personajes más irritantes de la historia del dibujo animado”; “Es una abominación tan horrendamente mala que desafía toda descripción”; “No entibió mi corazón sino que me dio un dolor de cabeza: qué film horrible, horrible”; “Hace retroceder treinta años a la animación, cuarenta a los musicales y cincuenta al judaísmo”. Un crítico del Washington Post se preguntó tiempo después: “¿Fue Embriagado de amor sólo un sueño?”. Y otro atinó a decir que se trataba de “un Scrooge honesto con el corazón cubierto de excremento” (aunque esto último parece que iba a modo de elogio). Unanimidad crítica como pocas veces se ha visto. Es cierto que Ocho noches de locura, el cuento de Dickens en clave judía y en dibujitos de Adam Sandler, aparece como bestialmente escatológico, prácticamente descerebrado, y vuelve a exceder los límites de lo políticamente correcto una y otra y otra vez. La puerta la abrieron, ya se sabe –al menos en materia de dibujos animados–, Ren & Stimpy y en especial South Park, con las cuales comparte varios méritos. Entre ellos, la certeza de que bajo su aparente descerebramiento subyace un sentido del humor salvaje basado en una capacidad de observación fuera de lo común. Y la plena convicción de que el corrimiento de los límites de lo políticamente correcto no puede ser menos que culturalmente saludable.
El Scrooge judío de esta película es Davey (el propio Sandler), ex estrella infantil del básquet comunitario local (en un pueblo de Nueva Inglaterra), cuyo espíritu se ensombreció para siempre con la accidental muerte de sus padres en su preadolescencia. Ahora es un treintañero alcohólico y amargado dispuesto a arruinarles la fiesta a todos, a quien un viejo “duende” local conocido como Whitey intentará encarrilar. Davey es autodestructivo y maltrata tanto al enano que intenta ayudarlo como a Eleanor (la hermana de Whitey) y a una ex novia de la infancia. Pero ésta es también una historia de redención navideña con renos (los cuales protagonizan una de las escenas más francamente asquerosas de todo el asunto) y canciones, cuyas letras constituyen el punto más fuerte de toda la película. En rigor, ésta no es otra cosa que la extensión de una vieja idea de Sandler (The Chanucka Song) y de varios de los sketches que desarrolló a lo largo de los cinco años que integró el programa Saturday Night Live. Absurda, irresponsable y por momentos divertida, Ocho noches de locura fue creada por varios de los colaboradores habituales de Sandler (en especial el actor y productor Allen Covert, que participó en trece películas del protagonista de Embriagado de amor y Locos de ira) y dirigida por un debutante (Seth Kearsley) con alguna experiencia en animación televisiva. En cuanto a por qué Sandler decidió contar esta historia en dibujos animados –una pregunta que plantearon varios de los críticos norteamericanos, en general con el objetivo de demostrar la arbitrariedad del recurso y terminar de defenestrarlo–, se sabe que él dijo alguna vez que, “tras años de verme a mí mismo poniéndome cada vez más viejo y más feo, me gustaría convertirme en un personaje de dibujos animados”.